Por Waldo González López
En el 2006 iniciaría su creación literaria con la gustada novela Me lo contó Juan Primito, y en el 2020 publicaría [y reeditaría en el 2021], siempre por la Editorial Letra Minúscula, sus Memorias de Juan Primito que constituye otra buena muestra del talento escriturario del popular actor Daniel García, a quien conocí ¿en 1971?, cuando laboré en la mejor compañía escénica de Cuba: Teatro Estudio, que dirigiera la relevante actriz, directora escénica y general Raquel Revuelta.
Asimismo, los coincidimos en la Escuela de Letras de la Universidad capitalina, donde Mayra del Carmen y yo cursábamos Licenciatura en Literatura Hispanoamericana y éramos trabajadores-estudiantes, como el propio Daniel y otros colegas de las letras, la escena y la TV, entre los que recuerdo, con afecto, al dramaturgo y director escénico Héctor Quintero, quien luego sería vecino nuestro y Mayra del Carmen, «mi editora preferida», según solía llamarla cada vez que se encontraban en el barrio o en los teatros.
Por cierto, el relevante autor de la exitosa Contigo pan y cebolla —entre otras singulares comedias que dirigiera— era ¿odiado… o envidiado? por ciertos krítikos, «¿especialistas»?, mínimo haz de autosuficientes ad summum, que suponían conocerlo todo por lo aprendido en sus estudios teatrales, en el Instituto Superior de Arte; mas, su absurda actitud de ignorar la literatura y otras disciplinas afines, se contraponía con sus «cultos afanes…¿críticos?»…
Kríticos de la Metatranca eran ¿o son aun? denominados por los actores y directores escénicos, en franco rechazo a sus propositos de estar en la «última onda», para lo que se valen del Metalenguaje et al términos adoptados y adaptados de ¿lecturas? de semióticos como Eco y Chomsky; pero que, por retorizar la necesaria comunicación y comprensión con el presunto lector, desempeñan una falaz e inútil labor en contraposición con el objetivo de la tarea emprendida.
Y es que la crítica teatral, literaria o de arte, se escribe y se publica para orientar, no para aparentar y confundir, tal ¿creen? tales personajillos, sin llegar al meollo de los temas que difunden y confunden a quienes, apenas iniciada la lectura de sus galimatías/¿artíkulos?, los abandonan.
Mas, regreso a Juan Primito y Daniel García, tema que ocupa mi crónica:
Divididas en 34 amenos capítulos, las Memorias de Juan Primito, alter ego de Daniel García, conforma un atendible volumen: grata cornucopia de recuerdos y evocaciones, crónicas y minirrelatos, ilustrados con fotos de y sobre el dueto Juan/Daniel que se integran con acierto en esta lograda ¿autobiografía?
En sus casi 200 páginas, el logrado dueto: Daniel y Juan narra al lector su afán, denuedo y esfuerzo, primero por formarse como cantante y luego, como actor, propósitos que lograría, sin duda, gracias a su empeño y sacrificio, loable tarea si las hay, pues no es fácil forjarse sendas carreras en ambas profesiones, sin previos estudios.
De tal suerte, narra que, desde fines de los ‘60s como integrante del entonces aficionado cuarteto Los Dimos, conocerían a dos entonces jóvenes figuras del la canción: Pablo Milanés (del que montarían dos de sus hermosas canciones: «Yo no te pido» y «Ya ves»), como Beatriz Márquez, recién graduada en la Escuela Nacional de Música, de la Escuela Nacional de Arte, donde poco tiempo atrás ofrecía —guiada por el talentoso pianista Andres Allen— gratuitos recitales a sus condiscípulos, entre quienes disfrutaba este cronista, entonces estudiante de la Escuela Nacional de Artes Dramáticas.
Asimismo, ya en 1969 Los Dimos ofrecerían recitales en la Sala Hubert de Blanck, sede de Teatro Estudio, cuando a un tiempo comenzaría su vínculo con la escena, laborando en obras como «Imágenes de Macondo» [a partir de la obra de García Márquez], «Las tres hermanas» [Chéjov, mediante] que, dirigida por el gran realizador y actor Vicente Revuelta, pienso que sería tal puesta decisiva motivación para dedicarse a la escena. Por fin, se profesionalizan y comienza una intensa labor con recitales por el país, programas de TV, espectáculos musicales con otros artistas en grandes escenarios y cabarés. De aquella etapa formadora y decisiva, Daniel evoca a dos trovadores que, por entonces, comenzaban sus exitosas carreras y cuya amistad comparto con el actor/trovador, pues eran colegas del cuarteto: Mike Porcel y Pedro Luis Ferrer, ambos residentes en el extranjero: Mike en Miami, y Pedro Luis, en España.
