Por La brujita encantada
Alguien me hizo notar hace un tiempo en la Casa del Ser de que en el medio intelectual predomina el tipo de cultura calesera, una suerte de pico de oro o músico de oído. Los caleseros cubanos jamás leen libros, pero oyen y repiten las cosas muy bien a pie juntillas. Esa cultura se expande a través de las redes sociales creando formas ineludibles de post-historia.
En este sentido, interpreto cosas que ya no se puede eludir: que el hombre despierte y se quede delante de la esencia, todavía oculta de la Historia, los textos, las indagaciones profundas. Una esencia oculta que ahora parece sucumbir ante el choque con la supremacía cultura calesera en el sentido más amplio. A la historia nunca se le puede salva encargándole un seguimiento adelante y de futuro, es decir, un oyente mensajero, entrenado en una exquisita memoria, lo cual forma parte, justamente, el progreso.
El progreso es eso: la memoria calesera, el postman entrenado para enviar recados secretos. De lo que se trata es de salvar la Historia de la post-historia y la calesería. La historia que dolo se puede salvar si la salvación es por sí misma la legitimación creativa de lo todavía infundado: si la esencia de la historia y el saber es la búsqueda paciente en los archivos más recóndita de la memoria, el calesero tendría un alcance inmediato y simple: Informar y trasladar lo que oye sin que medie un análisis de ante manos. Casi todos los influencer y youtuber hoy en día son caleseros al uso con nuevas tecnología.
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