1920: «La Logia Blanca» y el cambio de época

Por: Angel Velazquez

Alfred Percy Sinnett - Theosophy Wiki

En 1920, Alfred Percy Sinnett, renombrado filósofo inglés, dejó un legado importante en forma de un pequeño pero influyente libro post-teosófico, que ha sido injustamente ignorado en los ámbitos de la teoría cultural, especialmente en la antropología, etnología, historiografía y sociología. Titulado The Social Upheaval in Progress, esta obra se distingue por su carácter «esotérico-metafísico», y cuenta con un prólogo de Annie Besant, heredera de la Sociedad Teosófica de Nueva York desde 1892. Incluso José Martí, en su visión profética, describió a Besant como «el alma que llegó a Estados Unidos para compartir su palabra piadosa y apasionada, explorando con sinceridad, a través de su oratoria sensata y mística, los caminos de la religión futura.»

El desencanto de Sinnett con la teosofía, incapaz de hallar el vehículo físico para la encarnación de Maitreya, lo llevó a un cambio en su perspectiva. Abandonó el análisis individual para centrarse en la sociedad en su conjunto, evaluando un contexto marcado por el auge de las revoluciones. Aunque fiel al movimiento teosófico, ahora buscaba aplicar sus principios en beneficio de la cultura colectiva. En la década de 1920, las Cartas de los Maestros M. y K.H., miembros del círculo secreto de los «9 de Ashoka», volvieron a enviar mensajes al mundo físico. Hoy, un siglo después, seguimos viviendo en el séptimo siglo del manwantara, una cronología divina que no se ajusta a las periodizaciones históricas comunes, sino a un orden cósmico. Como el tiempo humano es para los dioses un ciclo de días y noches, nuestra concepción temporal trasciende el plano terrenal.

En cuanto a las agitaciones sociales revolucionarias que presenciamos, es fundamental recordar el principio teosófico que prohíbe a sus seguidores participar en controversias políticas. Si bien cada teósofo puede tener sus opiniones personales, la Sociedad se enfoca en el estudio de las enseñanzas superiores que guían la evolución humana y la Jerarquía Divina que supervisa este proceso. No obstante, el panorama actual de cambio social requiere una atención particular. Esta transformación se entrelaza con los conocimientos recibidos por Sinnett de fuentes espirituales elevadas, lo que lo lleva a considerar un deber transmitir esa información, sin imponer juicios o prejuicios. Su intención no es influir en la percepción política de la agitación entre los estratos sociales más desfavorecidos, sino presentar una perspectiva que merece reflexión, más allá de las convicciones personales.

Al analizar sus palabras, es crucial tener presente que, según experiencias pasadas, los representantes de la Jerarquía Divina —los «Maestros»— siempre están vigilando los asuntos del mundo. Dentro de ciertos límites, influyen sutilmente en su desarrollo, ya que ningún ser en este plano puede ser obligado a actuar, incluso si es lo correcto. Su intervención está sujeta a leyes superiores, al igual que nosotros estamos limitados por leyes más simples. Sin embargo, pueden inspirar pensamientos y consejos en la mente de los líderes públicos, siempre que éstos estén abiertos a recibir esas ideas como propias y espontáneas.

Siguiendo este mismo principio, nosotros, como teósofos, debemos procurar actuar en consecuencia. Aunque no podemos intervenir de manera directa como los Maestros, nuestro pensamiento colectivo, guiado por los principios teosóficos, puede ser una fuerza de considerable importancia, especialmente en momentos de crisis. Hoy, más que nunca, se requiere nuestra atención a los peligros que enfrentamos. Los Maestros de la Logia Blanca, en su sabiduría, están más involucrados en el devenir de los acontecimientos que en cualquier otro momento reciente, incluso más que durante la guerra. Este hecho nos otorga un fundamento claro para profundizar en el estudio de la situación actual. Comprender la emergencia a la que nos enfrentamos requiere anclar nuestro análisis en el conocimiento adquirido sobre la evolución humana.