Asimismo, en su libro, Daniel aborda un grave hecho acontecido durante el “decenio gris de la cultura cubana”, cuya crueldad, casi destruye el valioso movimiento teatral en Cuba: la estalinista “parametración” de actrices y actores, obligatorio úkase impuesto por el Zar tropical: absurda medida que consistía en lo siguiente: si un actor o una actriz recibía un tenebroso telegrama, le caía el estigma de la sospecha: ¿tendría supuestas “conductas” homosexuales? Enseguida, era expulsado de la compañía y enviado a su casa, sin la necesaria retribución salarial.
Igualmente, hubo proyectos y espectáculos temidos por los estúpidos [des]dirigentes, quienes seguidores del realismo socialista, sin indagar su origen ni siquiera presenciar los presuntos estrenos, los cancelaban, solo por el temido término de experimentales, como el importante grupo creado por Vicente Revuelta, quien, a partir de la escuela del prestigioso teórico y director polaco Jerzy Grotowski, conformaría la valiosa aventura del Grupo Los Doce, con figuras de la escena, como José Antonio Rodríguez, Flora Lauten, Tomás González y Carlos Pérez Peña, entre otros, uno de cuyos ensayos pudo disfrutar este cronista, antes de su pronta eliminación.
De memorables puestas, en las que participara, nos refiere Daniel, quien tuvo el apoyo de grandes directores de la compañía, como Raquel Revuelta, Berta Martínez y Hector Quintero, quienes lo incluirían en significativos montajes, como entre otros, Concierto barroco, La verbena de la paloma y Algo muy serio, con algunos de los que Teatro Estudio mostraría su prestigio en festivales internacionales (Cádiz, España), como en giras (la ex Urss, Moscú) y en Cuba, donde Algo muy serio, lograría uno de los numerosos éxitos de público y crítica del más representado dramaturgo cubano Héctor Quintero, autor de Conrigo pan y cebolla.
Asimismo, relata su llegada a La Florida: a Miami y Tampa, donde reside desde noviembre de 1992. Aquí ha realizado —como la mayoría de los que enfrentan el «duro oficio del exilio», tal definiera su volumen el poeta turco Nazim Hikmet (1902-1963)— infinidad de trabajos alejados del arte, lo que no le he hecho menguar su decidida vocación artística, como cantante, actor y humorista.
Así, en Miami, ha limpiado alfombras, pintado casas, conducido un van, entregando paquetes, vendiendo aspiradoras, como ha sido redactor de una revista y corrector de español en otra; y, en Nueva York, sería vendedor en una tienda de productos electrónicos, pero un momento de alta valía fue su vínculo con la prestigiosa compañía Teatro de Repertorio Español, con la que girara por varias ciudades del país.
Otros momentos loables de su fértil laboreo creador sería la producción del CD de poemas y canciones: Versos del alma, con las excelentes voces de Mike Porcel e Ivette Cepeda. Mas, en el caso de Mike —al que admira desde décadas atrás— también coproduciría el valioso documental sobre la dura vida del gran cantautor, quien fuera traicionado por sus «queridos colegas» de la ya en plena decadencia ¿Nueva Trova?: Sueños al pairo, de los videoastas José Luis Aparicio y Fernando Fraguela, censurado en la Muestra Joven ICAIC 2020, en otro acto de repelente felonía cometido por el castrismo.
Debo decir que comparto con Daniel la admiración por el que yo denominara «El mejor trovador de la hoy exangüe ¿Nueva? Trova», tal escribí en «Mike Porcel: Sus genuinas tonadas y versos», publicado en la web Palabra Abierta, en abril de 2020, reproducido en el blog Ego de Kaska, abril de 2021 e incluido en mi volumen de ensayos: La Poesía: esa voz que llega a nosotros (Ilíada Ediciones, Col. Cuadernas, Alemania, 2021).
