Por Ángel Velázquez Callejas
Entre los documentos recuperados tras la caída en combate del prócer independentista Carlos Manuel de Céspedes, ocurrida el 27 de febrero de 1874 en San Lorenzo, se encontraban diversos manuscritos que formaban parte de sus pertenencias personales. Estos papeles, incautados como botín de guerra por las fuerzas del ejército colonial español, incluían varias libretas de notas redactadas a modo de diarios personales y de campaña, cuyas fechas de elaboración oscilaban entre los años 1872 y 1874[1].
El conjunto más conocido de estos escritos ha sido denominado por la crítica historiográfica y literaria como el Diario Perdido, y, hasta la fecha, ha conocido al menos cinco ediciones. Se trata de dos libretas de anotaciones: la primera, compuesta por 136 folios, cubre el periodo comprendido entre el 25 de julio y el 6 de diciembre de 1873; la segunda, de 88 folios, continúa la crónica desde el 6 de diciembre de ese mismo año hasta el día de la muerte del autor, el 27 de febrero de 1874[2].
La historia de la recuperación y circulación de este documento fundamental para la historiografía cubana es compleja y, en muchos sentidos, sintomática de las tensiones entre memoria patriótica, apropiación colonial y disputas por el control de los archivos. En 1894, el brigadier Julio Sanguily Garritte, figura destacada de la gesta independentista, adquirió el Diario a través de una transacción de compra-venta con el Ejército español. Según los testimonios publicados hasta hoy, este episodio marcó el inicio de una cadena de custodios que garantizaron, con mayor o menor éxito, la conservación del manuscrito[3].
A la muerte de Julio en 1906, el documento pasó a manos de su hermano Manuel, quien a su vez lo transfirió en vida a su hijo Manuel Sanguily Arzti en el año 1925. Posteriormente, en 1946, la viuda de este último confirió el legado documental al historiador y diplomático José de la Luz León, quien se convirtió en su último guardián. Tras su fallecimiento en 1981, fue su viuda, Alice Dana, quien, en cumplimiento de una cláusula testamentaria, depositó el diario en un sobre cerrado en la Oficina del Historiador de La Habana. En la cubierta del sobre, una nota manuscrita consignaba: «Estos papeles son de mi patria».
La primera edición impresa de estos manuscritos vio la luz en 1992 en España, bajo el sello de la Imprenta Malmierca (Zamora), con un prólogo de la reconocida historiadora Hortensia Pichardo y bajo el título El diario perdido[4]. Ese mismo año, dos ediciones cubanas aparecieron de manera casi simultánea: una auspiciada por la casa editorial Publicimex, y la otra por la Editorial de Ciencias Sociales. Ambas incluyeron prólogo de Pichardo, una presentación de Abel Prieto, así como un ensayo introductorio del Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal[5]. Dos años más tarde, en 1994, se publicó una reedición, y en 1998 se dio a conocer la versión más completa hasta la fecha, editada por Ediciones Boloña (Oficina del Historiador de La Habana), que incorporó documentos inéditos y textos de referencia adicionales, constituyéndose así en la edición crítica más ambiciosa[6].
No obstante, y como ha señalado la historiadora Yolanda Díaz Martínez, existen antecedentes documentales relevantes que no fueron incluidos en ninguna de estas ediciones. En el Archivo Nacional de Cuba se conservan los originales de un fragmento del Diario de Operaciones de Céspedes, correspondiente al período del 24 de julio de 1872 al 1 de enero de 1873. Dicho documento fue publicado de forma muy limitada en 1964 por el Instituto de Historia de la Academia de Ciencias de Cuba[7], por lo que hoy constituye una rareza bibliográfica de notable valor historiográfico.
En efecto, se trata de los mismos fragmentos a los que hace alusión Hortensia Pichardo en el prólogo a la edición española de 1992, donde afirma que el Instituto de Historia había divulgado esos textos como parte del esfuerzo de recuperación documental del legado cespediano[8]. No obstante, dichos fragmentos —relativos al período de 1872-1873— no fueron incluidos en la edición cubana de El diario perdido, centrada exclusivamente en los apuntes de 1873-1874.
Abel Prieto, en su presentación para la reedición de 1994, también alude a estos documentos al señalar que, hasta el momento, solo se conocía el diario comprendido entre el 24 de julio de 1872 y el 1 de enero de 1873, que había sido donado al Archivo Nacional de Cuba por Alba de Céspedes. Este fragmento, según indica, presenta lagunas notables, sobre todo en las páginas correspondientes a diciembre de 1872. Por medio de una carta dirigida por Céspedes a su esposa Ana de Quesada, se tiene constancia de que en 1871 ya había iniciado un cuaderno de reflexiones, lamentablemente extraviado con posterioridad[9].
