Por: Kukalambé

Boarding Home, de Guillermo Rosales, galardonada con el premio Letras de Oro en Miami en 1987, es una obra única en el panorama literario hispanoamericano. Con una extensión que desafía la monumentalidad asociada a las grandes novelas, en sus breves cien páginas condensa un testimonio tan intenso como desgarrador sobre la vida del exiliado y el inadaptado. El relato no se limita a narrar una experiencia individual; trasciende las fronteras del género y el tiempo, convirtiéndose en una reflexión profunda sobre el desarraigo, la alienación y la incapacidad del ser humano para reconciliarse con un entorno hostil.
La novela sigue los pasos de William Figueras, un hombre marcado por el desarraigo físico y espiritual. Exiliado en Miami tras abandonar La Habana, Figueras no logra adaptarse a las dinámicas de un mundo que le resulta ajeno: el consumo, los automóviles, la urbe y los sueños, elementos que podrían representar avances para otros, se erigen en barreras insalvables para él. Rosales utiliza este escenario para pintar un cuadro de desolación y angustia, en el que cada innovación tecnológica y cada hábito cultural adquieren un carácter opresivo. Figueras, en lugar de caminar con firmeza por este terreno desconocido, se ve obligado a apoyarse en lo que el autor metaforiza como «muletas tecnológicas», un símbolo de su incapacidad para integrar el progreso sin perder su esencia.
El propio Guillermo Rosales no era ajeno a esta lucha interna. Desde sus años en Cuba, el autor estuvo marcado por trastornos esquizoides que determinaron tanto su percepción de la realidad como su estilo literario. El exilio no solo lo privó de su lugar de origen, sino que también lo confrontó con las exigencias de un sistema capitalista que premiaba la competitividad y la eficacia, valores que chocaban de frente con su sensibilidad literaria. Esta dicotomía entre la lógica implacable del capitalismo y la necesidad de preservar su humanidad encuentra en Boarding Home su expresión más acabada. La obra es, en cierto modo, un grito de resistencia, una declaración de principios que se niega a ceder ante la indiferencia del mundo.
Figueras, como alter ego de Rosales, encuentra en la literatura un refugio y una religión. Su declaración temprana –«A los quince años me había sumergido en las obras de los grandes Proust, Hesse, Joyce, Miller y Mann, quienes fueron para mí como santos para un devoto cristiano»– deja entrever la profundidad de su conexión con los libros, concebidos no solo como objetos de conocimiento, sino como herramientas de salvación. Sin embargo, esta devoción literaria no lo libera de su angustia existencial. Al contrario, acentúa su aislamiento, convirtiéndolo en un ermitaño cuya única misión es plasmar su verdad, aunque ello implique enfrentarse a la brutalidad de una vida sin consuelo.
El asilo de desahuciados donde transcurre la mayor parte de la acción es, en sí mismo, un personaje más de la novela. Este espacio no solo refleja la decadencia física y emocional de sus habitantes, sino que también funciona como una alegoría del exilio. Rosales lo convierte en una heterotopía en el sentido más estricto del término: un lugar donde convergen todas las contradicciones del ser humano, donde la memoria y el olvido, la vida y la muerte, la esperanza y la desesperación se entrelazan en una danza macabra. En este escenario, la escritura se transforma en un acto de resistencia, una forma de confrontar la deshumanización que define tanto al exilio como a la vida misma.
Pero Boarding Home no es solo una novela sobre el exilio físico; es también una exploración del exilio interior. Rosales no acepta el desarraigo como una condición impuesta, sino que lo aborda como una lucha constante. Figueras aborrece su situación, la maldice, y se rebela contra ella con una intensidad casi sobrehumana. Esta rebeldía, sin embargo, no está exenta de contradicciones. En su batalla contra el exilio, Figueras se enfrenta también a sí mismo, cuestionando sus propias decisiones y su incapacidad para encontrar paz. El insomnio, la falta de descanso y la sensación de estar atrapado en un ciclo interminable de sufrimiento se convierten en temas recurrentes, reflejando la angustia existencial que define tanto al protagonista como al autor.
Rosales escribe desde una perspectiva hiperrealista que trasciende las convenciones literarias. Su estilo no busca embellecer la realidad, sino exponerla en toda su crudeza. Este enfoque le permite captar con precisión las tensiones y contradicciones del exilio, pero también lo aleja de cualquier intento de reconciliación con su entorno. Boarding Home es, en este sentido, una obra única e inimitable. Mientras que otros autores del exilio, como Cabrera Infante o Arenas, han encontrado en la ironía o el lirismo una forma de abordar su desarraigo, Rosales se mantiene fiel a una visión que rechaza cualquier tipo de consuelo. Su escritura no busca agradar ni persuadir; es un acto de denuncia y, al mismo tiempo, de autoafirmación.
En palabras de Cioran, Rosales encarna la figura del escritor que no puede suicidarse porque está demasiado ocupado escribiendo. Boarding Home se convierte así en un espacio post-literario donde la vida y la escritura se entrelazan de forma inseparable. El asilo, más que un refugio, es un santuario donde se lleva a cabo una lucha constante por encontrar sentido en medio del caos. Esta batalla, sin embargo, no está destinada al triunfo, sino a la aceptación de la derrota como una condición inherente a la existencia.
En última instancia, la trascendencia de Boarding Home radica en su capacidad para confrontar al lector con las verdades más incómodas de la experiencia humana. Rosales no ofrece respuestas ni soluciones; su obra es un espejo que refleja nuestras propias inseguridades, nuestros miedos y nuestras contradicciones. En este sentido, Boarding Home no es solo una novela; es un testimonio, una confesión y un grito de auxilio que resuena mucho más allá de sus páginas.