De ello y de otros muchos aspectos de su nada fácil existencia, llena de sorpresas, anécdotas y situaciones, cuenta el célebre Juan Primito-Daniel García, con humor y, sin asomo de mal gusto ni vulgaridad, acorde con las pautas que el primer gran filósofo del siglo XX: el francés Henri Bergson (1859-1941), nos dejara en su incambiable ensayo La risa. Justamente en su rotunda obra, el asimismo Premio Nobel, al mezclar análisis sicológico, sociología, filosofía y ciencias naturales, lograría el estupendo volumen que, desde su aparición, constituye una pieza clave en el tema por su sencillez y diafanidad: un clásico.
Mención aparte merecen los minicuentos de Daniel, que acaso prefiguraran en él «La soledad del narrador de fondo» —parafraseando el título del inglés Allan Sillitoe (1928-2010): llevado a la cinematografía británica en una adaptación del cuento homónimo del propio Sillitoe, cinta dirigida por Tony Richardon—, acorde con la muy personal y oculta tarea del escritor, labor denominada por el Premio Nobel colombiano García Márquez «el oficio más solitario del mundo», por supuesto, pasión preferida desde joven por quien escribe esta crónica.
Y no es gratuito el símil con el segundo título de Sillitoe —quien iniciara su creación con Saturday Night and Sunday Morning, en adaptación al filme dirigido por Karel Reisz en 1960. Porque el actor/narrador cubano, vive y se desvive por las letras, sobre todo en Miami, quizás siguiendo los pasos de otros tres actores-escritores que le antecedieron, tales:
James Franco (apasionado de las letras y admirador de Marcel Proust, James Joyce y otros. El protagonista de 127 horas publicó en el 2010 la colección de cuentos Palo alto); Hugh Laurie (El conocido actor de cine, teatro y televisión, quien asimismo canta, compone, toca el piano y, además, escribe gustadas novelas. El intérprete británico da vida al popular Dr. House, y en 1996, publicó su primera novela El vendedor de armas, thriller sobre un ex capitán del Ejército Británico que es contratado para cometer un asesinato) y, sobre todo, Steve Martin (Pionero del stand-up y canon de la comedia estadounidense, también afamado novelista y dramaturgo, quien comenzaría a inicios de los ‘90s, cuando colaboró con textos para el diario The New Yorker, después sería la pieza Picasso at the Lapin Agile, hasta publicar sus novelas: Shopgirl (2000), The Pleasure of My Company (2003) y Un objeto de belleza (2010).
Por su brevedad y absoluta síntesis, los suyos resultan minirrelatos que él —con la modestia que falta a algunos de sus ¿colegas?— denomina tres «Cuentecitos»: dos eróticos: «Cuentecito de amor. La Habana 2035» y «Cuentecito de humor Naranja agria», mientras el tercero incursiona con tino en el absurdo: «Cuentecito de horror La Habana Año 2045»; pero, en todos corrobora su talento literario, tal afirmo al inicio de mi crónica.
Cuentos que son, a un tiempo, crónicas, o viceversa, pues ambos son los «géneros» periodísticos más próximos; mas, es fusión sin confusión, tal suele suceder en los mejores ejemplos.
Pero hay más: sus Memorias… constituyen, a un tiempo, las de Teatro Estudio durante la época en la que el intérprete desempeñara sus aplaudidos personajes de varias obras y puestas que, dirigidas por la canónica Berta Martínez, no solo triunfarían en Cuba, sino además serían llevadas a otros países por la afamada Compañía, de la que este cronista guarda muy gratos recuerdos, no solo porque allí laborara como musicalizador cerca de dos años, sino también por ser, desde antes y siempre, fiel espectador de sus estrenos, que cronicara y publicara en la prensa.
Y no menos recuerdo de aquel tiempo admirados intérpretes, como entre otros, Paula Alí, Miriam Learra, Amada Morado, como Adria Santana, Micheline Calvert, Luisa Pérez Nieto, Doris Gutiérrez y José Raúl Cruz (con quienes estudiara en la Escuela Nacional de Teatro), al igual que Francisco (Pancho) García y Nieves Riovalle, por solo evocar dos cercanos.
Y ya finalizo mi crónica, escrita con la satisfacción de ver el desarrollo del Daniel García, narrador, quien ya propone un nuevo título: Todo el mundo sueña, que pienso pronto leer.
En fin, para quien ama la crónica, suerte de casi cuento —cuyo ejercicio yo iniciara décadas atrás en la sección homónima de la revista Bohemia— bien valen la lectura y el disfrute que les proporcionan Daniel García y su alter ego Juan Primito en las logradas Memorias… de ambos y el mismo: el actor y el escritor, aquí felizmente fusionados.