Por Ego de Kaska Foundation

Fragmentos del Epilogo «Entre las «estrellas y el hombre». The last Bildungsroman» escrito por Ángel Velázquez Callejas para la reciente publicación de El Principito, (Exodus, 2021). Con Ilustraciones Felipe Alarcón, Dirección de Arte de Roger Castillejo, y epílogos Angel Velázquez, Felipe Alarcon y Gregorio Vigil-Escalera
« Amarás la tierra de tus hijos;
este amor será tu nueva nobleza…»
Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra
(De tablas viejas y nuevas)
Con razones formalistas, (y aquí entramo en lo nuevo) Nietzsche y Saint-Exupéry fueron más allá de la leyenda mística y navideña que hasta entonces había mantenido vivo el mito del niño y del nacimiento de Jesús. Lo que tiene que decir la narrativa cristiana de fondo es que en ambos autores sigue retumbando las imperceptibles series de tonos cristianos. El nuevo niño pos navideño nace ahora con una idea diferente a la anterior: Ya no es la de Dios y el alma, sino la del hombre y la estrella, es decir, el derrumbamiento de la clásica metafísica por la «ontología fenomenológica» del ser en el mundo.
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Desde este punto de vista, se ha ignorado el hecho de que el tempestuoso éxito de El Principito entre innumerables lectores de todo el mundo (existe más de 300 ediciones en casi todas las lenguas) puede atribuirse también a la histórica influencia de la obra de Nietzsche desde varios puntos de vista importantes. No descabellado estaría decir que la aparición de El Principito en 1943 cobra importancia y contexto a partir de los impulsos de Nietzsche por dejar testimonios a fines del siglo xix de una época de la cultura donde ya estaba avanzada la historia del destornillamiento de la ascesis espiritual (el paso de la metafísica mitológica a la fenomenología del ser-ahí en la estrella). En vez de un Dios que ríe evocado por Nietzsche, cuatro décadas después aparece El Principito triste y nostálgico con la capacidad también de reír y amar.
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En efecto, al igual que las ideas del Romanticismo sobre el origen de la poesía a partir de la infancia y la niñez fructifican en las visiones de las enseñanzas de Nietzsche, las referencias de Nietzsche a una nueva nobleza (des-espiritualización de la ascesis pedagógica) de la infancia, históricamente inédita, se condensan en la obra maestra poética de Saint-Exupéry. Tanto los impulsos de Nietzsche como los de Saint-Exupéry se basan en la convicción romántica e idílica de que el hombre debe ser «criado y domesticado como un niño si quiere ser plenamente humano».
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En el año de la muerte de Nietzsche y del nacimiento de Saint-Exupéry, 1900, las semillas de la idea extravagante de la educación infanta (el hombre debe ser criado como un niño si quiere ser plenamente humano) ya habían brotado con fuerza. Maduración de un niño, fue el lema que reflejó la doctrina espiritualmente extraña de Nietzsche de las tres transformaciones del espíritu, tal como se presenta en el primer canto de Así habló Zaratustra. En efecto, Saint-Exupéry reconoce el poder totalizador de la imagen en este sentido: «Por eso digo de una imagen, si es una imagen verdadera, que es una civilización donde te encierro».
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Con esta instrucción paradójica del lenguaje, Exupéry y Nietzsche, desplazados en el tiempo y sin embargo conspirando de consuno, entran en la altura de la antigua pedagogía reformista europea, que brilla desde el siglo xix hasta el xxi, a pesar de todas las modificaciones del impulso pedagógico e independientemente de los oscurecimientos que emanaron del abuso erótico de algunos alumnos por parte de algunos profesores.
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Ab infante sains («del niño viene la salvación»), fue el lema reformista de una época que pensaba con mucho más optimismo en la pedagogía que hoy. Aquí como allí, los evangelistas pedagógicos se preocuparon por superar la monstruosidad de la vida ordinaria de los adultos, junto con su sometimiento al número, la preocupación, la guerra y la serie dad animal. Desde esta perspectiva, si nos referimos específicamente a El Principito, el personaje y la historia de ese cuento serían una metáfora de la parábola existencial de su creador. Desde las primeras páginas, el narrador y coprotagonista es un piloto que fue niño y que siguió siendo niño en su corazón.
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En las «tres metamorfosis» del espíritu, el camello, el león y el niño, Nietzsche deja en claro la predilección del pensar en escena de la vida contemplativa. La trasformación del espíritu del león en niño no es el paso de una vida profana a una sagrada, trascendental, como hasta ahora se aludido. El niño en tanto valor es juego, contemplación, vida teórica. La inocencia y el olvido en un nuevo comienzo es el método para observar. Lo que Nietzsche propone con la trasformación de la vida es niño, la vida es juego, la retirada del espíritu a la vida teorética lúdica.
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De forma demasiado visible, su viaje alrededor del mundo lleva las marcas de la huida y la búsqueda. Mientras que el niño de Nietzsche, madurado como un niño, debía encarnar la perfección de una vida movida por completo fuera de la suya, el Principito se deja llevar por su imperfección. Vive una vida inacabada y sabe que aún tiene mucho que aprender. Pero su perfecta imperfección es la base de su magia.
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Saint-Exupéry no escribió un cuento infantil con su historia del niño perdido en el universo. Lo que tenemos ante nosotros en forma de este extraño cuaderno de viaje es la abreviatura de un Bildungsroman. Se dirige a los jóvenes inmortales que se esconden en los adultos mientras esperan los raros momentos en que se les permite salir a la luz sin vergüenza. El público del Planeta Tierra vio generosamente el engaño del autor. Todo poeta es un farsante. «Para entender el mundo de hoy, utilizamos un lenguaje que se estableció para el mundo de ayer», escribió.
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Le pareció muy bien que el gran Bildungsroman -ese tropiezo superior de los individuos en el camino hacia sí mismos- se pusiera en una versión abreviada contemporánea. Al fin y al cabo, era el año 1942 cuando se escribió El Principito, y ya se sabía entonces que quien quisiera sobrevivir al periodo de oscuridad absoluta tendría que viajar ligero. El milagro de El Principito fue acortar el año de aprendizaje y de viaje del héroe a un mínimo practicable. Un mes en el espacio, un año en la tierra, una semana en el desierto: eso era todo lo que estaba disponible para enseñar a un niño sin hogar en un gran viaje las lecciones decisivas. En la novela Tierra de hombres escribió: «Sólo el Espíritu, si sopla sobre la arcilla, puede crear al Hombre».
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El Bildungsroman y el protocolo de iniciación crecieron juntos en unas páginas de cuento para formar un nuevo género. En ellas, se podía presenciar cómo el Principito construía y armaba experiencias. También fuimos testigos de cómo el alumno conoció a su maestro, el zorro, que le transmitió, si no el secreto de la lectura, al menos el de la vida: «Sólo se ve bien con el corazón».
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