Emilia, secuestrada

Por Julio Bretone

El Caribe que nos une se alza como una obra magistral, una novela que entrelaza los hilos del amor, la vida y la muerte en los sistemas mágico-religiosos de Cuba. Como los susurros de las olas acariciando la playa, sus capítulos reposan con un sabor caribeño, cautivando al lector con una danza de emociones.

La protagonista, Emilia, emerge en esta trama como la destructora, un nombre que encierra un enigma profundo. En su corazón se anidan preguntas trascendentales sobre el significado ontológico de la muerte, la vida y lo que yace más allá de este plano terrenal. ¿Son verdades irrefutables o acaso meras falacias? Estas disyuntivas hermenéuticas seducen al lector, y la angustia existencial de la humanidad se asemeja más al amor que a la muerte. ¡Cuántas ideas nacen del deseo de amar a Emilia!

Según las palabras de Joel James, el amor es un velo que transforma la muerte cotidiana y su final, al igual que la literatura misma. Las revelaciones de Graciela, que emergen tras múltiples fallecimientos en los cultos mágico-religiosos sincréticos y afrocubanos, parecen invocar la negación de la existencia de la muerte a través de su misma manifestación.

En el vasto terreno de la episteme en torno al difunto, donde se entrelazan categorías simbólicas, míticas y fenomenales, la ausencia de lo esencial en la estructura positivista del mundo se convierte en una ley. ¿Será que la caribeñidad alberga en su seno una historicidad sobre la muerte y la diferencia identitaria?

El «Increado«, el «Sin Nacer», el «Nacido» y el «Muerto»: cuatro fases que impregnan la existencia postmortem, como un eterno retorno, una observancia inmutable.

Soy el difunto, el increado, el nacido, aquel que renacerá, el que se conoce en la increación. Mi búsqueda se adentra en lo que no está presente, una ardua tarea para la literatura cubana, que anhela desvelar los misterios que se ocultan entre sus páginas…

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