El hombre mediocre ante el hombre visual. Cotidianidad de lo admisible

Por Juan Carlos Recio Martínez

La ausencia de crítica se ve mucho más ahora, lo visual nos deja sin aquellos elementos de justificación sobre lo mediocre. Cualquiera puede hacer sus piruetas, escribir sandeces y tener público, esto no garantiza nada para nadie. Lo que tiene la sustancia de lo atemporal, lo que lleva consigo el ascendente y la calidad, no pueden ser arte efímero, ni será nunca esa especie de algarabía, que pretende vender el cuento de la buena pipa como si fuera un clásico.

Deben favores, algunas personas cuando le dices las cosas sobre la transparencia siempre dudan, porque es parte de una naturaleza desconfiada que no quiere llegar a ninguna altura, le interesa sentirse rodeado de una competencia que no existe tampoco, es un problema sin cura, parecido a un trastorno bipolar. Nadie crea nada que no nazca con el don, usted no se levanta para ver el sol y lo describe de manera poética ni se acuesta tan lleno de esa poesía que impulsa su cerebro a creer que lo mecánico tiene alguna fluidez, porque usted no tuvo el tiempo, el alcance suficiente cuando pasaba el repartidor de dones, tal vez usted desde bebé, prefería dormir en esas aguas de placenta, soñando con laureles fáciles y conexiones cerebrales divorciadas de una realidad, que ahora lo muestran en su adultez como lo que usted es cuando se impulsa, una especie de bola de gofio dentro de una lata de leche condensada. 

Los molinos que el Quijote vio eran de verdad esos gigantes de la imaginación que la modestia de Sancho lo asume como locura. 

Cuando una persona, el que sea, pierde el respeto por él, abandona todo aquello que anunció como el porvenir y se convierte en un presente que es pasado porque su ser bucólico y su marabú mental lo traicionan, no obstante que siempre habrá brutos que se asocian con los brutos y «al revés de lo contrario», la única esperanza viene de la humildad de Sancho, todos evitamos mencionar la locura del loco, algunos lo hacen por lástima, los más atinados lo hacen para beber gratis, ese tipo de apocalíptico y supuesto triunfo, que se asume sin importar lo relativo que pueda ser dos cosas tan diferentes, lo banal positivista y lo insustancial negativo, ambas cosas solo se unen en el resultado: las inmediatez de lo mediocre .

En El hombre mediocre, José Ingenieros hace una síntesis más precisa de la complejidad de esta enfermedad que con nuestros tiempos virtuales es un reto para las virtudes naturales que cada individuo debería sostener con persuasión de carácter y nunca por intimidación.

Martí que era un hombre culto de cara al sol, (aunque muchas veces descubrimos zonas de su poesía que lacera por la baja calidad y por tener ese desliz constante a lo cursi). Se alza de todos modos en su dignidad de patriota, y en aquello que nos brinda para convertir todo su pensamiento político filosófico en ara y no pedestal. Llegar a una cima no ocurre siempre como el sermón del monte, primero tienes que definir tu rol en esta vida, si te dedicas a ser solo el bufón para hacer reír de forma barata, sin pensar (el humor es el animal más serio de la especie humana) en zarzuela o ajiaco del hombre cheo, o si por el contrario, usas tu locura para crear una tesis donde todos puedan ver esos gigantes que confunden a muchos con los molinos de un pozo mental que de seguro ya está seco. Todas esas variables solo confunden y lo turbio aflora.

Termino mi café, con está relectura de El hombre mediocre de José Ingenieros, y cito textual por su importancia para el hombre visual, para quienes insisten en ver solo molinos como si coser y cantar fuera un arte de masas, como si vaca sagrada o no, se pueda recomendar escrituras, poses y limitaciones mentales, sacadas de un comportamiento siquiatra que solo lleva tomarse la medicina a tiempo.

«Los hombres rebajados por la hipocresía viven sin ensueño, ocultando sus intenciones, enmascarando sus sentimientos, dando saltos como el eslizón; tienen la certidumbre íntima, aunque inconfesa, de que sus actos son indignos, vergonzosos, nocivos, arrufianados, irredimibles. Por eso es insolvente su moral: implica siempre una simulación.

»Ninguna fe impulsa a los hipócritas; no sospechan el valor de las creencias rectilíneas. Esquivan la responsabilidad de sus acciones, son audaces en la traición y tímidos en la lealtad. Conspiran y agreden en la sombra, escamotean vocablos ambiguos, alaban con reticencias ponzoñosas y difaman con afelpada suavidad. Nunca lucen un galardón inconfundible: cierran todas las rendijas de su espíritu por donde podría asomar desnuda su personalidad, sin el ropaje social de la mentira.»

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