EL [INCAMBIABLE] ALMENDRÓN DE PABLO SOCORRO

Por Waldo González López

                           «Los muertos saben cosas que los vivos ignoramos».

                                                                 P. S.

Humorista nato y neto, en sus libros evidencia su rechazo a lo más odiado por los cubanos de ambas orillas: el Castrismo/Socialismo/Comunismo, germen de los mil males que asedian/invaden/destruyen a América Latina, África e, incluso, Europa, cáncer que miles de «tontos útiles» o, mejor: canallas que lo defienden, tal aconteciera en los recientes ejemplos madrileños de apoyo al mediocre dúo Mala Fe que, con la peor fe, son voceros del régimen del puesto a dedo Díaz Canel, quien [des]gobierna la Isla Gulag.

   Por supuesto, me refiero al periodista de larga data e intensa narrativa Pablo Socorro, autor de títulos a tener en cuenta, sobre todo: Hablar en Cubano; Cuba11-J-21 [testimonio recogido entre los miles de cubanos de las dos orillas sobre los acontecimientos del inolvidable julio 11, durante las revueltas contra el castrismo], y La memoria de las uñas, sobre el que escribí y publiqué semanas atrás, en esta web, mi comentario: «Los dictadores no ríen… menos aún con Pablo Socorro», donde subrayara su «capacidad invencionera […] revelada en este plausible volumen], con sus breves minicuentos, minirrelatos o prosemas, que todos los calificativos reúne en no pocos de los aquí incluidos».

   Como asimismo, apuntara que su libro «es un haz de verdades y humoradas escritas en el mejor español, pues sus textos descubren una genuina voluntad de estilo, avalado por múltiples lecturas de autores, en particular, quien desde el inicio de este y otros de sus títulos, es su mayor influjo: el maestro del humor cubano de los mil y un tintes: Guillermo Álvarez Guedes, de quien lo siento deudor inteligente, jamás imitador al calco».

   Con tal bagaje de trasfondo, Pablo Socorro ahora nos ofrece otro de sus valiosos títulos que se une al trío arriba mencionado. Sí, recién publicado por su Editorial Lunetra, El almendrón azul, cuyos eficientes diálogos en típico/tópico lenguaje, antes bebido en hondas lecturas de los novelistas realistas y naturalistas del XIX, tal los del XX, nos ofrece sus estupendos cuentos [¿o acaso atractiva novela?], tan lúcidos por bien escritos que imponen su indetenible lectura, según acontece con los libros que llegan para quedarse entre los preferidos.

   Una de las ganancias de este recordable Almendrón…, es la fusión de funciones que —tal en otros libros suyos, como los de otros narradores— ilumina su prosa, enriqueciéndola, como la poesía que, iluminándola, aparece y reaparece de tanto en tanto, aunque no se muestre del todo, como ese magnífico personaje fantasmagórico, Camilo Cienfuegos, quien solo es oído por el cubanísimo chofer del Almendrón (¿alter ego de Pablo Socorro?).

   Bien subraya el asimismo narrador y periodista José Hugo Fernández, quien en su prólogo, atisbara con aguda pupila no pocos méritos del libro, resalta: esta «trama de referencias tragicómicas que llevan como norte procurar el placer de la lectura», nada utópico ni atípico para el cronista que ahora escribe estos mínimos apuntes con los que vota por esta óptima  narrativa que se escribe en Miami, como la del propio José Hugo, Manuel Vázquez Portal, Félix Luis Viera y Alex Schweg, quienes resaltan por sus libros publicados.

   Y corroboran tales asertos sus personajes convincentes/convencidos de una verdad absoluta: deben abandonar la Isla Gulag, como cuestión de vida o muerte, porque justamente quedarse es morir de hambre, de falta de la más elemental libertad, de rabia y odio por tantos atropellos, de la violencia que va subiendo por dentro hasta, un buen/mal día, explotar, perder la razón y morir enfrentando las huestes castrofacistas.

   De tal suerte, surgen sus posibles-creíbles criaturas: El Puro (¿Pablo?), El Ingeniero, La Mulata, La Chica, La Doctora, El Rubio, Pepe Hache y, entre otros, el ya mencionado Comandante: alter ego fantasmagórico del Camilo-Pepe Grillo y sus comentarios desde el asiento trasero del Almendrón: el cálido 100 Fuegos del que sabemos fue asesinado por el envidioso sátrapa, tal han demostrado varios estudiosos e investigadores del exilio.

   Asimismo, los eficientes diálogos del muy logrado lenguaje pabliano que, por su realismo/naturalismo, vencen y convencen a este exigente lector, al punto de que lo remiten, a su pesar, a aquella Habana dejada atrás, acerca de la que juré, al pisar la pista del Aeropuerto Internacional, doce años atrás, no regresar jamás, aunque ello implique morir aquí, sin ver nunca jamás aquella ciudad que ya ni siquiera es el pálido reflejo de la que dejamos un buen día.

   Subrayo que, en La memoria de las uñas, Pablo ha captado el logrado lenguaje habanero actual, con sus giros, retruécanos, modismos, en fin, cubanismos de ahora mismo [que ignoro cómo Pablo los conoce desde este Miami], no empleados en aquella Cuba que dejamos atrás quienes vinimos antes, pero sí se habla en la actual y trágica ¿existencia? [¿cabe la palabra?], en la que ¿acaso preludian lo que puede ocurrir en el país, por las cada vez más paupérrimas desgracias actuales, causadas por la ferocidad, el egoísmo y el desinterés de la fascinerosa pandilla poscastrista, que ignora la soterrada venganza del pueblo a punto de explotar?

   Valen, asimismo, las citas de los autores mencionados en el frontispicio de algunos de los 15 cuentos que, divididos en dos partes: «Los peces» y «El mar», integran esta atractiva conjunción narrativa, en la que, de alguna manera, influyeron en la creación de los textos. Son los poetas, narradores y dramaturgos: Marguerite Yourcenar, Yevgeny Yevtushenko, Jean-Paul Sartre y Salman Rushdie, como los  cubanos: Nuvia Estévez y Juan Carlos Mirabal.

  Otro rasgo que apunto: enriquecen aun más el volumen: en la primera parte, la nominación de los relatos con los personajes mencionados atrás y, en la segunda, alusivos a la actual seudocultura: «Rapetón en el Almendrón» [mezcla de rap con reguetón], «Más biadz serás tú», «Las tres vidas de Doña Miseria», «Habana Miserere», «Tengo la camisa blanca» [alusiva a la mediocre canción de Juanes], «Yo soy la revolución» y «Huellas en la memoria».

   Por todo, concluyo estas breves notas que aspiran a que los lectores compartan conmigo las crudas como hilarantes páginas de este valioso libro de ¿humor… y dolor, como ansia de Libertad por nuestra Patria?

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