La Convención: un espacio poético de la Cubanidad

Por Coloso de Rodas

Hace exactamente dos meses, tras la destacada celebración en el distinguido Kendall Art Center de la Segunda Convención de la Cubanidad, celebrada en mayo de 2019, comenzó a circular por los intrincados caminos virtuales de las redes sociales un panfleto infame bajo el título de «Cubanidad y Cubanía». Este texto, redactado por el exministro de Cultura Abel Prieto y publicado en Granma, no fue más que un intento descarado de atacar y desacreditar tanto la obra como el espíritu del exiliado cubano. Prieto, con su habitual arrogancia, manipuló a su conveniencia las obras de destacados autores que han abordado el tema de la cubanidad, tales como Fernando Ortiz, Elías Entralgo, Jorge Ibarra y José Antonio Ramos. Ortiz, cuya obra fue reeditada en Cuba tras su fallecimiento y recientemente declarada patrimonio nacional, y Entralgo, relegado al olvido debido a su «postura desleal» hacia la Revolución en sus últimos años de vida.

Surge, en este contexto, la inquietud de si el escrito de este «exministro endemoniado» no es simplemente un panegírico vacío destinado a atacar al gran Cabrera Infante, o si responde a algo mucho más profundo que va más allá de la mera creación intelectual y bibliográfica en torno a la cubanidad. Es, de hecho, desconcertante que los textos citados por Prieto de Ortiz y Entralgo, Los factores humanos de la cubanidad y Períoca sociográfica de la cubanidad, hayan sido reeditados y publicados en Miami. El primero apareció en la revista Eka Magazine No. 1, dedicada al arte, la literatura y las ciencias culturales, y el segundo fue publicado por Ediciones Exodus de la Fundación Ego de Kaska. Ambas obras fueron presentadas y puestas a la venta en la Primera Convención de la Cubanidad en mayo de 2018.

No cabe duda de que el discurso sobre la cubanidad ha sido corrompido y manipulado por esa ideología que no duda en utilizar el peor de los lenguajes. Sin embargo, Ortiz y Entralgo no son los únicos autores que conforman el conjunto de voces en torno a la cubanidad. Es necesario recordar que el discurso de la cubanidad no nace de la tierra, sino del mar. Fueron los marineros, aquellos pioneros de las travesías costeras a principios del siglo XIX, los primeros en percibir el espíritu de la cubanidad. En sus viajes por las costas, estos marinos llegaron a los puntos neurálgicos de la Cuba profunda. Fueron ellos quienes, por primera vez, forjaron una visión topográfica de la «imagen de la isla» y comenzaron a articular un discurso coloquial sobre los orígenes de la cubanidad. Los diarios de viaje, testimonios reveladores de ese proceso, dan cuenta de cómo se fue construyendo una imagen del espacio cubano total, una representación que se formó a través de la confluencia de naturaleza, economía y comercio.

En el marco del historicismo, que incluye la historiografía, el positivismo y las ciencias sociales convencionales, el espacio se concibe como una dimensión del tiempo. Para acceder al espacio, se requiere conquistar el tiempo. No obstante, desde una perspectiva ontológica y existencial del ser en el mundo, el tiempo regresa al espacio como una demora en habitar un lugar. La conquista cultural del espacio insular, de los archipiélagos y del Caribe, ha perdido, como bien expresaría E.M. Forster en su obra La máquina se para, la conexión íntima con el espacio.

Desde la óptica historicista, el espacio no es sino la ocupación física del mismo, ya sea a través de la agricultura, la industria o la ciudad y sus estructuras arquitectónicas. El espacio se presenta como un concepto ilimitado y sin fronteras ocupacionales, que puede expandirse o reducirse según la necesidad. En La conquista del espacio cubano, una obra aún desatendida por la crítica, Juan Pérez de la Riva examina la historia de la ocupación de los diversos espacios de la isla mediante estructuras culturales basadas en modelos socioeconómicos. Las plantaciones, las haciendas y las pequeñas propiedades contribuyeron a la creación de narrativas distintas, adaptadas a los modos de ocupación, y de acuerdo con los modelos culturales que dieron forma a la identidad nacional.

Si todo lo que hoy conocemos sobre la formación de la nacionalidad y el sentido de la cubanidad es resultado de la afirmación positiva del problema, gracias a la narrativa del modelo historicista, depende en gran medida de las preguntas fundamentales que surgen: ¿quiénes somos y hacia dónde vamos, tanto a nivel individual como colectivo, en términos culturales? El hecho de que hayamos priorizado lo anecdótico, los datos y el análisis material de los hechos, y adoptado una teoría funcionalista de la cultura que no pasa por alto el espacio, es el resultado de cuestionamientos que emergen de la cosmología, la teología y la metafísica.

