Por Pedro Díaz Méndez
En esta nueva era, el pensamiento independiente, la vocación de libertad y la decisión de ser responsable del propio destino han sido aplastados por las huestes de la demagogia y el colectivismo impune. Esa impunidad, con las nuevas generaciones drogadas por los relatos reivindicativos de las teorías de la justicia social crítica, los nuevos tecnócratas, y los medios corporativos, es lo que permite y relativiza la corrupción, que ha arrasado con los principios democráticos y republicanos y desanima a los ciudadanos decentes.
El arquetipo de gobernar como un buen padre de familia se ha esfumado con la persona de Trump. Importa el poder por el poder mismo y ese poder se va centralizando en las manos de una tecnocracia meta capitalista y global, un sistema nunca antes visto y que no puede ser explicado con el pensamiento filosófico y político que ha evolucionado desde la antigua Grecia hasta el presente. Al final, Francis Fukuyama tenía razón.
En parte, a eso se refería Fukuyama cuando hablaba del fin de la historia, y no al fin de los acontecimientos que continúan su cursar indefinido. Y es que todo el acervo acumulado desde los estoicos, Sócrates, Platón, Aristóteles, pasando por Marx, Nietzsche y Freud, y llegando hasta Heidegger y Wittgenstein (cadáveres intelectuales para explicar el nuevo fenómeno), han quedado desfasados para comprender la muerte de la democracia occidental y el nuevo orden en el que ya estamos inmersos.