Por Lic. Liannys Lisset Peña Rodríguez
Felipe Alarcón no me ha revelado aún, si al enfrentarse ante el lienzo primigenio acude a las musas. Imagino que si así fuera, estas no sean las típicas féminas portadoras del arpa, de rostro angelical, mirada tierna o figura refinada; que brindaron su discurso en silencio, con la mirada, el cuerpo, las poses. No se me ocurre nadie mejor que esas mulatas de curvas agrestes, libertad sofocadas, caderas rotundas que dieron lugar a la simiente de la que el mismo proviene; pero al estudiar sus trazos, pincelada atrevida, estructuras libres; en las que se combina el argot antiguo, clásico y la contemporaneidad, en un mismo plano; asumo no existan otras musas que Sofonisba Anguisola, Bérthe Morrison, Nancy Esperó o Remedios Varo, que instaladas a su vera, construyen cada forma o discurso, lejos de las alusiones machistas que han caracterizado la polución de imágenes femeninas a lo largo de los siglos. Sí, porque en esta actual propuesta plástica “Renacimiento de la Utopía” este artista pinta sobre la mujer, su papel dentro de la Historia del Arte, no solo como objeto de representación, sino también como artífice.
La historia de las mujeres transcurre desde los tributos a la fertilidad, los espacios privados, confinamientos domésticos, celdas de clausura; como artistas, activistas sociales, e íconos del consumo mediático. Datos que son puestos a nuestra disposición a partir de la historiografía que han llevado a cabo féminas, en su mayoría, buscando reivindicar y arrojar luz sobre este tópico; en su momento silenciado por discursos masculinos. En ese sentido la obra de Alarcón funciona como un documento pictórico, pero fuera de las demarcaciones o rigideces de la historiografía. Propone regresar en el tiempo, ilustrar un pasado que escapa ante un efímero presente, para ello se vale, en cada una de sus escenas de la pintura como símbolo. Un ente que ostenta la capacidad de remitir a múltiples concepciones y connotaciones.
La caudalosa circulación de imágenes permite reconocer la metodología del artista; una obra avocada al estudio antropológico, los rasgos etnosociológicos, históricos y culturales. Toda esta información extraartística es materializada a través de la figuración, que no escapa a la búsqueda del placer retiniano: la pintura como un acto para revivir experiencias personales, e inquietudes investigativas, mezcladas con un sentido evocativo, espiritual; que intenta, además, generar en el espectador un tipo de vinculación íntima con el hecho pictórico y su trasfondo.
Para Alarcón, al igual que para Ellen Gallangher o Adriana Varejao, el collage es el elemento que estructura sus espacios pictóricos, le permite el diálogo con múltiples definiciones y visualidades. En sus obras principios asociados a la identidad, la asimiliación, la antropología como acercamiento a la herencia historica y cultural se presentan sugeridos a través de símbolos, códigos; orientados y visibilizados a partir de la conjunción armónica, entre técnicas plásticas de matiz contemporánea.
Como atestiguando la infinitud de formas que adquiere el acto pictórico, las creaciones de este artista, (…) operan sobre algo y funcionan como una afirmación acerca de la naturaleza de nuestra existencia[1] (…) cada una de ellas descubren un paisaje dinámico en el que los elementos estructurales crean centros de fuerzas, cuya influencia se percibe más allá de los límites planimétricos. Nos remite a una intención alejada del puro visibilismo o el “recurso de lo conceptual”; obligado canon que privilegia las prácticas artísticas actuales.
No apela a la narración como ardid, existe un juego semiótico que permite la asociación de contenidos. En sus composiciones no se presentan imágenes literales, cada una de ellas, se contrapone entre una combinación de líneas negras difuminadas en gradaciones, logrando así, la delimitación de los espacios y la interacción de las zonas cromáticas. Existe una fuerte presencia del dibujo como elemento estructural, creando imágenes no literales, muy cercanas a Basquiat. Figuración que puede volverse grotesca, si no se perciben los moldes estéticos que influyen en el autor.
Siento que cierta poesía tensa los márgenes de cada espacio. Se advierte la huella de la particular utilización de los recursos formales, a la hora de estructurar las escenas. Sostiene en la construcción simbólica aquello que Arheim denominaría como la creación de experiencias o anécdotas visuales apoyadas en constructos intelectivos. De amplia gestualidad, combina abstracción y figuración. Precisa de las transparencias para lograr escenas traslúcidas, que permitan la visualización de la imagen anterior, cual pentimento.
En esta serie la mujer funciona como protagonista; pero su belleza, ni traspasa la lógica del individuo y ni se convierte en un ideal pictórico. Lejos de lo que sostiene Tatiana Sardá Yantén sobre el derecho de propiedad de los hombres artistas de la representación femenina en el arte, Alarcón hace un intento de actualizar este tópico a través de su pintura, como un agasajo. En este sentido la técnica no es sólo el soporte de la obra, sino la armazón conceptual: las expresiones artísticas a través de las que se involucra el creador.
Al articular sus imágenes donde las protagonistas son las mujeres, aboga por la reflexión en torno al tema de lo femenino y sus determinados roles. En sus lienzos se observan claramente a personajes insertos en la Historia del Arte oficial, no solo por su impronta como artistas, sino por toda la “legitimidad mediática” que han podido generar (Yoko, Frida, Gioconda, Venus..) En sus imágenes no literales obliga al espectador a crear sus propias formulas, relatos; a valorar cada uno de los fragmentos, como un ejercicio de percepción, reconocimiento y creatividad.
Es característico que dentro de sus representaciones, se disuelva y reconstruya el referente original; se explica con la presencia de los rostros, que pueden ser facilmente identificables por el espectador. Es como un tipo de retrato que transcurre entre cierto naturalismo con pinceladas sumamente atrevidas. Se apropia de figuras muy conocidas dentro de la mitología, clásica y contemporánea, reciclándolas, dando lugar al formato deseado: superposición plástica que funciona como una fragmentación.
La obra de Felipe Alarcón es capaz de sobrevivir en la ambivalencia que impone cuestionar y responder. Permite apuntalar hipótesis a través del recurso del signo. Remite a otras fuentes, otras historias. Funciona como un acceso directo a datos extrínsecos a su connotación material. En sus pinturas lo real deja de ser objetivo y natural, (…) deja de darse en su propia forma para convertirse en forma “mágica” de su “ mundo imaginario” (…) entonces estallan los colores, las formas. Se hacen diversos y ricos, como productos de esa misma “magia” de hacer de lo visto “arte[2]”.
[1] Arheim, Rudolp: “ Arte y percepción visual”. Alianza Editorial,S.A., Madrid. 2006
[2] Parafraseando a Luis Martínez Pedro. Entrevista realizada por Manuel López Oliva para compilación “El arte y los artistas”.
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