Por José Raúl Vidal y Franco
(Fragmento de Jose Martí a la lumbre del zarzal)
La experiencia del presidio, se erige en el bautizo de fuego que ungiera a Martí en su compromiso perenne con la patria. Allí convivió entre personajes cuasi-fantasmales a los que luego inmortaliza en su obra poniéndoles nombre: el anciano don Nicolás del Castillo, el niño Lino Figueredo, el joven Delgado, el negro Juan de Dios Socarrás, el condenado político Ramón Rodríguez Álvarez y el negrito Tomás; todos arrancados del anonimato para evocar, no sólo el horror y la tragedia de sus vidas, sino la realidad de Cuba a partir de un sangriento recinto carcelario.
El impacto de la cárcel colonial marcó definitivamente tanto su existencia como el corpus de su literatura general. De hecho, a escasos meses de haber arribado a España, publica su alegato testimonial El presidio político en Cuba. En esas páginas vertió el dolor más descarnado de su reclusión juvenil y lanzó, sin ambages, su censura más severa en el corazón de la misma Metrópoli. En ellas escribió: Dante no estuvo en presidio; para explicar de inmediato: Si hubiera sentido desplomarse sobre su cerebro las bóvedas oscuras de aquel tormento de la vida, hubiera desistido de pintar su Infierno. Las hubiera copiado y lo hubiera pintado mejor. La experiencia fue decisiva: como Dante, ha visto y comenta; como Martí, protagoniza y sufre los horrores de una metrópoli política y moralmente en los albores de su final.
Otro texto capital trasciende el marco de la poesía para generar idéntica acusación en el plano extraliterario: Pollice verso. El poema recrea el mundo comentado de nuestro autor desde una de las imágenes más fuertes de su literatura: el presidio:
Sí! yo también, desnuda la cabeza
De tocado y cabellos, y al tobillo
Una cadena lurda, heme arrastrado
Entre un montón de sierpes, que revueltas
Sobre sus vicios negros, parecían
Esos gusanos de pesado vientre
Y ojos viscosos, que en hedionda cuba
De pardo lodo lentos se revuelcan!
La presentación del sujeto lírico —despojado de cabellos y con grillete—, parece describir la fotografía que con apenas diecisiete años se había hecho tomar vistiendo la indumentaria de recluso. El retrato del presidio obedece a una realidad personal acentuada en la utilización del adjetivo lurda (neologismo de origen francés que remite a los significados de: fuerte, recia, vulgar, y sobre todo, pesada)—: y al tobillo/ Una cadena lurda, heme arrastrado. Este grillete de juventud marcó de por vida la salud del Apóstol; pero más allá del impacto físico, la tragedia de la cárcel trasciende el muro del recinto penitenciario para componer la radiografía social de una colonia caprichosamente expoliada de su libertad por la metrópoli de ultramar.
Es así, que a diferencia de Dante, su tránsito por el infierno fue real:
Y aún me aterro
De ver con el recuerdo lo que he visto
Una vez con mis ojos. Y espantado,
Póngome en pie, cual a emprender la fuga!—
¡Recuerdos hay que queman la memoria!
¡Zarzal es la memoria: mas la mía
Es un cesto de llamas! A su lumbre
El porvenir de mi nación preveo:
Sumergido en las bestialidades del presidio, presiente que sería el encargado de encausar la libertad de su patria. Y al igual que en Abdala, asume la misión de portar una profecía para su pueblo: ¡Zarzal es la memoria: mas la mía/ Es un cesto de llamas! A su lumbre/ el porvenir de mi nación preveo. Tal es la imagen del zarzal ardiente que no escuchamos ahora a un expresidiario, ni siquiera a un mártir, sino a un ser a quien el dolor ha dotado de un conocimiento que debe trasmitir a su pueblo con la autoridad del que fue escogido para dialogar con la zarza en llamas. Nada sorprende de la resonancia bíblica en esta lectura, sobre todo por evocar la experiencia juvenil del poeta en la cárcel colonial. La realidad de Cuba queda mejor expuesta a través del simbolismo fecundo de la zarza incandescente. Baste recordar la revelación de Dios a Moisés “en una llama de fuego, en medio de una zarza (Ex 3.2) que no se consumía, para nombrarlo libertador del pueblo de Israel bajo el yugo de los egipcios. Dios habló a su profeta desde las llamas, y Martí, a su lumbre, se comisiona en un acto de fidelidad, como el portador de una profecía igualmente redentora. Símbolo y realidad se funden. Si en los textos bíblicos la zarza ardiente simboliza la presencia divina, para Martí implica —más allá de su experiencia vital—, la realidad de un drama histórico-social que lo sitúa en el liderazgo de la batalla por la redención del pueblo cubano. Representa en sí, no la alusión patética a un pasado doloroso, sino la invitación a participar en el reordenamiento de la unidad nacional del país. Es diríamos entonces, el símbolo de la evocación, del testimonio social más acendrado del Apóstol que contiene la esencia y fundamento de toda su obra patriótica, delineada —poéticamente—, a la lumbre del zarzal.