El fantasma deja de ser un simple concepto narrativo cuando las preguntas cambian de enfoque y dirección: ¿dónde nos encontramos cuando habitamos el mundo? La transculturación, ese proceso de intercambio cultural, y su funcionalidad histórica, también poseen una dinámica espacial propia que hasta ahora no había sido reconocida como un lugar habitado por seres humanos que se transforma en otra localidad, región o comarca. Renée Clémentine, en su texto Ampliación del archipiélago cubano por los exiliados: de Cuba a la Florida, expone cómo la historia se desplaza hacia un nuevo espacio:

“(…) el dinamismo intrínseco y la dinámica fundacional centrífuga del archipiélago caribeño (…) facilitó la conexión entre Cuba, que ya era un archipiélago en sí mismo, y la península de Florida, así como los vínculos históricos y económicos privilegiados entre Estados Unidos y el archipiélago cubano, especialmente durante la primera mitad del siglo XX, y luego, el constante exilio de los cubanos hacia este espacio, muy similar al suyo en la época revolucionaria, no hizo más que fortalecer el proceso de expansión del mundo cubano hasta la península de Florida, que está geográficamente cerca.”

La carga histórica en esta cita es reveladora, al concebir el espacio como receptor, como si la península de Florida fuera una extensión elástica de una porción histórica cubana. Las complicaciones se incrementan cuando el texto aborda la apropiación de la lejanía como una vía de escape para los espacios limitados de Cuba, en forma de “inquietud alojada en el núcleo vital del cubano”. Esto nos lleva a una tesis que considera que el espacio fuera de Cuba no se ve como una proximidad, sino como una apertura peligrosa, un refugio que da cabida a una psicología narrativa de estancamiento.

Si hemos creado espacios que se asemejan a las atmósferas espaciales del archipiélago, es porque estamos enfocados en contenidos inmunológicos más que psicosociales, los cuales dominan las narrativas de los exiliados. La inquietud está vinculada al historicismo y la ligereza, pero también implica observar la naturaleza narrativa y espacial de las arquitecturas habitables, de la existencia misma en el mundo. De ahí que la cubanidad contemple tanto la lejanía como la proximidad. Ser cercano: es la naturaleza de una forma de vida en un espacio que se traduce en inmunidad cultural.

Sin una perspectiva narrativa esclarecedora, la vida en el exilio y la diáspora carece de una teoría espacial. ¿Nuestra intimidad se ha transformado según el espacio? ¿Qué significa vivir en un espacio distante de la isla? ¿Por qué nos alejamos de la cercanía que se origina? El sentido común de la cubanidad, frecuentemente cuestionado por un referéndum narrativo, estaría destinado a una transculturación del espacio: al desplazarnos de un lugar a otro, transportamos el espacio mismo. Aquí es pertinente lo que Bachelard menciona sobre la poética del espacio y la fenomenología de la circularidad: das Dasein ist rund.

La Primera Convención de la Cubanidad en la diáspora tiene como objetivo entrelazar y discutir, mediante el debate intelectual, dos formas de existencia en la historia y el espacio. En esta primera edición, que se llevará a cabo en Miami el 28 de enero de 2018, los exiliados cubanos podrán abordar temas como la legitimidad de la cubanidad (la cualidad de ser cubano en el espacio) como historia u ontología, como racionalidad o poética. Las narrativas sobre la esencia de la cubanidad están estrechamente ligadas a la producción de conocimiento y a las nuevas tematizaciones que surgen del historicismo.

Lo esencial de cualquier evento cultural radica en su génesis, en el acto de creación que debe generar. En ese momento inicial, nadie sabe más que lo que ya ha comenzado.

Cualquier debate, expresión o comunicación carece de valor ante la pluralidad de refugios. La Convención debería centrarse en el acto de comenzar. En ese punto inicial, descubriremos qué será lo primero: la experiencia de protegernos bajo los golpes del paraguas.

La cubanidad, en última instancia, es el producto del mestizaje, el nacimiento en esta tierra. Desafortunadamente, para la clase criolla y nacional, se ha convertido en un concepto político, utilizado para moldear el discurso político a través de la cubanidad. La criatura que nace, el niño que debe crecer a pesar de los desafíos naturales, se ve invadido por la sensación de abandono.

Por lo tanto, la cubanidad se convierte en una narración, una fabulación, para encubrir el proceso de nacimiento y crianza del niño, a quien se le niega la inclusión en la política.

¿Qué nos queda después de la Primera Convención de la Cubanidad? La dirección en el espacio es infinita. Sin embargo, debido a la falta de una orientación real, nos encontramos en un punto en el que el presente se revela confuso al tratar de comprender la «historia del claro», el temblor, en el contexto de la aparente dinámica del multiculturalismo y el cosmopolitismo cultural en el que vivimos.

El verdadero problema impulsado por la globalización actual no es intentar difuminar las fronteras civilizatorias mediante representaciones culturales, como postula un sector intelectual dominado por el universalismo y el anti-nacionalismo. Aunque todos los puntos de la Tierra estén conectados de manera instantánea, el verdadero desafío de la globalización no radica en esa conexión, sino en las culturas mismas: no es un choque entre civilizaciones, sino un enfrentamiento onto-histórico entre el pasado y el futuro, que se traduce en la lucha entre el conservadurismo y la modernización según lo percibe cada individuo dentro de su cultura actual.

La rivalidad esencial se manifiesta en el campo de las definiciones inmuno-culturales-nacionales, no en el ámbito universal. Como quedó demostrado en el Gran Panel de la Primera Convención de la Cubanidad, dos fuerzas rivalizaron en torno a los supuestos ontológicos y definitorios de la cubanidad, generando finalmente una colaboración entre formas. ¿Es que un mundo basado en un sistema ético-político de narración y construcción de significados será capaz de mantenerse frente a las diferencias?

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