Por Ariel Pérez Lazo
El 31 de octubre es el día de Halloween, pero muy poco recuerdan la celebración a la que hace referencia el término, All Hollows Eve, la noche previa al Día de Todos los Santos. Esta última es una fiesta instituida por la iglesia católica hace ya varios siglos y su sentido de festividad constituía básicamente en una vigilia la noche de Halloween y al día siguiente asistir a misa y recordar a aquellos que murieron en gracia. De ahí que en países católicos como España y Latinoamérica, salvo la excepción de México, donde el Día de los Muertos tiene raíces indígenas, o incluso Alemania, donde católicos y luteranos por igual celebran la fecha (donde por cierto Lutero clavaria sus célebres 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittemberg) ha sido tardía la entrada del Halloween. En un contexto así no tenía sentido alguno y era más bien contraproducente disfrazarse de bruja o vampiro y poner decoraciones tenebrosas. Es sabido que la Iglesia católica cristianizo las celebraciones paganas como las de los celtas, pero esta referencia al mundo de los espíritus quedaba relegada a regiones distantes del Imperio Romano como Irlanda. Esto explica la ausencia «Halloween» en países católicos, entre ellos la Cuba pre-castrista e incluso durante este, por la inercia de aquel pasado católico, además de su carácter de ser una celebración anglosajona.
Sin embargo, la celebración ha hecho su entrada en la Cuba contemporánea. El pasado sábado se celebró un concurso de disfraces por Halloween con disfraces en el teatro Maxim de La Habana, este último por supuesto administrado directamente por el estado y que ha sido una especie de reducto para los que gustan de la música rock en un país donde la música urbana es de una popularidad arrolladora. Uno de los jóvenes asistentes apareció disfrazado de oficial nazi y resulto el disfraz ganador del certamen. A las pocas horas alguien lo delato a la policía y posteriormente el Instituto Cubano de la Música apareció informando que el teatro quedaba cerrado por tiempo indefinido hasta que se esclarecieran los hechos. La justificación de esta medida fue basada en lo que denominan «colonialismo cultural» en el acto de premiar el disfraz nazi. Lo comparan al incidente en el Halloween del año pasado en que un grupo de jovenes en Holguín entró a un parque disfrazado de Ku-Klux-Klan. La embajada rusa, por su parte, apoyo la medida recordando los 27 millones de soviéticos muertos en la Segunda Guerra Mundial, pero obviando, por supuesto, la complicidad del Kremlin con los nazis durante al menos dos años de 1939 a 1941.
Aquí no hubo ni rastro de los típicos escándalos que han sucedido en otras partes, como por ejemplo cuando el príncipe británico Harry en el 2005 apareciera también con un disfraz nazi. El caso se agravaba porque el tío abuelo del príncipe, Eduardo VIII, había sido simpatizante de Hitler. Nótese la diferencia en el escándalo: aquel se da en un país que perdió cuatrocientas mil vidas en la guerra contra Alemania y proviniendo de una figura que pudo haber estado en la línea sucesoria al trono del Reino Unido. En el caso cubano no se trató de una figura pública sino de una institución estatal. Se declaró que la «glorificación» del fascismo va en contra de la política cultural del país. Por supuesto, la medida ha dividido las reacciones de figuras del exilio: unos señalan, como ha hecho el escritor Orlando Luis Pardo Lazo que «en el estalinismo del siglo XXI, a nuestra ciudadanía cautiva ya no se le permite ni representar a los espantajos del fascismo internacional» mientras otros ven en la medida un acto contra un centro que había dado espacio al rock que tradicionalmente ha sido el género musical contestatario en Cuba desde 1959.
Cualquiera que haya sido la razón última de la censura, lo que parece no entender tanto la política cultural castrista como su intelectualidad, es que en vez de un supuesto colonialismo cultural se han topado con lo que los sociólogos llaman secularización. Al borrarse el pasado católico de Cuba, al que correspondían celebraciones como el Día de Todos los Santos, no es de sorprender que, al declinar el mito comunista, el espacio perdido lo ocupen desde formas de neopaganismo – pues la fecha en la mitología celta significaba el retorno de los espíritus de los muertos-hasta intentos de desacralización. ¿Si se desacraliza una celebración que recordaba a santos y mártires católicos, sustituyéndola con referencias al mundo pagano de los muertos, sorprende que se tope entonces con la desaparición de la ofensa frente a la representación del Mal, en su forma de represor nazi?
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