El libro furtivo

Por Sandalio Hernández

El comienzo es cosa extraña. Si no reflexionamos sobre ello, se sabe lo que es comenzar, pero si pensamos en ello, entonces ya no lo sabemos. Señores, imagínense que un buen día alguien llama a su puerta de la casa, usted abre y aparece un desconocido vestido con ropa casual, un portafolio en la mano, un hombre alto, flaco, de aproximadamente 70 años, con barbas y bigotes en canas, cuya apariencia refleja un tipo de pobreza decente. Si usted se imagina vívidamente una escena semejante, le podría pasar a partir de ahora lo que al narrador omnisciente cuenta en un libro de arena.

Ese extraño, aparentemente un hombre furtivo, se presenta como vendedor de libros de su propia obra. Con motivo de una asociación de factores no aclarados, parece estar al corriente de que el anfitrión que le ha abierto la puerta de su casa en Miami es un coleccionista de libros.

–buenas tardes, soy Simplicio, escritor cubano, con más de 40 años de experiencia literaria.

–¿Simplicio?

–Sí, Simplicio Magno, el que mismo viste y calza, multipremiado en certámenes literarios.

–pues bien, pase y en qué puedo servirle.

–vendo libros.

El anfitrión aclara en seguida a su visitante que en realidad no son precisamente los libros de ensayos y poesía los que le hace falta. En realidad, él posee ya muchas antologías poéticas e infinidades libros de ensayos, entre ellos el paradigmático libro Ensayos de Emerson.

El melancólico extraño calla durante un instante y replica que él no solo vende libros de ensayos, sino también novelas y cuentos, y que puede mostrar al anfitrión otros géneros literarios que posiblemente suscitarán su interés, sobre todo una obra que ha escrito durante más de 20 años, publicada recientemente por una editorial elite de Miami. Abre el portafolio saca un volumen, en el lomo del sorprendente libro se lee la palabra Eulilia.

El coleccionista abre el libro por un lugar arbitrario. La paginación del lado izquierdo lleva el número 705, la página derecha que está al lado, en cambio, el número 643. Al pasar las páginas, se pone de manifiesto que el siguiente número de página se multiplica por ocho. El coleccionista cierra el libro y luego intenta abrirlo de nuevo en la misma página. En vano, las páginas que acababan de abrirse no se encuentran ahora, por mucho que él las pase una y otra vez.

El vendedor de la estelar novela le cuenta entonces en voz baja que él ha comprado semejante libro en la Feria del Libro de Miami por 20 dólares. Que su antiguo poseedor, una intocable editora, Margaret editions Tacher, le había dicho que ese libro era de arena, porque ni el libro ni la arena tienen ni principio ni fin. A continuación, señores, sigue el texto cuya historia quisiera que guardasen en su memoria.

Escuchemos por unos momentos la voz del narrador citándolo directamente:

«Me pidió que buscara la primera hoja. Apoyé la mano izquierda sobre la portada y abrí con el dedo pulgar casi pegado al índice. Todo fue inútil: siempre se interponían varias hojas entre la portada y la mano. Era como si brotaran del libro.

-Ahora busque el final.

También fracasé; apenas logré balbucear con una voz que no era la mía:

-Esto no puede ser.

Siempre en voz baja el vendedor de la novela me dijo:

-No puede ser, pero es. El número de páginas de este libro es exactamente infinito. Ninguna es la primera; ninguna, la última. No sé por qué están numeradas de ese modo arbitrario. Acaso para dar a entender que los términos de una serie infinita admiten cualquier número.

Después, como si pensara en voz alta:

–Si el espacio es infinito, estamos en cualquier punto del espacio.
–Si el tiempo es infinito, estamos en cualquier punto del tiempo.

Señores, no cuesta mucho esfuerzo imaginar que, para cualquier bibliómano, ha de ser irresistible el deseo de apropiarse de esa novela. Tantas razones, tenía para ello. Es igualmente imaginable que un libro de este tipo, una vez adquirido, convencerá muy pronto a su nuevo poseedor de lo insoportable que es tenerlo en casa.

Un libro sin comienzo ni fin es un libro poco apropiado para ser poseído en términos humanos, ya que se corre el riesgo de que el entendimiento habite en lo monstruoso, y si en esta novela desmedida uno pasa las hojas excesivamente se arriesga a convertirse él mismo en un monstruo, en una víctima de la literatura per se.

El posterior desarrollo de esta historia «simpliciera» muestra esta posibilidad con toda claridad.

Por ello, al final supone una sabia decisión por parte del narrador, el que, después de experimentar durante varios meses los efectos devastadores del libro infinito sobre su vida, deposite esta obra
del diablo en uno de los húmedos anaqueles situados en los anaqueles de la Biblioteca de la Universidad de Miami, y haga todo lo posible para olvidar el lugar exacto donde la «perdió». Como impenitente bibliómano-coleccionista, él no podía sino llevarse instintivamente este libro imposible de leer.

Más pronto la inteligencia y el más puro instinto de conservación obligaron a este amante de los libros a alejar de sus manos un objeto imposible de poseer. De hecho, ya simplemente el mero pensamiento de haberlo poseído no deja de ser peligroso, pues quien no puede eliminar esta idea de su conciencia no tarda en ser víctima de la melancolía.

Lo que aporta la abismática historia de Eulilia a este propósito ha quedado ya subrayado en el párrafo antes citado. Pues en su monstruoso libro hace su aparición una dificultad que no parece serlo tanto desde un punto de vista general: la dificultad de abrir la primera página de un libro. Esa dificultad tiene que ser superada por la literatura.

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