Por otra parte, los fragmentos de 1871-1872 tampoco fueron recogidos en la edición aumentada y corregida de 1998, a pesar de que habían sido publicados en 1974 en el volumen Carlos Manuel de Céspedes. Escritos, v. 1, Editorial de Ciencias Sociales, bajo la edición de Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, a partir de materiales conservados en el archivo personal de Manuel Sanguily[10]. Posteriormente, en 1978, Mayra Díaz Arango editó nuevamente estos fragmentos bajo el título Diario: julio de 1872 a enero de 1873 (Editorial de Ciencias Sociales, 94 págs.)[11], consolidando así su circulación en el campo académico.
El antropólogo y ensayista Joel James Figarola conoció esta documentación y elaboró un valioso estudio, publicado en la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí (año 82, 3ra época, número 1-2, 1991, págs. 73-89), donde reflexionó sobre las dimensiones existenciales, políticas y éticas del diario cespediano[12]. Su ensayo ha sido transcrito íntegramente, sin alteraciones, y se publica ahora bajo el sello editorial Exodus, con la debida autorización de su familia, a quienes agradecemos los derechos de publicación.
Las reflexiones de Joel James sobre el Diario de Campaña de Céspedes (1872-73) ofrecen una interpretación sugerente de los elementos simbólicos y filosóficos que atraviesan la escritura del prócer. Según James, en los primeros momentos de la llamada Guerra Grande, la experiencia de lo bélico adquiere una carga sangrienta y escatológica que sobrepasa incluso la intensidad del conflicto de 1895. No obstante, en medio de esas contradicciones internas entre facciones del movimiento independentista, el Diario se erige como un documento clave para comprender el surgimiento de una voluntad nacional, una forma inaugural de autoconciencia colectiva: la emergencia de un ser para la muerte Cuba —expresión que remite, en clave heideggeriana, a la constitución histórica del sujeto cubano en medio del abismo—.
Joel James plantea que aquellos hombres, protagonistas del diario, se encuentran situados en un momento de absoluta inestabilidad histórica, un punto de inflexión en que los referentes anteriores pierden vigencia, y el porvenir depende enteramente de las decisiones que se tomen en el presente revolucionario. Esta caracterización sitúa al Diario como una manifestación ontológica del devenir cubano: el ser histórico se revela en sus contingencias, y la nación —entendida como proyecto político y espiritual— se forja a través de la guerra, la contradicción y el sacrificio.
La lectura que propone Joel James se inscribe en una genealogía crítica de la historiografía cubana que, más allá del dato empírico, interroga el sentido profundo de los textos fundacionales. Desde esta perspectiva, el Diario cespediano no es solo un testimonio de época, sino una de las primeras configuraciones simbólicas de la cubanidad en lucha: un acto de escritura donde la subjetividad revolucionaria se plasma en medio de la violencia, la esperanza y el desencanto.
[1] Hortensia Pichardo, Prólogo a El diario perdido, Carlos Manuel de Céspedes (Zamora: Imprenta Malmierca, 1992), 7–12. También: Fernando Portuondo, “Introducción,” en Escritos de Carlos Manuel de Céspedes, vol. 1 (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1974), 13–27
[2] Yolanda Díaz Martínez, “Los manuscritos de Céspedes: El Diario perdido,” en Carlos Manuel de Céspedes: El Diario perdido, ed. Ediciones Boloña (La Habana: Oficina del Historiador, 1998), 9–11. También se puede consultar el ensayo de Eusebio Leal en la misma edición, donde se detalla la división de los cuadernos por fechas.
[3] Julio Sanguily Garritte fue identificado como poseedor del manuscrito en diversos trabajos historiográficos. Véase: Luis A. Aguilar León, “El diario de Carlos Manuel de Céspedes: historia de una recuperación,” Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, 3ra época, año 80, núm. 2 (1989): 45–59. Sobre el depósito en la Oficina del Historiador de La Habana, ver también: Eusebio Leal, Carlos Manuel de Céspedes: el diario perdido (La Habana: Boloña, 1998), 14–15.
[4] Carlos Manuel de Céspedes, El diario perdido, pról. de Hortensia Pichardo (Zamora: Imprenta Malmierca, 1992).
[5] Ibid.; también véase ediciones cubanas: El diario perdido, ed. por Publicimex y Editorial de Ciencias Sociales, 1992.
[6] Carlos Manuel de Céspedes, El diario perdido, edición ampliada y corregida (La Habana: Ediciones Boloña, 1998).
[7] Yolanda Díaz Martínez, en referencia al Diario de Operaciones de Céspedes, conservado en el Archivo Nacional de Cuba y publicado en tirada limitada por el Instituto de Historia, Academia de Ciencias de Cuba, 1964.
[8] Pichardo, prólogo a El diario perdido, ed. Malmierca, 1992
[9] Abel Prieto, presentación a la edición cubana de 1994 de El diario perdido, Editorial de Ciencias Sociales
[10] Carlos Manuel de Céspedes, Escritos, vol. 1, ed. Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1974).
[11] Mayra Díaz Arango, Diario: julio de 1872 a enero de 1873 (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1978).
[12] Joel James Figarola, «Acerca del Diario de Campaña de Carlos Manuel de Céspedes (1872-73)», Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, año 82, 3ra época, núm. 1-2 (1991): 73-89.