Por: Coloso de Rodas
El cubano de adentro y de afuera sigue teniendo miedo. Así fluye la historia de la infelicidad. Y no me refiero al socorrido miedo «político», que es abismal, sino al «miedo contra el miedo». Lo que puede producir miedo, el cubano le coge miedo. Naturalmente, hay miedo terrible a lo que no es tendencia y predominante. Hay miedo, es decir, a la «neofilia». Por eso hay una gran cortesía hipócrita de lo decadente. Por ejemplo, se ha probado de que en algunos círculos de intelectuales existe el miedo a leer los «Cuadernos Negros» de Heidegger y el «Anticristo» de Nietzsche.
Se trata del miedo a la «naturaleza de lo criminal».Pero quiero referirme brevemente al «resentimiento» como forma infeliz y sutil del miedo. Lo que se ha dicho en contra de la sociedad («sociedad del espectáculo») forma parte del resentimiento. Kojeve, en la «Introducción a la lectura de Hegel», intuyó muy bien la naturaleza de la lucha dialéctica del reconocimiento a través de la relación siervo/ amo. Forma de lucha que se ha visto transformada en el «siervo» transmutado en «perdedor», repleto de miedo.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, el «perdedor» aparece en la sociedad apoyando una guerra simbólica, recurriendo al reconocimiento para ganar una tajada de prestigio frente al ciudadano común. El reconocimiento lleva implícito un resentimiento porque el perdedor se vale del celo y la envidia para ganar un escalón. En líneas geniales, dentro y fuera de Cuba, el cubano se atrinchera bajo el dominio de una ‘sociedad erotizada’, perpetrada por el miedo, el miedo a la libertad.
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