Kafka y revelación de ultratumba

A principio de este siglo, en medio de una turbulencia política, visité la ciudad de Praga para intentar participar en el Congreso anual de pensadores nóveles, 2007. La cuestión resultó insatisfactoria porque no pude entrar en el recinto donde se desarrollaba el Congreso, pues una turba disimulada de neo marxistas impidió mi entrada. No sé cómo lo supieron, pero de ante mano se enteraron de que yo pretendía exponer una ponencia sobre la refutación del marxismo desde la gaya ciencia. No me quedó otra alternativa que convertir el viaje en una visita turística.

En cinco días visité Praga, las ciudades y monumentos históricos, pero me detuve particularmente en el cementerio donde reposan los restos mortales del escritor Frank Kafka. Allí, al lado en la tumba de Kafka, viví los días más interesantes de la mediología. Conecté con el espíritu de Kafka y sostuve un diálogo que solo los muertos saben emprender.

Advierto que nací en una ciudad caracterizada por la muertería, donde el muerto es más importante que el vivo. El muerto decide la vida del vivo. (así se explica en término religioso una zona cultural de Guantánamo, Cuba). Es más, soy el muerto vivo teórico que vive la plenitud de la muerte. Por esa condición de muertos, Kafka me reveló aristas de su vida intelectual evocada desde la tumba.

Kafka me dijo:

«Nunca -me dijo- fue mi intención titular la novela La metamorfosis. Siempre imaginé La pedamorfosis. Además, metamorfosis es una palabra áspera, poco poética. Meta puede significar sobre o más. Y yo no estaba interesado en ninguna trascendencia, ni en la evolutiva, ni en la creacionista. Mis expectativas para con los lectores fue siempre ontológica, «ser en un lugar». Siempre pensé en Pedomorfosis, un término cuyo contenido encontré en las descripciones del biólogo Julius Kollmann Anatomía plástica y cuerpo humano para señalar la realidad que nos compete. La primera palabra tenía carácter de época, sabor metafísico en boga. Cuadraba bien con las expectativas de los lectores de entonces. Gregorio Sansa fue un buen chico, muy disciplinado, que descubre un buen día que los hombres son parte de la rama extendida de la domesticación animal, donde prevalece el carácter de la hominización. Sueña y en la mañana se descubre que todavía es un animal. Todavía es una forma del retardo de la infantilización. Por eso usé -sentenció Kafka- la metáfora del incesto».

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