La humanidad está conformada por individuos (Egos) en diversas fases de desarrollo moral e intelectual. Por ello, resulta imperativo que aquellos más avanzados jueguen un rol activo en la dirección de los asuntos públicos. Durante siglos, se asumió de manera implícita que los más capacitados se encontraban principalmente en las clases altas, ya sea por una superioridad evidente o por simple dominación de fuerza. Hasta mediados del siglo XIX, las élites controlaban el Estado, utilizando su poder para consolidar su estatus antes que para el bienestar general.

Con el tiempo, sin embargo, y desde la Reforma de 1832, una creciente agitación desde las clases bajas ha comenzado a tomar proporciones considerables. Los indicios recibidos revelan que estos cambios están respaldados por un Decreto Divino, que legitima las profundas transformaciones sociales que se avecinan. Este decreto parece señalar que en las naciones civilizadas —incluyendo la nuestra— el gobierno de las clases altas ha conducido a una concentración de riqueza y privilegio entre unas pocas manos, mientras las masas sufren en la pobreza. Aunque se pueda argumentar que la filantropía y el poder económico de las élites han intentado contrarrestar esta situación, es claro que el resultado ha sido el sostenimiento de la miseria. Al transmitir este conocimiento, el autor parece distanciarse de las convicciones que, durante mucho tiempo, compartió con otros pensadores de su entorno.

Si bien las opiniones personales, fruto de la experiencia, pueden parecer irrelevantes, su revisión es fundamental para entender los cambios provocados por el acceso a un conocimiento superior. En este sentido, durante mucho tiempo se consideró la democracia como un sistema deficiente para la estabilidad nacional, aunque necesario para la evolución humana. A ojos de los defensores del gobierno aristocrático, la democracia siempre fue vista con recelo, pero desde una perspectiva ocultista, estaba claro que su existencia respondía a una necesidad evolutiva, independientemente de su eficacia como sistema de gobierno. Incluso quienes se oponían a ella no podían negar que estaba enraizada en esa necesidad.

Bajo un régimen aristocrático o autocrático benevolente, el bienestar físico y material podría lograrse con mayor facilidad que en un sistema democrático. No obstante, el progreso espiritual de los individuos sería limitado, ya que una vida demasiado fácil y cómoda no fomenta el crecimiento interior. En cambio, la democracia, con sus errores y desafíos, permite a los individuos involucrarse en los asuntos públicos, lo que estimula la inteligencia y enriquece la experiencia, promoviendo así el avance espiritual, aunque esto implique el riesgo de cometer errores que puedan tener consecuencias negativas.

El sufrimiento que afecta a gran parte de la población se ha materializado principalmente en la forma de pobreza, provocada por políticas legislativas defectuosas. Al mismo tiempo, la clase política, guiada por el egoísmo y la búsqueda del poder, ha manipulado la democracia para garantizar que la aristocracia mantuviera el control ejecutivo, relegando las necesidades de los más vulnerables a un segundo plano.

Un análisis histórico del siglo pasado demuestra cómo las clases gobernantes han intentado en repetidas ocasiones implementar reformas para mejorar las condiciones de vida de las clases trabajadoras. Un ejemplo claro es el establecimiento del sistema educativo nacional. No obstante, a pesar de estos esfuerzos, la realidad material de los sectores más desfavorecidos sigue sin experimentar un cambio significativo. La educación, que debería iluminar las mentes y brindar igualdad de oportunidades, ha exacerbado el descontento ante la injusta distribución de la riqueza. La filantropía de las élites, que busca aliviar esta desigualdad mediante planes de mejora social, ha resultado insuficiente y, en ocasiones, incluso contraproducente, mientras el lujo y la opulencia continúan coexistiendo con la miseria y la desesperación.

Desde la óptica teosófica, que hace más de tres décadas comenzó a revelar las leyes naturales que rigen la evolución humana, se argumenta que solo la propagación de este conocimiento permitirá abordar de manera efectiva los problemas sociales que afectan al plano físico. La religión tradicional ha fracasado en su intento por guiar moralmente a la sociedad en este aspecto. En contraste, las enseñanzas teosóficas, bien comprendidas y aplicadas, tienen el potencial de elevar la vida humana, sin importar el nivel en el que se practiquen. Para quienes abrazan esta visión, resulta innegable el valor transformador de este saber.

