Kafka (Literatura y entrenamiento)

Por Galán Madruga

Compañeros escritores y escrituratos...

«…toda mi forma de vida está centrada exclusivamente en la creación literaria…”, escribió en una misiva Frank Kafka en 1912, según relata Elías Canetti. Ahora bien, si los escritores de hoy pusieran atención a la frase «forma de vida» en la cita de arriba, entenderían de una vez en qué consiste la literatura como «forma de existencia» o como «forma kafkiana». Entenderían que la literatura, al igual que otras formas de vidas corrientes, constituye la autoformación del sujeto como «escritor de habilidades» o como alguien que ha recibido suficiente «entrenamiento», poder para escribir textos literarios. 

Así quedaría traducida la cita de Kafka: «… todo mi entrenamiento en la vida está centrado exclusivamente en la creación literaria…». Es un descubrimiento increíble: «no hay actividad artística que, a causas de las obligaciones de entrenamiento que unilateralmente la absorbe, no traiga consigo una segunda seria de entrenamiento aun no señalado». Pero esta actividad artística conlleva en Kafka un entrenamiento para alejarse de la vida. Una suerte de epojé al estilo de suspender el juicio. Hay prueba de que Kafka due un ferviente admirador de la gimnasia e incluso un practicante de la misma.

‘Escritura’, ‘reescritura’, términos mal llevados y traídos por la preceptiva literaria actual, son para Kafka formas positivas, progres, creaciones resultantes después de un arduo ejercicio ascético. Quien no esté consciente, alerta, despierto ante su ‘forma de vida’ como alguien que exhibe habilidades para escribir más de lo normal, jamás entenderá qué significa para el narrador La metamorfosis.

Ese relato, mediante el cual Kafka pasó a la inmortalidad literaria, registra el deseo del hombre moderno (Gregorio Samsa) de naturalizar la ascesis, hacerlo vulnerable y asequible en un ambiente profano, transformando los límites del dominio de la forma de vida monacal por la democratización de la ascesis en el mundo de masas.

Aquí resuenan aquellas palabras de Nietzsche en Aurora, que Kafka nunca dejó escapar:

«No pueden sustituir al hábito de ese mecanismo sutil y complejo que hay que poner en marcha para que algo pueda pasar de la representación al acto. Ante todo, son las obras; es decir, ¡el ejercicio, el ejercicio y el ejercicio! La fe que necesitamos se nos dará por añadidura. ¡De eso podéis estar seguros!».

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