Epílogo (diagnósticos para no estar «Fuera de este mundo»)

El séptimo arte surge de la necesidad de respuestas a ese «arte» y el libro de Rafael Piñeiro López se convierte en una sorpresa, provocadora, cuasi escéptica, de aquella estaca vibrante que se clava en el pecho de la civilización «draculada» en los días que corren.

Poco después de 1800, Johann Gottlieb Fichte fundó el nuevo género de diagnóstico filosófico de la época con sus reflexiones sobre Las características básicas de la era actual, que juzgó como la era de la «perfecta pecaminosidad». Debido a que la humanidad ya no puede hundirse más profundamente en la falta de espíritu y la distracción de lo que ha hecho siempre, vivimos en una ruptura de época a partir de la cual las cosas solo pueden mejorar. Desde hace casi 250 años, tan grandes diagnósticos están en el aire con nosotros, es decir, en una civilización que se declara históricamente, primero como especialidad filosófica, luego copiada un millón de veces.

En primer lugar, se puede suponer que las personas existen en un pluralismo radical de preocupaciones: Tus preocupaciones no son mis preocupaciones y viceversa. Esa es una declaración con la que podrías viajar por el mundo y encontrar casi siempre cierta. La preocupación es precisamente lo que encierra a las personas en el pequeño cono de luz de su óptica local y les impide desarrollar percepciones globales. En este sentido, como nuestra fuente de sentido, la preocupación es también nuestro peor enemigo, porque nos ata a la clavija del momento. Nos ata a la localidad inexorable de las cosas que se ciernen tan amenazantes en este lugar nuestro y en ningún otro lugar. El descenso del espíritu que esperamos sería uno en la que se rompería toda la situación de inminente inminencia de lo desfavorable y agravante. En un descenso espiritual real se debe abrir el horizonte, se puede ver cómo las cosas mejoran cuando se las mira con otros ojos.

La ceguera tiene que ver con la colonización de los mundos interiores a través de una incesante agitación de preocupaciones. Ya no podemos imaginar ningún modo de existencia que no esté determinado por la precipitación hacia la próxima crisis. Recordemos que la figura del «correr hacia adelante» en Ser y tiempo de Martin Heidegger fue inicialmente descrita como correr hacia la propia muerte. La muerte, aceptada como propia, determina el límite de la existencia desde el final. Eso significa que uno se imagina el propio ya no ser, y de allí vuelve al ahora para asumir la propia existencia de una manera diferente a partir de ahora a la luz de este límite. Esta práctica de correr adelante, en la que los soldados imitaban a los monjes, tendió siempre a la melancolía ya una «determinación» teñida de oscuro.

Déjenme decir que, a grandes rasgos, el diagnóstico ante descrito constituye la fuerza narrativa, el impulso poético de este libro que se propone cultivar una zona de la narrativa del cine poca explorada en los días que corren.  Una zona que Spengler intuyó como reservas vírgenes de una nueva barbarie podrían estar escondidas en las gigantescas dimensiones visuales, de las cuales posiblemente podría emerger una nueva creación cultural cinematográfica. Percibió un desierto no gastado en el arte, un desierto preñado de futuro: frente al flanco literario positivista poshistóricamente agotado, es decir, la «cultura fáustica», la decadencia cultural que se extinguía en la vida mecanizada, había algo así como un arte dórico en estado de barbarie prehistórica. El séptimo arte surge de la necesidad de respuestas a ese «arte» y el libro de Rafael Piñeiro López se convierte en una sorpresa, provocadora, cuasi escéptica, de aquella estaca vibrante que se clava en el pecho de la civilización «draculada» en los días que corren.

Y otro aspecto subyacente en el libro de Piñeiro es que no debemos olvidar que los seres humanos, entendidos como organismos, están estructuralmente condenados al conservadurismo; psicodinámica y culturalmente también están conservadoramente polarizados por el momento. Muestran consistentemente un fuerte apego a sus construcciones de identidad locales. No importa lo que la gente haya estado haciendo, la mayoría se esfuerza por mantenerse similar a ellos mismos y no volverse diferente de la noche a la mañana. Lo cual, dicho sea de paso, recuerda el desarraigo espiritual de una vieja identidad mala y la posibilidad de un nuevo entusiasmo liberador.

No deberíamos deja aparte, sino insistir en que uno mismo es la enfermedad primigenia que azota tanto la vida moderna como la tradicional. La mayor parte del tiempo quieres seguir siendo tú mismo sin desconocer el rashomon que habita en nosotros. Incluso las imágenes cinematográficas sobre reinventarse a uno mismo, que ha sido rampante durante un tiempo, es casi siempre hueca y engañosa a la moda.

Y un hilo fino une a la narrativa local con el cuerpo total del libro.  Eso podría ser libertad, no identidad, de lo que se habla tan a menudo hoy en día en el arte y la literatura. En cambio, la narrativa primordial del libro, la regularidad del principio estético, modificaría el discurso positivista de la crítica cinematográfica, descriminaliza los que son imágenes vacías y mediocridad masiva de las imágenes puntales, cuyas escenas están vinculadas al fuero del existencialismo francés e italiano de la angustia y la muerte de cara a la nada y la realidad.

En imágenes cinemascopes, la liberalidad de la modernidad, que invita a la mezcla, al bullicio, a la farsa, no puede forzar la deseada sociedad arcoíris que se pretende representar en los círculos cinematográficos. Piñeiro desmitifica la obviedad de la «cultura del grant» por una donde los asuntos vitales trascienden la comiquería al uso, el mercado del trend, por la paciencia visual de la obra de culto. Al mismo tiempo, es demasiado tarde para la desmezcla y las identidades puramente coloreadas. Los experimentos narrativos de Rafael muestran a lo largo del libro que la suma de los colores individuales no da como resultado un color universal luminoso, sino más bien un gris amarronado opaco. «Contra el futuro luminoso colectivista», esta obra quiere hacer historia, pero todo depende de nuestra óptica, de ver también nuestra «libertad alienada».

Ángel Velázquez Callejas.

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