Por KuKalambé
El mundo es un laberinto insondable y enigmático. Los visionarios, aquellos que cargan consigo el peso de la humanidad y empujan la tambaleante tradición cultural hacia adelante, se convierten en seres marginales, desubicados y atormentados. Son figuras egóticas, habitantes del mundo al estilo de los personajes que pueblan las páginas de Oblómov.
Robert Musil, en su obra El hombre sin atributos, destaca una frase que resuena con fuerza: «Si la sociedad pudiera soñar como un universo, surgiría un Moosbrugger». Este Moosbrugger, un simple ayudante de carpintero y asesino de prostitutas en la sociedad kakania, es paradójicamente admirado por los hombres cultos, los intelectuales y aquellos que siguen las normas establecidas.
La admiración hacia este asesino Moosbrugger se fundamenta en su capacidad hermenéutica para interpretar los sueños enraizados en la sociedad kakania. Su valía no radica en desmantelar la «tradición», sino en desafiar la dicotomía de la racionalidad que la sustenta.
Siguiendo la tesis planteada por Musil, se vislumbra el surgimiento de individuos postulados, tales como de Armas, Callejas, Leopoldo, Piñeiro, Triff , Margarita, Roger, entre otros, quienes encarnan la esencia de los hombres que caminan entre el presente y el porvenir, desafiando las estructuras establecidas y vislumbrando nuevos horizontes culturales y sociales en el universo kaskanio de Playa Albina.