Sin embargo, vivimos un momento en el que los intereses individuales están estrechamente vinculados con los de la comunidad global. Nuestras acciones, dentro del plano físico, o bien siguen el curso de lo que podría definirse como un mandato superior, o bien se oponen a él. Es, por tanto, imperativo que cada individuo decida con claridad la dirección de sus pensamientos y acciones.

La incapacidad de las clases altas para justificar su poder político ha conducido a una situación insostenible, y es evidente que el mundo no está preparado para las condiciones ideales que deberían prevalecer en la parte final de este siglo. En respuesta a esta crisis, se han dispuesto cambios radicales. Antes de profundizar en la naturaleza de estos cambios, es útil examinar la situación desde una perspectiva filosófica, a través de las nociones de Creación, Preservación y Destrucción.

Estos tres principios se entrelazan en un ciclo continuo, donde la destrucción no debe ser vista como un final, sino como una fase preparatoria para la renovación. Al igual que el arado de la tierra después de una cosecha, este proceso se dirige hacia la creación de nuevas oportunidades. No obstante, cuando se aplica a las instituciones humanas, este proceso puede resultar traumático para ciertos sectores de la sociedad, y no es justo asumir que quienes sufren en este contexto lo merecen.

La ley kármica es extremadamente compleja, y aquellos que hoy parecen víctimas de circunstancias adversas pueden estar viviendo los efectos de ciclos de retribución que no siempre resultan comprensibles a corto plazo. Sin embargo, esta ley prevé una compensación futura, aunque solo quienes comprenden los principios de la reencarnación y el progreso espiritual encuentran consuelo en ello. Las fuerzas de destrucción, en preparación para una futura reconstrucción, están actuando en este tiempo excepcional, y no por mero azar.

La transición de la quinta a la sexta sub-raza está creando perturbaciones temporales en la sociedad. Estos disturbios habrían ocurrido de todas formas, aunque no se hubieran introducido cambios fundamentales desde el plano espiritual. Además, hay una influencia cíclica de gran intensidad en juego, cuyo efecto se desarrollará en un ciclo de siete años.

Durante este ciclo, se esperan transformaciones sociales profundas que, aunque no necesariamente violentas, tendrán un impacto revolucionario. Este período no será igual de agitado durante toda su duración; cada ciclo tiene fases ascendentes y descendentes. Los primeros tres años y medio, a partir de la primavera de 1919, serán particularmente intensos, mientras que la segunda mitad del ciclo traerá una estabilización gradual.

¿Qué podemos prever al final de este proceso? Aún es demasiado pronto para hacer predicciones exactas, pero hay algunas conclusiones que ya se pueden anticipar.

Las disparidades extremas entre ricos y pobres se habrán reducido significativamente, y esta evolución será bien recibida incluso por aquellos que tienen mucho que perder. Sin embargo, una distribución completamente equitativa de la riqueza es poco realista y contraviene las leyes naturales de la evolución humana. Las personas capacitadas para el trabajo manual no tienen las mismas necesidades que quienes ocupan puestos de liderazgo o intelectuales, por lo que las clases medias y altas no se empobrecerán en su conjunto. No obstante, las clases menos favorecidas verán mejorar sus condiciones de vida, permitiéndoles llevar una existencia digna y prepararse para encarnaciones futuras con mejores perspectivas. Este parece ser el curso hacia el cual se dirige el mundo, impulsado por diversas fuerzas que operan a diferentes niveles.

En conclusión, el mundo se encuentra en una etapa de transición, marcada por fuerzas de destrucción y renovación. Estos cambios, aunque no llevarán a una igualdad total, reducirán considerablemente las diferencias económicas extremas y permitirán una mayor equidad. El objetivo último es asegurar que todas las personas puedan disfrutar de una vida digna, mientras se preparan espiritualmente para el futuro.

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