Por WALDO GONZÁLEZ LÓPEZ
Lector desde la adolescencia, me apenan los paupérrimos de espíritu, que ignoran, entre otros placeres, el incambiable de la cultura —que es además calidad de vida— como la enorme satisfacción de disfrutar la lectura, con una buena novela, un sugerente poemario, un enriquecedor ensayo: rituales necesarios e íntimos para «los humanos, demasiado humanos», axioma de Nietzsche, quien, con Kierkegaard, integra mi dúo preferido de filósofos-poetas, porque combinan poesis y cognición, como funciones mentales superiores, de acuerdo con Vigotzky
Y ya que menciono a tales amigos y evoco lecturas de algunos de sus libros, me repito: redescubrir clásicos [que siempre enseñan], como descubrir contemporáneos de valía, corroboran tal… ¿sentencia?
Aquí llego al tema que me ocupa: Aunque supongo haber coincidido en algún evento literario con el narrador José Hugo Fernández, nunca he hablado con él y mucho menos había leído algún libro suyo solo hasta el pasado sábado 23, tras adquirir Mujer con rosa en el pubis, en la exitosa 6a. Convención de la Cubanidad, celebrada el pasado 23 de mayo.
Apenas leí las primeras páginas de la edición cuidada de Primigenios, esta Mujer… se impondría a los 5, 7 u 8 libros que suelen yacer junto a mi cama, donde asimismo esperan al lector que fui, soy y seré, entre otros muy atractivos: El último aliento con las cálidas memorias de Luis Buñuel, aunque también aguardan las de Céleste Albaret sobre Monsier Proust, con la insólita vida del gran novelista francés durante sus últimos nueve años, por solo mencionar dos de gran interés.
Tal me aconteció con este pequeño/gran libro de José Hugo, que me obligó a seguirlo sin interrupción hasta la página 92, cuando lo concluí, con alegría y pesar, tal me sucede con las mejores lecturas, pues no quería abandonar a esta insólita Mujer con rosa en el pubis.
La indetenible noveleta [que tal es] me evocó dos decisivas figuras de la narrativa de los “50 s”-“60 s: el norteamericano J. D. Salinger y The Catcher in the Rye (Guardián entre el centeno, 1951), punto cenital de la sólida novelística de su país, gracias al arquetipo de su Holden Caulfield; como asimismo, otro peso pesado: el británico Allan Sillitoe, quien en 1959 subvirtiera las letras del Reino Unido con La soledad del corredor de fondo, adaptada/adoptada en 1962 para el valioso filme homónimo, cuyo decisivo guion filmara el notable realizador Tony Richardson (recordar su posterior Tom Jones, a partir de Thomas Fielding y su clásica novela homónima), para cuyo protagónico escogiera al brillante intérprete Tom Courtenay: libro y filme que el comentarista disfrutara entrando en la juventud.
Ante todo, la trama de Mujer con rosa en el pubis, evidencia una verdad irrebatible: cuando José Hugo escribió esta noveleta, no dudo que ya traía un caudal de valiosas lecturas al lomo, parafraseando el título del reciente poemario del colegamigo: Manuel Vázquez Portal: Con tantas lluvias al lomo.
