Borkenau y «1984», la novela de George Orwell

Por Galán Madruga

En 1936, Franz Borkenau delineó con perspicacia los contornos del totalitarismo en su obra Modern Sociologists: Pareto. Influenciado por la inexorable lógica de Vilfredo Pareto, adoptó el concepto de rotación de élites y postuló que, con el triunfo del socialismo, una burguesía roja desplazaría a la clase económica tradicional. Cuatro años después, su mirada penetrante se aventuró más allá, ofreciendo el primer examen minucioso del totalitarismo, anticipando las condiciones políticas que signarían el siglo XX.

Antes de internarnos en los abismos del totalitarismo, cabe plantear una interrogante esencial: ¿quién fue realmente Franz Borkenau?

Nacido el 15 de diciembre de 1900, Borkenau vivió una existencia marcada por los vendavales de la historia. Su itinerario lo llevó de Viena a Berlín, de París a Londres, hasta que en 1957 su vida concluyó en los umbrales de Zürich. Ensayista, periodista y académico, exploró los laberintos del marxismo y el psicoanálisis en la Universidad de Leipzig. En 1921, con un fervor que sólo el dogma concede, ingresó al Partido Comunista de Alemania (KPD) y operó como agente del Komintern. Sin embargo, en 1924, tras completar su formación y advertir los signos del hierro y del fuego, abandonó el partido y se radicó en Berlín.

Aun apartado del comunismo, Borkenau persistía en la inquisición intelectual de la izquierda. En el Instituto de Investigación Social de Fráncfort, escudriñó las mutaciones del capitalismo y sus sombras ideológicas. Pero la historia es, como enseña Borges, un juego de simetrías y fatalidades: en 1933, el ascenso de Hitler lo arrojó al exilio, que se desplegó en Viena, París y, finalmente, en los confines de Panamá.

La Guerra Civil Española no le fue ajena. En 1936, viajó a la península y fue testigo de la brutalidad del conflicto y de las purgas del Partido Comunista contra el POUM y los anarquistas. Su escepticismo, hasta entonces teórico, se tornó carne. En enero de 1937, agentes del PCE lo apresaron y torturaron, bajo la vaga y ominosa sospecha de simpatía trotskista. Aquella experiencia se transmutó en El reñidero español, obra cardinal en la comprensión del conflicto.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Londres fue su refugio. Colaboró con la revista Horizon y, en 1947, retornó a Alemania para integrarse a la Universidad de Marburgo. En 1950, participó en una conferencia en Berlín junto a intelectuales como Hugh Trevor-Roper, Ignazio Silone, Raymond Aron y Arthur Koestler. De aquel simposio nacería el Congreso por la Libertad y la Cultura, bastión de la resistencia intelectual contra el totalitarismo. Durante la década de 1950, se erigió en un analista fundamental de la Unión Soviética, aplicando la kremlinología para descifrar las pugnas internas del estalinismo.

Su pensamiento no se limitó al totalitarismo: polemizó con Arnold Toynbee y Oswald Spengler sobre la decadencia de las civilizaciones, indagando en los ciclos de ascenso y ocaso de las culturas. Su última obra, inconclusa, fue publicada póstumamente por su amigo Richard Löwenthal.

En The Totalitarian Enemy (1940), reseñado por Orwell ese mismo año, Borkenau descifó con una lucidez implacable la naturaleza del bolchevismo y el fascismo. Para él, el totalitarismo no era meramente un fenómeno político, sino una estructura cultural y psicológica. Orwell, en su crítica, reconoció el valor del libro:

«Aunque este no es uno de los mejores libros del Dr. Borkenau, contiene un estudio de la naturaleza del totalitarismo que merece y, de hecho, necesita ser ampliamente leído en este momento. No podemos luchar contra el fascismo a menos que estemos dispuestos a comprenderlo, algo que tanto los izquierdistas como los derechistas han fallado conspicuamente en hacer, básicamente, porque no se atrevieron a hacerlo.»

A pesar de ciertas reservas, la impronta de The Totalitarian Enemy en 1984 es innegable. Orwell heredó de Borkenau la tesis de la estatización absoluta del poder y el dominio total del Estado sobre la sociedad.

Sin embargo, lo que distingue verdaderamente la obra de Borkenau no es sólo su diagnóstico político, sino su dimensión metafísica. El totalitarismo, en su mirada, se enlaza con la sentencia nietzscheana: Dios ha muerto. Aquí, el Leviatán moderno se erige como una nueva teocracia, una inmortalidad secularizada. En su análisis, la dictadura tecnocrática del siglo XX no es sino la reencarnación de los sarcófagos faraónicos, un eco de las monarquías divinas del Antiguo Egipto, en la línea de Ernst Bloch en El principio de esperanza. La inmortalidad del líder se torna dogma supremo.

Borkenau, al igual que Orwell, nos dejó no solo un análisis del poder, sino una advertencia perpetua: cuando el Estado suplanta a Dios, la libertad se torna un espejismo, y la historia, un eterno retorno de la servidumbre.

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