Por Ramón Ottamendi
Cuando Poncio Pilato, el Gobernador romano, le preguntó a Jesús momentos antes de la crucifixión «qué es la verdad», el reo hizo «silencio». Se sobreentendió que la «verdad» es un fenómeno inmensurable, y que ninguna noción, concepto y descripción gramatical puede ser capaz de alcanzarla y definirla. El «silencio», el quedarse callando, presupone el único acercamiento plausible, la única respuesta razonable. El «misticismo» es el resultado del «silencio» ante la «verdad».
Nietzsche, en cambio, tiene otra idea sobre la «verdad». Considera la verdad como un bien cultural motivada por una idea pragmática y ascetológica. ¿Qué es la verdad para un hombre que se retira a las montañas de Sils María para convertirse en escalador? ¿Por qué huye del llano, del mundo aburguesado, para instalarse en un campo de acción donde solo es posible la práctica alpinista, el deporte de riesgo?
Mientras el lobo estepario huye bosque, se retira de la modernidad de la cultura de masa para detener la mente parlanchina colectiva, el retiro de Nietzsche pone a prueba la voluntad de poder, por delante de cualquier misticismo y formula ocultista; pone a prueba el poder de la somatología humana a través del esfuerzo y el entrenamiento para alcanzar en la escalada cotas más altas, cultura más elevada, nuevos niveles bioculturales.
El aforismo 417, conferido por Wittgenstein a su libro de notas, Cultura y valor, y que reza «la cultura es obediencia o la cultura presupone el reglamento de una orden», constituye un testimonio explícitamente de un valor ascetológico, no importa la alegoría religiosa y mística. Nietzsche «entrena», ejercita el valor de la cultura escalando montañas, Wittgenstein obedeciendo las prescripciones, las normas establecidas en un convento franciscano. «La cultura es observancia», quiere decir en la experiencia de Wittgenstein: observa bien, entrena bien el próximo paso que dar para no despeñarte. Primero el mulo en la pradera, luego el mulo, por falla de entrenamiento y habilidad, en el abismo.
La «verdad» de la verdad encierra un campo de entrenamiento constante como fundamento para la cultura. Y es que el ejercicio y el entrenamiento siempre atraviesan la acción en la vida y la existencia de cada uno de los habitantes de la Tierra. Por eso Nietzsche incluyo toda fórmula del misticismo budista y del cristianismo como formas de vida de los ideales ascéticos, de la genealogía de la moral dentro del astro ascético. Por eso el hombre se transforma desde su salida de las hordas en un ser para las habilidades. Un ser que empeñado, sépalo o no, a vivir dentro de la categoría imaginaria y existencialista egofitness.
Por eso el espíritu humano se convirtió dentro de la evolución en un campo cultural diseñado para ejercer el entrenamiento, las habilidades, el ejercicio, sea en el campo de la música, el arte, el deporte, la escritura, la religión, la manufactura, la cocina, la albañilería, el diseño, la arquitectura, la administración económica, etcétera. Cada campo de la vida cultural que se manifieste fenomenológicamente, es porque contiene el espíritu de la buena forma, el sentido vital donde ponerse fitness.
La llamada alta cultura que se preconiza en el campo intelectual de la fenomenología positivista no tiene que ver con la dinámica de los campos de la ascetología antes mencionados. Pertenece al campo del aburguesamiento cultural, de los ditirambos eróticos libidinales de la cultura dividida en clases sociales y de la entelequia del poder sobre la sumisión (por mucho tiempo la burguesía le correspondió el papel de la educación cultural).
También te puede interesar
-
El Taiger: entre el dolor de una pérdida y la manipulación de su legado
-
MEDITACIONES SOBRE LA HISTORIA Y SU PECULIAR INTIMIDAD
-
Cabaret Voltaire: una heterotopía para existencialistas de variedades
-
Nota de Prensa: Revista «Anuario Histórico Cubano-Americano», No. 8, 2024
-
NOTAS AL MARGEN: EN EL CENTENARIO DEL MAYOR NARRADOR CHECO