«El pan dormido»: la vida como narrador

Por Kukalambé

En el universo literario de José Soler Puig, la epojé intuitiva cobra vida como una retirada desinteresada de la vida empírica narrativa, una forma de autoformación del narrador que me ha dejado una profunda impresión. A lo largo de los años, me he sumergido en la narrativa de Soler Puig, leyendo fragmentos de sus obras publicadas en Cuba en distintos momentos, incluso durante mi formación como historiador en la isla. A pesar de no haber comprendido plenamente el significado temático en ese entonces, he apreciado la belleza de su prosa a través de más de 1500 páginas, que abarcan una docena de libros mayormente pequeños, entre novelas y cuentos.

Sin embargo, me he cuestionado por qué Soler Puig elige escribir libros narrativos relativamente cortos. Parece que la narrativa ascetológica, como disciplina, no le permite extenderse demasiado. En mi opinión, la concentración intelectual de Soler no se centra en la narración en sí misma, en el texto, en la trama, el discurso, la historia o el desarrollo de los personajes. Más bien, su enfoque radica en presentar la historia de la autoformación del narrador en un espacio determinado, como si fuera una forma de vida literaria.

Aunque la modalidad psicológica, sociológica y cultural de los personajes en sus textos se revela por sí misma, toda la tramoya empírica literaria, un tema recurrente en las obras de Soler, se utiliza para dirigir la atención hacia sí mismo y hacia cómo se desarrolla la autoformación del narrador, alcanzando niveles más elevados en su evolución. En consecuencia, su enfoque puede describirse como un existencialismo de barricada y de retirada con respecto al mercado textual de la literatura.

¿Existe un «sistema narrativo» en la obra de Soler? A lo largo de su obra, la pasividad de Soler fue más extensa que su propia actividad. ¿Comprenden lo que quiero expresar? Considero que Puig logra algo más que la mera epojé narrativa mediumdica, lo cual debería servir como estímulo para cualquier narrador respetable en el ámbito literario.

A Soler no le preocupa tanto la creación de un «sistema técnico narrativo» o una «narratología», y mucho menos convertirse en el personaje-narrador, como sugieren algunos de sus críticos más cercanos. Aunque esta última ambigüedad se insinúa de manera sutil en el discurso narrativo, desde mi punto de vista, Soler oculta de manera intuitiva una clave narrativa no-narrativa: provoca un corte, una epojé, y con ella se aleja desinteresadamente de la corriente narrativa de la vida empírica para lograr un estado de bio literature libre.

Al exiliarse dentro de sí mismo, Soler comienza a escudriñar a través de sus personajes cómo se forma la vida del propio narrador. Es decir, ¿en qué consiste para el homo literatu de Soler la autoformación de la vida del narrador, sino en atravesar las catacumbas del médium que transmite la voluntad de narrar mediante ejercicios narratológicos? Al romper la unicidad entre la vida literaria empírica y la existencia absoluta del narrador, Soler investigó, aunque nunca lo expresó abiertamente, acerca de la perfección estricta y pura del movimiento existencial del narrador, pasando por un entrenamiento narrativo constante. A Puig no le preocupó tanto escribir bien como narrar perfecto, es decir, narrar con precisión, siempre cuidando de mantener las expectativas en la configuración de la vida narrativa como ejercicio.

El clímax de la epojé literaria señalada en Soler se alcanza, de manera intuitiva e implícita, en una de sus obras primarias, paradójicamente la más extensa: El pan dormido. Todo lo que se lee en esa obra, desde la estructura narrativa de la panadería hasta la preparación y elaboración final del pan, es un ejercicio de formación del panadero, una disciplina, un oficio y unos hábitos. De esta obra extraigo lo que podría considerarse un «programa» universal de literatura: examinar el campo de la narrativa a través de la autoformación del narrador. Ser narrador implica vivir en un espacio determinado donde las acciones narrativas que describe repercuten en la autoformación del narrador.

Estas acciones narrativas contemplan un significado ascético, de prácticas y entrenamiento, cuyas atribuciones, en su mayoría, no están declaradas por Soler, pero se manifiestan de forma encubierta a través de ejercicios narrativos repetidos. Se trata, en resumen, de una literatura en la que el narrador, por excelencia, descubre, a través de una exhaustiva investigación, las disciplinas y los hábitos metódicos que dan forma a la vida del narrador. Es la deconstrucción espiritual del narrador y no de técnicas narrativas para la producción de la literatura al uso. Es, en definitiva, la epojé autoformativa para exiliarse de los mercaderes literarios.

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