Por Wifredo Rosales
Cuando era estudiante de la carrera de historia de la Universidad de Oriente, durante el 1984, para un seminario, lo comencé a leer, nunca lo terminé. ¡Un manual de 900 páginas! ¡Pa’ su madre! Santiago era muy rica en heroicidad, y los ranchos su mejor inversión. Allí, bajo los efectos del sabroso ron Caney ningún libro era una autoridad.
Entonces, no acumulaba los suficientes hábitos «horas nalgas» para tragarme hasta el final ese libraco con olor a semillas de cundiamor. Apenas mi rendimiento podía consumir 10 páginas por libros, ni siquiera por tiempo. Con el tiempo, a saltos, sin que mediara un objetivo concreto, lo rematé en tiempo de pos-universidad.
La vida de un lector es la vida de un asceta: ejercicio, disciplina y entrenamiento en el desierto de la «mutislidad». Ahora puedo leer fácilmente 100 páginas por día. Mi disciplina no se entrenaba para el saber y la erudición, sino para una competencia como lector. En ese sentido, me tomo muy en serio la obra de mi vida, sobre todo cuando necesito sentarme en los parcos de una pantalla para disfrutar una jornada de atletismo olímpico. No recuerdo exactamente quien escribió que el esnobismo nos supera. Creo que fue un joven escritor bayamés, Evelio Traba, al afirmar en una entrevista que una suerte de compadrazgo construía amplios terrenos para la discusión pedestre, donde predominaba el ditirambo y el favoritismo a favor del amiguismo literario.
Con Guerra no puede existir esnobismo. Fue un historiador culto, quizás el más importante de Cuba republicana. Carga en sus hombros el relato de la Cubanidad entera. Este «Manual» nos puede ilustrar una idea diáfana de lo que Régis Debray supone que es «los restos de una metafísica de la presencia»: el idealismo del pensamiento positivista y la última narrativa del emisor de la cubanidad por medio de la historiografía. El marxista Carlos Rafael Rodríguez solía decir sin reparo que «la obra de Guerra no era marxista, pero que sin la obra de Guerra no se podía escribir la historia de Cuba».
Los que sepan aprovechar la lectura de este Manual en el exilio y la diáspora, se percatarán de que el texto se ha superado a sí mismo; ha dejado de ser «el texto» en los márgenes para convertirse en un médium de la historia de la Cubanidad.
Ahora ya no importan los hechos relatados; con el ‘Manual’ en plena marcha, la “historia de la Cubanidad” alcanza una nueva categoría existencial: se va transfigurando en un trasbordador gigantesco, por medio de un container espacial espiritual.
El ‘Manual’ entra en la diáspora cubana con su personal a bordo, emigrantes, exiliados y todos aquellos que fueron expulsados del espacio de convivencia original y tienen hoy el imperativo cultural de proteger la identidad.
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