El tono y el estilo decimonónico.

Por Víctor Bejerano

Nos falta el tono del estilo decimonónico, no poseemos la experiencia de lo que era la aristocracia burguesa cubana. Un hacendado de origen ilustre revelaba valores y lejanía entre el nivel del rango que apenas lo notaba el nivel más bajo; ni siquiera José Antonio Saco en su momento de esplendor intelectual lo percibió íntegramente. Sin embargo, para nosotros, las cosas se muestran de otras maneras, no estamos acostumbrados a la «igualdad misma», sino al dogma de la «igualdad entre los hombres».

Cualquiera que no pueda aderezar de sí mismo y se prive de la paz, es algo que no constituye, en principio, una indignidad en nuestros tiempos; quizá el contexto de las actuales reglas sociales, muy distintas de las de los criollos decimonónicos, permiten ver que en cada uno de nosotros prevalezca excesivamente ese género de dependencia a la «igualdad entre los hombres».

La sacarocracia criolla, para citar una clase distintiva del XIX, sufría el sentimiento de que había muchos más descampesinados de lo que se suponía la teoría económica de la fisiocracia, pues quien no era hacendado era subarrendatarios.

De modo que, ese íntimo sufrir lo inundaba el thymó (orgullo) frente a la idea de que los fisiócratas más poderosos, como Arango y Parreño, se encontraban entre ellos. Desde luego, este orgullo nos resulta inadmisible, si comprendemos que hasta metafóricamente la palabra dependiente hoy ha perdido su sentido.

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