Corroboran este aserto/acierto las múltiples virtudes de su título, entre las que apunto:
-economía de medios;
-dominio del aliento narrativo no desviado por otros derroteros;
-mutilenguaje que ubica sus personajes en distintas/distantes épocas en que se mueven;
-trasvase de reales y ficcionales personajes femeninos: Tina Modotti, Aurora Barrios, la madre, Ángela, Fela…;
-atmósfera y subtramas con figuras históricas (Hitler, Mella, Tina Modotti, Kennedy, Castro…), literarias (Lezama), artísticas (la Dietrich, la Deneuve, Gary Cooper, Elvis Presley, Serrat), como otras ¿ficcionales?: el coronel López Durán, la madre del protagonista y aun otras: todas convincentes;
-imaginería, con la que logra una inesperada armonía en su posmoderna trama;
-influjo de Cabrera Infante, en la inclusión de títulos-alusiones de/a filmes, que evidencian su cultura cinematográfica; asimismo, en el epígrafe del libro, una cita del filme El bueno, el feo y el malo, como a lo largo de la noveleta, nombra cineastas (Buñuel, Welles;
-realismo veraz en la descripción de La Habana: zonas, cines…
-la marca posmoderna-carnavalesca (Batjin, Kristeva, Lyotard…) acerca Mujer… a las del iniciador del Posmodernismo en Latinoamérica: Cabrera Infante, como las de Arenas, Sarduy y el argentino Manuel Puig: cuarteto latinoamericano posmo de alto nivel;
-un aspecto esencial, atisbado tras un simple pesquisaje, revela otro tópico posmo: la inclusión/apropiación de fragmentos de otras nivolas (v. g. Unamuno), tal acontece en la página 18, donde José Hugo, con viso carnavalesco, reescribe el inicio de Cien años de soledad: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento… No, esto es una broma, en modo alguno podría escribir cosas tales sobre el coronel Lorenzo Durán López…».
-otro rasgo posmo: desliza en su prosa versos de canciones, como el ya clásico: «el odio es cariño», del no menos clásico bolero «Te odio y te quiero», del recordado compositor colombiano Julio Jaramillo.
-sugerente o desvelado erotismo que acaso, por cierta filia, asuste a lectores pacatos;
-como significo lo poético —que cruza, «como un pez de tinieblas» [v.g. Félix Pita Rguez.] alumbrando más su prosa— trascribo tres ejemplos:
En la página seis, el narrador omnisciente, nos dice:
«Los claroscuros y los sepias de esas fotos trazan hoy un hilo de rara perturbación en mis recuerdos. […] Ella está acostada, bocarriba, desnuda, desnuda, con el sexo cubierto por una rosa que se me antoja de color rojo encendido, y con pétalos sobre los pezones…»
Al final de la 73 e inicio de la 74, leemos:
«[…] ningún bienestar o sentimiento grato pueden existir sin la mediación del olvido […] los recuerdos […] te los encuentras de pronto, tal vez incluso sin que vengan al caso, aparentemente abandonados, pero en verdad al acecho en cualquier orilla».
Y en la 86:
«Era (es) el espíritu mismo de lo bello, mezclado con el de lo tierno y lo sensual en una simbiosis abrumadora. Aparentaba tener justamente la edad que tenía, 14 años, igual que Julieta, la de Romeo. Su semblante, su mirada, su sonrisa, parecían envueltos en un halo sobrehumano, como el que pienso rodearía a los ángeles y a las vírgenes de las iglesias […] si pudiesen trascender los límites de la abstracción. Recuerdo que ella también quedó estática, mirándome con sus ojos grandes, negros como la ausencia».
Pero hay más: lo poético combina con la praxis vivencial en aforismos, aprendidos/aprehendidos por José Hugo, con/durante la carga de los años y una decisiva palabra que nombramos, como jugando: La Vida. De tal suerte, saltan verdades que, no por conocidas, dejamos de apreciarlas, pues [Quevedo, mediante] nos evocan experiencias vividas/sufridas, como estas:
-«El mal es también una necesidad de los seres humanos» (p. 64).
-«No es tiempo perdido aquel que dedicamos a explorar nuestros más recónditos abismos» (p. 69).
«[…] la maldad es una propensión humana, expuesta por naturaleza a ser exacerbada mediante los resortes de la práctica cotidiana». (p. 77).
-«¿se puede hacer el mal y luego seguir siendo la misma persona que éramos antes de hacerlo? Tal vez no. Aun cuando sea cierto eso de que comprender es perdonar, ¿y quién mejor que nosotros mismos? De cualquier forma […] detrás del perdón acecha agazapada la condenación» (p. 85).
En fin, podría seguir subrayando otros méritos de Mujer con rosa en el pubis, el importante título recién adquirido, que me permitió conocer una valiosa muestra de la obra de José Hugo Fernández, por cuya relevancia mostrada en el difícil “subgénero” noveleta, afirmo sin temor a equivocarme, que lo ubica entre los narradores cubanos del exilio con mayor información, rigor y madurez.