Guanajo Relleno

Guanajo Relleno

El Guanajo Relleno (cuento)

Por Rigoberto Rosique Gía–

En el idílico enclave de Playa Albina, las historias fluían libres, sin sombra de la posesión, abrazando el legado de sabiduría compartida y rechazando cualquier vestigio de plagio al entonar la saga del Guanajo Relleno. La mayoría de sus habitantes, por naturaleza, habían escuchado este relato en innumerables ocasiones. Voces como las de Guayabito del Pinar y Gallina Culeca lo habían entonado, cada una tejiendo su versión única y lúcida, al igual que lo hicieron en The Animal Farm. En la corriente de la tradición oral, la frontera entre lo original y la copia se diluía; aquí, la repetición adquiría un brillo tan novedoso como la primera vez, y cada narración se erigía como un estreno.

No obstante, a pesar de esta familiaridad arraigada, la curiosidad se apoderaba de la audiencia. Sabían, por las referencias pasadas, que nunca se podía estar seguro de haber abrazado plenamente el sentido del relato. Por lo tanto, me dispongo a compartir la epopeya del Guanajo Relleno, cuyo vuelo no superaba las alturas de los rascacielos más elevados. Eran conocidos como los «guanajos divinos» debido a su inmortalidad. Al surcar los cielos, se liberaban de las cadenas de la gravedad que atan a la tierra a otros seres vivos; no requerían sustento alguno, pues su autonomía era absoluta. Jamás descendían a tocar suelo firme, residían en exclusiva en las regiones más celestiales, donde dormían al aire libre bajo el cielo infinito y se entregaban a los amores en la inmensidad. Parecían no anhelar nada más que las alturas y el vasto espacio, como si su propia dicha fuera su único sustento.

Sin embargo, esta existencia exenta de ataduras conocía un momento de fragilidad al comienzo de su ciclo vital. Como seres emancipados de los vínculos terrenales, los guanajos divinos depositaban sus huevos en el aire. Mientras un huevo descendía desde alturas insondables hacia la tierra, el sol lo acariciaba con su cálido abrazo. Si la madre había alcanzado las alturas necesarias, el tiempo que transcurría entre la caída y la aparición de la cría permitía que el siguiente huevo, aun en descenso, se rompiera desde dentro. Así, el joven guanajo divino emergía de su prisión en pleno vuelo, sintiendo el viento acariciar sus plumas, iniciando su caída libre y extendiendo sus alas para elevarse de nuevo. De esta manera, se incorporaba un nuevo miembro a la especie de estos seres extraordinarios y selectos.

No obstante, en tiempos recientes, no todas las crías compartían la misma fortuna al emerger de sus cascarones y dar inicio a su existencia celeste. Podía deberse a que la madre guanajo, al depositar el huevo, no había alcanzado las alturas requeridas, como dictaban las normas, o quizás las nubes habían velado el sol, privando al huevo en su caída del calor necesario para la incubación. Fuera cual fuera la razón, en más de una ocasión, el tiempo necesario para que estas jóvenes divinidades se liberaran no resultaba suficiente. La fuerza gravitatoria se mostraba inexorable o la caída se precipitaba con violencia, aprisionando al joven guanajo en su cascarón mientras se aproximaba peligrosamente a la tierra.

El joven guanajo anhelaba desesperadamente su libertad, pero ya era demasiado tarde. La tierra ejercía una atracción irrefrenable sobre el huevo en su caída, y ocurría lo impensable, pero recurrente: el huevo se estrellaba contra el suelo. El joven guanajo quedaba aturdido dentro de su cascarón hecho añicos; ni siquiera sospechaba que había perdido la oportunidad de remontar el vuelo en el momento adecuado. Inmovilizado en la tierra, yacía como un ser herido por un rayo, sobrecogido por la luminosidad y la gravedad. Ahora, aprender a volar era un sueño inalcanzable. Si superaba el primer impacto, intentaría inútilmente batir sus alas, resignándose finalmente a la dominación de la gravedad e intentando, al menos, aprender a moverse por la tierra por sí mismo.

Así, el guanajo, que ahora se convertía en un hijo de la tierra, quedaba sujeto a la naturaleza terrenal. Algunos de estos caídos guanajos divinos no dejaban de hablar en los últimos momentos de sus vidas sobre la importancia de dar el paso correcto para sus semejantes. No obstante, cuanto más exploraban estos seres en la horizontalidad de la superficie terrestre, más comprendían que algo en su existencia no encajaba del todo. En un rincón recóndito de su memoria, persistía la intuición de que, en algún momento, les habían arrebatado oportunidades. Pero ya era demasiado tarde; el guanajo se hallaba atrapado en un cuerpo más pesado, repleto por la abundante alimentación de The Animal Farm.

En este punto, solo me dispongo a poner punto final a la historia que compartí en Playa Albina. Pueden estar seguros de que habría hilvanado este relato de forma profusa, como si tejiera una alfombra mágica en la que los hilos nunca cesaran de entrelazarse. Podría haberles narrado otras historias relacionadas con el puerto, como las que involucran a los guanajos terrestres que finalmente aprendían a alzar el vuelo. No obstante, el guanajo relleno posee una narrativa singular. Aunque no pudo surcar los cielos, logró una hazaña asombrosa: permanecer en el aire.

Sin lugar a dudas, la mayoría de los oyentes habría relegado la historia al olvido de inmediato; quizás solo uno o dos regresarían a sus hogares con una extraña tensión en sus omóplatos. Los habitantes de Playa Albina eran propensos a sucumbir a sugestiones con facilidad, capaces de experimentar en carne propia los estados fisiológicos más insólitos. Tras escuchar esta narración, algunos podrían jurar que en sus espaldas asomaban los apéndices atrofiados de las alas del Guanajo Relleno.

Claro está que esto resultaba imposible, pero, a pesar de todo, acontecía de manera incontestable, manifestándose mediante señales inconfundibles. En una tarde como esta, algunos se enfrentarían a serios desafíos para conciliar el sueño; hasta altas horas de la madrugada, el guanajo relleno daría vueltas en sus camas, insomne debido a su imposibilidad de volar, y con la pusilánime intención de liberarse de la Máscara Negra.

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