Por Crescencio Pérez
Decidió adentrarse en lo inexplorado, desafiando los límites del experimento. Ouspensky se había convertido en el discípulo más destacado del eminente místico George Gurdjieff. A pesar de ser un matemático, filósofo, periodista, intelectual y escritor, ansiaba dejar atrás esa vida y explorar terrenos desconocidos. Junto a su maestro, Gurdjieff, escribió dos famosos libros dentro de la tradición mística del «Cuarto Camino»: «Conversaciones con el diablo» y «En busca de lo milagroso». Uno de los temas que inquietaba a los practicantes de este camino místico era la muerte. Al igual que su maestro, se preguntaban: ¿Es la muerte real?
En algún momento, creyeron que podrían experimentarla. Visualizaron imágenes, sintieron sensaciones e incluso reflexionaron sobre ella como si fuese algo tangible, pero Ouspensky albergaba dudas. Sentía que algo faltaba, que no estaba seguro. Aunque la técnica del recuerdo de sí, una poderosa herramienta antropotécnica, parecía relacionada con la muerte, él no lograba convencerse. Surgió en su mente la idea de que mientras la ciudad estuviera muerta, él seguiría vivo. Llegó a escuchar voces, creyendo que Gurdjieff le enviaba mensajes a larga distancia.
Fue entonces cuando comenzó a desconfiar de su maestro, percibiendo cierta astucia y habilidad mágica en él. La muerte se convirtió en una obsesión. Decidió separarse de Gurdjieff y establecer su propio grupo y enseñanza, centrados en el significado de la muerte. A punto de cumplir 70 años y consciente de las enseñanzas del yogui indio Sri Aurobindo, ferviente defensor de la vida después de la muerte, Ouspensky decidió sumergirse en la comprensión profunda de la muerte. Según cuentan sus discípulos, expresó: «Vamos a descubrir si la muerte existe o no». Sus dudas se intensificaron y Ouspensky se sumió en una profunda melancolía, sintiendo como si llevase consigo una carga pesada que lo aplastaba.
En 1947, estando enfermo, Ouspensky decidió que era el momento de enfrentar la verdad. Convocó a todos sus discípulos, que apenas sumaban diez, y les dijo: «Ha llegado el momento de la verdad. Estoy enfermo y anciano, y no quiero dejar pasar esta oportunidad. Moriré consciente».
Se puso de pie y les pidió que lo observaran sin interrupción. Permaneció de pie durante horas y días, sin comer ni beber. Los discípulos, angustiados por el deterioro de su cuerpo físico, lloraban y trataban de persuadirlo. «Maestro, por favor, detén este proceso de muerte», se escuchaban las voces de los discípulos. Pero Ouspensky se mantuvo firme hasta el último aliento: «No, déjenme continuar. Quiero morir consciente. Quiero presenciar la muerte».
Justo en el momento preciso, cuando las fuerzas vitales de Ouspensky se desvanecieron hasta su límite, sus ojos se nublaron, pero su ego se endureció y comenzó a pronunciar palabras. «La muerte ha alcanzado mis piernas», «la muerte se ha apoderado de mi cuerpo», y sus últimas palabras, un grito desesperado de vida o muerte, antes de desplomarse, imploró a sus discípulos: «¡No me dejen morir! ¡Ayúdenme, no quiero morir!».
Pero ya era demasiado tarde, la muerte había llegado a su lengua, cayó al suelo y falleció. En la esquina de la tumba de Ouspensky, en una pequeña placa, se puede leer el siguiente epitafio: «Aquí yace el hombre que desafió a la muerte y murió».
No seas ingenuo, no esperes hasta el último momento para descubrir si la muerte existe o no.