Al salir del presidio, tras descender al infierno sin un Virgilio guiador, llega a la Isla de Pinos bajo pena conmutada por el Capitán General mientras se considera su deportación definitiva a España. El hacendado y militar José María Sardá lo toma bajo su cuidado y lo lleva a vivir a su residencia en la finca El Abra. Allí rodeado del afecto de la familia Sardá e inmerso en las lecturas de la Biblia, reafirma quizás el carácter profético de su vida. En lo adelante, sufrir por la patria será el fundamento de su existencia, su gran prueba espiritual: Todas las grandes ideas tienen su gran Nazareno—afirmó. Admite, por tanto, la necesidad del sufrimiento como vehículo para expandir el espíritu, considerando a la vez su agonía existencial el modo idóneo para redimir la nueva nación:
En esta tierra, no hay más que una salvación:—el sacrificio.—No hay más que un bien seguro, que viene de sacrificarse:—la paz del alma.—Todas las desventuras comienzan en el instante en que, —disfrazado de razón humana, —el deseo obliga al hombre a separarse, —siquiera sea la desviación imperceptible, —del cumplimiento heroico del deber.—El martirio: he aquí la calma.
Martí es capaz de entender el propósito del sufrimiento sin caer en las redes de la amargura o en la tentación de la venganza e incluso sin reducirlo a un mero sentimiento personal que despojaría al patriotismo de toda legitimidad. Su agonía implica un beneficio político común de contornos definidos a través de la formulación ética: Sirve y vivirás. Ama, y vivirás. Despídete de ti mismo y vivirás. Sabe que la acción patriótica no es de entrega en abstracto sino de sangre y rostros humanos. Servir, aun a costa de sí, constituye el legado ético de un pensamiento que proclama: es ley maravillosa de la naturaleza que sólo esté completo el que se da; y no se empieza a poseer la vida hasta que no vaciamos sin reparo y sin tasa, en bien de los demás, la nuestra. Plantea la vida como una batalla a la que se vuelve continuamente desde la perspectiva justa del amor: Y a ofrecer a los hombres mis servicios, triste y dignamente. De modo que la virtud del sacrificio reside en esa capacidad de servicio siempre vinculada al bienestar del proxĭmus sea social o político:
El alma humana es noble—puesto que llega a soportar la vida, en la que suele dejar de hallar totalmente placeres, por la mera conciencia de su deber, de su capacidad para el beneficio de otros. Goza en su martirio, si con prolongar su martirio, otros se aprovechan de él.—
La disposición para el sacrificio es de honda resonancia cristiana en toda la dimensión histórica y dogmática del término. Sigamos este apartado de Yugo y estrella:
Cuando al mundo
De su copa el licor vació ya el vivo:
Cuando, para manjar de la sangrienta
Fiesta humana, sacó contento y grave
Su propio corazón: cuando a los vientos
De Norte y Sur virtió su voz sagrada,—
La estrella como un manto, en luz lo envuelve,
Se enciende, como fiesta, el aire claro,
Y el vivo que a vivir no tuvo miedo,
Se oye que un paso más sube en la sombra!
Para Martí sólo está vivo el hombre que se entrega. Este apartado, de profundo talante cristológico, recrea la consumación del sacrificio a través de los vocablos copa, licor y corazón como símbolos del amor concurrente para subrayar la nobleza del acto en sí.
El mismo tema es expuesto en Con letras de astros:
Con letras de astros el horror que he visto
En el espacio azul grabar querría.
En la llanura, muchedumbre: —en lo alto
Mientras que los de abajo andan y ruedan
Y sube olor de frutas estrujadas,
Olor de danza, olor de lecho, en lo alto
De pie entre negras nubes, y en sus hombros
Cual principio de alas se descuelgan,
Como un monarca sobre un trono, surge
Un joven bello, pálido y sombrío
Como estrella apagada, en el izquierdo
Lado del pecho vésele abertura
Honda y boqueante, bien como la tierra
Cuando de cuajo un árbol se le arranca.
Abalánzanse, apriétanse, recógense,
Ante él, en negra tropa, toda suerte
De fieras, anca al viento, y bocas juntas
En una inmensa boca, —y en bordado
Plato de oro bruñido y perlas finas
Su corazón el bardo les ofrece.
Los versos enaltecen la nobleza en medio de la miseria humana. Se trata del espíritu poético y diligente rodeado de circunstancias adversas que le impiden alzar el vuelo. El joven bello, pálido y sombrío, encarna la imagen del Sufriente en pos de aquellos a quienes les ofrece su corazón. Al igual que en Yugo y estrella, el corazón está asociado al simbolismo de la copa como expresión del sacrificio, noble y leal, del entregado. Ambos símbolos imprimen carácter en virtud de sus implicaciones ontológicas y sociales en lo más íntimo del pensamiento y la obra martiana.
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