Por Robert James
Casi nadie escapó, si nació dentro de Cuba entre 1950 y 1990, del influjo directo e indirecto de la esotérica antropourgía producción del hombre nuevo revolucionario y comunista. Uno de los responsables de esa gran tarea revolucionaria, en el plano más elevado del espíritu y que fue portador de una ingeniosa máquina espiritual y técnica transformadora y productora de homos, lleva el nombre de Valeriam Mouroviev (1885-1931). The New Humankind y At Zero Point, un texto de Michael Hagemeister, ubica a Mouroviev dentro del movimiento de los inmortalistas rusos de principios del siglo XX, particularmente en la utópica acción pre-comunista del biocomismo.
En Cuba esta forma celeste de transformación quizás se intentó implementar de manera sutil, imperceptible a la vista de la masa, opacada por el peso visible de la planificación del trabajo ideológico en la convención masiva de proletarios socialistas. Según la antropología técnica anunciada por el inmortal designio de Mouraviev, consistía en aplicar las bases técnicas de la biología con el propósito de mejorar los caracteres físicos e intelectuales de los hombres. Cómo se puede tener una explicación de la frase, ya popularizada por el folclor cubanero «todos llevamos un fidelisto dentro», si se produce un descuido del factor corporal y bio-genético. El hombre nuevo de Mouraviev admitía desde entonces que no sería comprensible para tales fines únicamente el factor espiritual y moral.
La traducción de esta axiología escolástica llegó a Cuba mediante un programa diseñado para la formación ideológica de los cuadros y administrativos de la revolución y, en menor medida, para todos los niveles de la sociedad y la cultura. Pero la inmortalidad en base a esa transformación se soslaya con el discurso y frases grandilocuentes: «el partido y la revolución es inmortal». Lo que está por comprobarse es la festinada idea de la incubación del inmortalismo ideologico con procedimientos técnicos.
Queda la sospecha según el comportamiento estandarizado en la sociedad cubana del hombre pasivo que inauguró una época de la anestesia total: «yo quiero dejarme manejar para manejarme a mí mismo». Esta operación técnica de la magia del régimen jamás ha sido objeto de análisis en el contexto de los años del poscastrismo y del neo-castrismo actual.
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