La antorcha perdida de la poesía (fragmento)

Por El Poeta en Actos

La poesía ha perdido sus días de gloria. En manos de unos torpes se ha dañado su dignidad. Hoy no contiene valor significativo, ninguna búsqueda fundamental: no señala ningún misterio sobre la vida. Quizás por esta razón el público en general no lee poesía. Le aburre la idea de que estamos sujetos a la desesperanza, a vivir una vida sin sentido. Fatalmente, un reducido grupo de poetas ha terminado leyéndose a sí mismo.

    La poesía se ha transformado en un ritual sinfónico que apoya la filosofía del suicidio, la melancolía y una actitud trágica ante la vida. La poesía hoy no contiene asidero, impulso poético, para entender y trascender la abulia existencial. La poesía es hoy un mito; un mito empobrecido para sostener la caridad y el desosiego. Es dada a recibir a cambio de algo. Constituye una transacción manufacturada en el mercado de la existencia, sobre todo en el desconcierto en que transcurre la conciencia humana.

    Hubo un tiempo en que la poesía portaba una antorcha. Eran momentos de encanto, de fiesta, porque la poesía, en el verdadero sentido de la palabra, postulaba una búsqueda sincera de la “verdad”. No quería limitarse a pensar, a filosofar, sino a amar la vida, a celebrar el misterio. El misterio de la vida era su amor. Pero la antorcha pasó olímpicamente a otros y se apagó. El acto poético, el impulso poético, desaparecieron. Hoy nos cuesta reconocerlos porque los nombrados “grandes poetas” modernos no son más que excéntricos comprometidos con el lenguaje. No les interesan la Existencia en sí misma, sino la palabra “existencia” y cuantas formas verbales puedan utilizar de acuerdo al contexto y al significado. No le llamaría a esta tradición de “poetas”, sino de “sofistas”.

    La poesía hoy es un resultado del sofismo más irreverente y petulante. Vive fingiendo la vida través de las palabras. De hecho, un ladrón pudiera decir: Yo cumplo con robar, pero es la poesía quien me lo ordena. La poesía de hoy se ha vuelto eso: una bonita manera de fingir, de justificar por qué no se ha hallado salida a la angustia existencial. No tiene ningún interés en la “verdad”. Ellos, los nuevos sofistas, retiraron del espacio poético su impulso, su Élan vital, su inocencia, y lo ocuparon con el lenguaje. Ha sido el acto suicida más importante de nuestra época.

No fue la filosofía existencialista la que creó la “irremediable vacuidad” de la vida. Fueros los nuevos sofistas, los poetas, con su desmedido acento en las palabras, los primeros en señalar ese punto sin retorno al que está abocada la humanidad. Al apagar la antorcha de la poesía, abrieron el hoyo, la brecha de la “vacuidad”. Sienten que están haciendo algo hermoso con el lenguaje. Se sienten hegelianos en el sentido de que, mientras más extravagantemente usen el lenguaje, más profundidad habrá en lo que dicen. Pero es sólo una sensación.

Hubiera sido mejor continuar aquellos tiempos de gloria en que la poesía era una búsqueda perenne de la verdad, toda la magia que impregnaba al poeta en actos.

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