En busca de la fluidez existencial: droga y adición

Por José Altives

Una forma de entender, desde la perspectiva filosófica, un fenómeno tan palpable y tan imprescindible como el uso y el abuso de las drogas y sus efectos sociales, individuales, e incluso históricos, es lo que nos ofrece uno de los ensayos más impresionantes del libro Extrañamiento del mundo. ¿Por qué las drogas?, ¿de qué manera están inmersas en la existencia y cómo contribuyen a la búsqueda de inexistencia del ser humano?

El lenguaje del filósofo alemán es, cabe decirlo, bastante cordial y ameno al momento de estructurar una breve fenomenología sobre las drogas y la huida del mundo: aquí se hace manifiesta su filosofía del tránsito: pasar de la sobriedad y todo lo que ello conlleva (angustia por lo que es, melancolía por lo que fue e incertidumbre por lo que será), a un estado líquido, donde los hierros ardientes de la existencia no amenacen con marcarnos. El individuo que se droga es la manifestación de ese tránsito.

Es el ser que está ahí, dasein, en el sentido heideggeriano, pero que, al no poder nadar en el espeso caldo de la existencia, busca movilidad, un cambio de estado, una inexistencia que únicamente el uso de las drogas puede brindarle. Así que, al momento de retornar a la sobriedad, llegará un momento en que el existir volverá a quemar su piel y, volviendo a recurrir al constante tránsito, se alejará al espacio líquido, fluido, constante, de la inexistencia. Esa lejanía a la que es autocondenado el asceta de la Edad Media es la misma, o al menos muy similar, a la que busca el drogadicto posmoderno fiel al discurso aprendido (y aprehendido) gracias al vehículo de las redes sociales.

La angustia que pesa sobre el joven irresponsable, marcado negativamente por la vieja moral formalista, se ve adormecida por el ácido que se disuelve en su tejido lingual y por su búsqueda incansable de un yo siempre fluido, como propondrá Jodorowsky en sus ingeniosos aforismos a través de su cuenta de Twitter. Redes sociales, drogas y la entronización banal de estos nuevos místicos de la literatura comercial, así como la música, el confort y el fracaso en el mundo formal, acercan al joven del siglo XXI a una nueva moda que se impone, como la elección divina que creían caer sobre de ellos los monjes del año 350, y que orilla a asumir un neo-ascetismo que se consuma en el encuentro con uno mismo, brindando tranquilidad y un escape sencillo y fiel de un mundo que pesa como lozas.

Se trata de un discurso de huida del mundo hace presencia constante en los tweets y publicaciones de Facebook. Las drogas se han vuelto no solo un elemento esencial del tránsito, sino también el instrumento, casi litúrgico, para acceder a una nueva forma de conducir la vida hacia el líquido de la inexistencia. Una nueva pseudo-filosofía del anti-rebaño se ha propagado a través de los hashtags. Las librerías se inundan de libros de Osho, Krishnamurti, Deepak Chopra, Alejandro Jodorowsky y Paulo Coelho, por mencionar algunos autores. Mezclando extractos de metafísica hindú, tibetana y un poco de la mística medieval agustiniana, el nuevo discurso que han adoptado algunos lectores, bien por moda o por una verdadera necesidad de escape espiritual, invita a adoptar un modelo vital muy cercano al camino ascético de los viejos monjes del medievo. El templo donde se encapsula y se consuma esta huida no es otro que el de los dispositivos electrónicos.

Pero debemos precavernos, la palabra droga seguirá siendo una designación defectuosa, en tanto la entendamos únicamente en su identificación químico-farmacéutica y policíaco-cultural. En el orden del mundo antiguo -chamánico- las «drogas» poseían un estatus fármaco-teológico (ellas mismas eran elementos, actores y fuerzas del cosmos ordenado en donde los sujetos intentaban integrarse con miras a su supervivencia). Las ayudas farmacéuticas son especialmente requeridas en tiempos en que los individuos se sienten enfermos y extraños. En ellas buscan asilo los hombres cuando están persuadidos, por sí mismos o como cuerpo social, de que se presenta una interrupción de la armonía global. De manera que las sustancias psicotrópicas no se utilizan para la embriaguez privada, sino que actúan como reactivos de «lo santo», como apertura senso-espiritual a lo demoníaco.

Asi se concibe la adicción (a la que diferencia del consumo de drogas como parte de un ritual de extásis o de embriaguez) como una «dialéctica de huida y búsqueda de un mundo», o como la «experiencia secuestrada», esto es, un particular intento de suplir la ausencia de experiencias existenciales genuinas, donde encontrar un arraigo para la vida. Quien se hace adicto a los narcóticos es porque carece de motivaciones fuertes en cualquier otra dirección. La droga se impone por defecto, nadie decide ser un adicto (uno no se despierta una mañana enfermo y ya es adicto).

La droga tiene un carácter sustitutivo. Sustitutivo del culto al dinero y del éxito intramundano. Quien no pueda acceder a esas drogas sustitutivas es, arrojado de hecho a las drogas duras. Quien no puede drogarse con grandes cuotas de éxito o dinero simplemente tiene que consolarse con sustitutos químico-farmacológicos, con una felicidad sintética y espectral.

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