Por Galán Madruga
Con el propósito de obtener una visión aproximada de las actitudes y representaciones de los distintos estratos de la burguesía nacional en las dos primeras décadas del siglo XX, es imprescindible dirigir la atención hacia la obra sociológica de un eminente pensador de la época, José Antonio Ramos. En esta perspectiva, su ensayo sociológico titulado El manual del perfecto fulanista, 1916, el cual condensa los criterios más relevantes elaborados por Ramos acerca de la sociedad cubana, representa un esfuerzo serio y de gran alcance realizado por un intelectual cubano con el propósito de comprender de manera científica las tendencias y actitudes que definían a los distintos sectores de la sociedad política y social de la nación.
Ramos, siguiendo los principios metodológicos de Comte, a los que otorgó un carácter fundamental, y respaldándose en la concepción de la sociedad como un superorganismo, inspirada en Spencer, pudo emprender un estudio específico de la sociedad cubana, cuyo valor rivalizaba con el de cualquier investigación de mayor rigor científico realizada por exponentes de la escuela positivista europea.
Cabe destacar que, a pesar de que las limitaciones de su trabajo han sido objeto de un análisis desde una por parte de José Antonio Portuondo, Ramos divergió del método positivista que estaba en boga en más de un aspecto crucial. Mientras que los sociólogos más destacados de la época se limitaban a observar los hechos sociales tal como eran, simplemente registrando su manifestación en la realidad, Ramos, asistido por su visión dialéctica de la realidad, se propuso examinar estos hechos teniendo en cuenta su posible evolución. De esta manera, su enfoque no se limitó a estudiar el pensamiento y el comportamiento de la burguesía, sino que también se adentró en el análisis del papel que, en un escenario ideal, debería desempeñar en la sociedad.
En concordancia con este enfoque, Ramos compartió con Varona la convicción de que era imperativo que surgiera un poder económico de alcance nacional. Como expresó en sus palabras:
«Precisamente, una de nuestras necesidades más apremiantes para consolidar la independencia de la Patria radica en recuperar el control material del suelo patrio en manos cubanas, y en la creación de una auténtica clase adinerada cubana y una clase media independiente del presupuesto. Más que envidiar y resentirse con los pocos ricos nacidos en el país, merecen nuestro más ferviente respeto. La crítica implacable solo debe dirigirse a aquellos cuyas fortunas se forjaron a expensas de los recursos de Cuba y su integridad, ya que invocaron la vergüenza como medio para obtener beneficios, lo cual fue motivo de la Redentora.»
Sin embargo, Ramos no pasó por alto las debilidades de la burguesía en su estado en 1916. A pesar de la aspiración ideal de que esta clase desempeñara un papel de liderazgo en la sociedad cubana, aún no había tomado conciencia de sus contradicciones con la política neocolonial estadounidense. En palabras de Ramos:
«Para la burguesía adinerada, Cuba todavía no era la Patria, la madre tierra, el hogar en el que vivían, sino una colonia, una estación de invierno, un hotel de paso. En consecuencia, el comportamiento social de los ricos que residían en Cuba, en lugar de oponerse a los intereses de los capitalistas extranjeros, irreflexivamente favorecía sus tendencias, y tal vez sin siquiera darse cuenta, contribuía al despojo de Cuba de su identidad, perpetuando su antiguo papel de mera factoría.»
Ramos también enfatizó cómo la alta sociedad de Cuba y la burguesía española en la época colonial compartían actitudes cínicas e indiferentes hacia el destino de la nación, actitudes que habían mantenido durante el período colonial. Como lo expresó Ramos:
«En lo que respecta a los ricos que venían de la colonia, podríamos añadir observaciones especialmente graves. Su escepticismo representaba una acusación continua contra su patria y sus compatriotas; no perdían la oportunidad de mostrar su falta de fe en el futuro de Cuba. Hablaban de la absorción estadounidense con la misma indiferencia repulsiva y cínica con la que se referían al Foso de los Laureles de los estudiantes de 1871 y a los crímenes cometidos por la soldadesca española contra las madres y vírgenes cubanas.»
