Por Kukalambe
Al cumplirse ochenta años desde su primera edición, El juego de abalorios sigue siendo un enigma fascinante para sus lectores. Inspirados por esta novela metafórica, algunos se adentraron en laboratorios espirituales, abadías y conventos, convencidos de que el conocimiento total se logra integrando arte, literatura y ciencia. Sin embargo, en esa búsqueda, ignoraron otras interpretaciones de la obra.
Pocas veces se menciona la confusión oculta cuando la novela no se aborda como parte de la ascetología general que Nietzsche iluminó a finales del siglo XIX. Así como se exploran los juegos del lenguaje de Wittgenstein y los juegos del saber de Foucault, siempre habrá espacio para entender el pesimismo de Hesse frente a la secularización de la ascesis.
Imaginemos vivir en una Orden religiosa para entender mejor la idea de seguir una regla. Hesse sugiere que un monje, al vivir según las reglas de su Orden, muestra cómo estas reglas dan forma a su vida. Este monje sería como un etnólogo que estudia su propia Orden, incapaz de ser completamente absorbido por la vida monástica.
Rara vez, una persona adquiere la capacidad de participar en juegos conectados con una forma de vida significativa. Para Hesse, esta capacidad requiere un «reglamento de una Orden», es decir, un conocimiento profundo de cómo vivir una vida disciplinada, obtenido a través de la experiencia o de un esfuerzo renovado durante una crisis cultural.
Cuando alguien se ejercita de esta manera, se incorpora a una ascesis declarada, practicando lo que realmente es valioso. Estos ejercicios llevan a juegos del lenguaje y formas de vida para personas no triviales. Aunque estos ejercicios puedan parecer simples, impregnan lo cotidiano con destreza artística. La representación perfecta de la normalidad se convierte en un ejercicio acrobático. Para Hesse, el milagro ético ocurre cuando las formas de vida pueden ser explicadas y reconstruidas mediante un análisis lógico.
No es casualidad que los personajes principales de El juego de abalorios y El Proceso compartan una similitud notable. Josef Knecht, devenido monje, y el desaliñado Josef K pueden ser vistos como acróbatas en sus respectivos «circos de variedades», cada uno enfrentando desafíos y equilibrios en sus propias esferas de vida.
¿Cuántas cosas encontraríamos de acrobacia y circo de variedades en «Paraíso» de Lezama? Este sábado, en la presentación de Existencialismo de variedades en la narrativa de Franz Kafka, profundizaré en estas reflexiones.