Por Guanajo Relleno –
¡No iría como pasajero, iría como marinero! «Con floreo filosófico, Catón se arroja sobre su espada; yo, calladamente, me meto en el barco. Sí, como todos saben, la meditación y el agua están emparejadas para siempre».
La poesía está por descubrir. Claro, los pasajes arriba citados son de la novela Moby Dick de Herman Melville. En Baracoa, Santiago, Manzanillo, Cienfuegos, La Habana, todos lugares puertos de mar, se vive también los extraños atardeceres en que los habitantes utiliza sus horas de descanso para dar un paseo por el puerto y el malecón y otear en el mar con ojos entreabiertos, como si el enigma del mundo y de la humanidad se escondiera allá en el horizonte y como si lo dramático del asunto de la vida pasara por el mar.
En el momento en el que, próximo al mar, nos invade la sensación del viento y el oleaje, surge una fascinación particular, la unión entre la sensación compacta del horizonte marítimo y el sentimiento de lejanía del espacio ultramarino . Esto llega a suceder constantemente porque existen personas que viven en ciudades con puerto de mar, no teniendo que ver con la experiencia de la pesca y el viaje marítimo, sin dejar de sentir en su corazón algunas palpitaciones tan pronto como un barco de pesca asoma en el horizonte.
Y entre la sensación de lejanía marítima y estar exhorto ante ella, habita la poesía.
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