Sin embargo, para Ramos, lo más preocupante no residía en esto. Consideraba que la educación de las nuevas generaciones de la burguesía tenía un carácter profundamente antipatriótico, lo que socavaba las posibilidades reales de la liberación nacional del pueblo cubano. En sus palabras:
«La mayoría de ellos educaba a sus hijos en colegios extranjeros o instituciones jesuitas, inculcándoles la idea de que su ciudadanía cubana debía ser simulada o no tomada en cuenta. Además, sus esposas contribuían a la educación de los hijos, inconscientemente, transmitiéndoles la idea de que todo lo cubano era inferior y barriotero, en contraposición a la aristocracia y la elegancia, que se asociaban con el uso adecuado de su riqueza.»
La relación de esta burguesía con las dirigencias políticas planteaba problemas desde varios puntos de vista. En primer lugar, el respaldo político de la burguesía a políticos corruptos contribuía a que la vida pública estuviera dominada por la inmoralidad y la falta de escrúpulos. En palabras de Ramos, la burguesía no comprendía la necesidad de que existiera una dirigencia política prestigiosa que la representara ante el pueblo y ante Estados Unidos. Además, no era consciente del peligro que suponían los disturbios y revueltas de los políticos en su lucha por el poder, ya que esto conducía a la anexión definitiva de Cuba a Estados Unidos. Según Ramos:
«La actuación política de la clase adinerada no se caracterizaba por su conservadurismo, como se observaba en casi todas partes. Muchos de los ricos de nuestra sociedad apoyaban a políticos radicales, sin importarles la corrupción y el mal uso de los recursos administrativos de estos, ni los posteriores préstamos. Este apoyo se derivaba de un pesimismo que ya mencionamos, ya que creían que su riqueza no disminuiría de ninguna manera, y en última instancia, confiaban en la intervención estadounidense si se producía un intento de revolución. La República, la nacionalidad y el orgullo de ser cubano no entraban en sus cálculos.»
La relación de esta burguesía con la política se basaba únicamente en el beneficio propio. Invertían dinero en un candidato con la única intención de que, una vez elegido, les retribuyera con concesiones o negocios ilícitos. En cualquier caso, esperaban que el Gobierno protegiera sus intereses individuales y, en última instancia, que el Estado representara los intereses generales de la burguesía, protegiéndola contra las demandas de las clases explotadas. En este sentido, las dirigencias políticas cumplían con las expectativas de la burguesía.
Ramos también era consciente de los peligros que entrañaban para la nacionalidad los pactos que se concertaban entre los políticos y la burguesía española con vistas a las elecciones, ya que estas alianzas convertían a las dirigencias políticas en testaferros del capital español. Además, veía con desconfianza la creación de un capital burocrático nacional. La burguesía que Ramos idealizaba no podía formarse en las condiciones neocoloniales. A pesar de que reconocía la influencia absorbente del capital estadounidense en Cuba, su creencia en que los monopolios podrían ajustarse a las normas de refinamiento y progreso moral en Cuba era un reflejo de un pensamiento utópico con respecto al reformismo burgués.
El error fundamental de sus opiniones radicaba en la confianza en una burguesía nacional que no podía desarrollarse adecuadamente en un contexto neocolonial. En teoría, sus juicios se correspondían con el programa que cualquier burguesía nacional de su época debía seguir, pero en el caso de Cuba, la burguesía era en gran medida un apéndice de la relación neocolonial. Ramos no comprendió esto en ese momento, aunque lo haría más tarde, al darse cuenta de que una burguesía con las características de la cubana en las primeras décadas de la república no podía seguir un camino normal de desarrollo y estaba irremediablemente ligada a la relación neocolonial.
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