Diálogos con Armando de Armas (geopolítica Imperial)

EDK: Según usted, cómo quedaría repartido el mundo con base en la nueva geopolítica imperial 

ADA: Determinar espacios geográficos para los próximos imperios sería aventurado, puesto que el Imperio, aunque tiene un espacio geográfico, no es precisamente el espacio, o no es el espacio lo que determina en él. Digamos que el Imperio tiene un espacio, pero lo supera. Del mismo modo, también el alma del hombre, aunque tiene un cuerpo físico, no es precisamente el cuerpo, o no es el cuerpo lo que determina en ella. Digamos que el alma tiene un cuerpo, pero lo supera.

El Imperio es entonces un espacio espiritual, vital, más que un espacio geográfico. Por tanto, lo que hace a un Imperio no es su tamaño, de suerte que un Imperio podría ser pequeño en comparación con una nación moderna, o nación-estado, y no por pequeño deja de ser Imperio, así como la nación moderna, o nación-estado, no se convierte nunca en Imperio por mucho que se expanda, porque su crecimiento es material, mecánico, artificial y sin alma. Por ello es preferible hablar de la idea imperial antes que de Imperio. 

El filósofo francés y fundador de la Nueva Derecha, Alain de Benoist, afirma en ese sentido que la unidad del “Imperio no es una unidad mecánica, sino una unidad compuesta, orgánica, que excede a los Estados. En la medida misma en que encarna un principio, el Imperio no concibe unidad sino a nivel del mismo. Mientras que la nación engendra su propia cultura o se apoya en ella para formarse, él engloba varias culturas. Mientras que la nación busca hacer corresponder al pueblo y al Estado, él asocia pueblos diferentes. En otros términos, el principio mismo del Imperio atiende a conciliar lo uno y lo múltiple, lo particular y lo universal”.

Contrariamente a lo que afirma el adoctrinamiento democrático, la propaganda machacona, que los tontos se tragan, el Imperio se sostiene en un principio de autonomía y respeto a la diversidad. Creo que un ejemplo palpable de eso lo tuvimos en el Imperio español y antes en el Imperio romano, sobre todo en este último, donde, a diferencia del español, ni siquiera se imponía a los pueblos un credo religioso, sino que, al contrario, muchas de las divinidades de esos pueblos pasaban con pertinencia a formar parte del panteón romano.

De Benoist conviene que el Imperio busca “unificar en un nivel superior, sin suprimir la diversidad de las culturas, de las etnias y de los pueblos. Es un todo donde las partes son más autónomas cuanto lo que las une es más sólido. Las partes que lo constituyen subsisten como partes orgánicas diferenciadas. El Imperio se apoya por ello más en los pueblos que en el Estado; busca asociarlos a una comunidad de destino sin reducirlos a lo idéntico. Es la imagen clásica de la univérsitas, por oposición a la societas unitaria y centralizada del reinado nacional”. Como he escrito otras veces, el fenómeno mismo del totalitarismo –donde el fanatismo de los iluministas pretende esclavizar no ya el cuerpo sino el alma- sería un fenómeno de la modernidad, del Estado moderno que se identifica, o usa la coacción propagandístico-policiaca para que se le identifique con la nación, de modo que si vas contra el Estado vas contra la nación que se supone sagrada, y de hecho lo fue, pero que ya no sería más que un mero contrato corporativo. Por lo que entonces obligarán al pueblo a adorar y, en consecuencia, a morir y matar por un aparato burocrático-bancario que se ha dotado de un himno, un escudo y una bandera, aparentando así la misma sacralidad que ese mismo aparato, o sus operadores, ha pretendido matar a cómo dé lugar al menos desde la Paz de Westfalia para acá, pero aún desde mucho antes, y lo obligarán porque nadie, que no sea coaccionado física o ideológicamente querría en sus cabales adorar, morir o matar por una sacralidad que además de falsa es fea.¡Nada más feo que la burocracia estatal, estatal como estalinista! Eso explicaría el por qué muchos jóvenes anticomunistas, nacidos en el periodo del castrismo, fuésemos originalmente contra la nación, una nación acaparada, aherrojada, como todas las naciones modernas, por el Estado, con la agravante en este caso de ser un Estado comunista, summum de la modernidad, donde el acaparamiento y el aherrojamiento de lo nacional era total; totalitarismo.

Obscuramente, intuíamos así que esa era una nación de pacotilla, una nación que nos vendían empaquetada en el periódico Granma unos tipos que eran, ¡ay!, comunistas al fin, internacionalistas y antinacionales.¿Le ibas a pedir a esa juventud -de la que orgullosamente formé parte- que fuera a morir y a matar a las guerras del África? ¿A morir y matar por esa corporación de piratas? ¿A morir y matar por una nación encarnada en la jeta fea de Fidel Castro? Por supuesto, después uno va entendiendo que la nación es otra cosa, que la nación es anterior y superior al castrismo, aún más, que la nación es anterior y superior a la independencia, que en el sentido sacral somos una nación del Imperio español. ¿Y Sabes cuándo entendí eso? Lo vine a entender mucho después cuando vi que había muchos otros que, habiendo sido en su mayoría castristas hasta la médula, eran ahora anticastristas rentados por el Deep State norteamericano al servicio del globalismo, es decir, internacionalismo, y que arremetían contra la nación con idéntico fervor con que antes la defendían, defendía como nación-castrista.¡Entre falsearios y fanfarrones andamos!

Los comunistas cubanos, que en tanto comunistas no creen en la nación y están al servicio del globalismo, se inventan una nación a la media que suplantará a la nación real y obligan aún, por los métodos que sean necesarios, a reverenciarla como si fuese real. Los globalistas que los pusieron en el poder en 1959 y los mantienen ahí hasta el presente, les fabrican entonces una oposición, tan falsa como el nacionalismo castrista, que tiene como premisa en muchos casos atacar con más fiereza a la nación que al régimen que la usurpa, si no es que se declaran abiertamente antinacionalistas; argumentando tonterías como que el castrismo es una consecuencia no de los castristas sino de la nación, o peor, de la tradición española que parió a la nación. El panorama así, visto desprejuiciadamente, es de lo más interesante. Por un lado, los castro-comunistas que dicen ser la nación cuando en realidad sólo controlan a la nación, a los nacionales, al servicio del globalismo.

Por otro lado, está esa oposición, oposición como una suposición, que arremete contra la nación al servicio también de los globalistas. Y como era de esperar, por encima de ambos grupos, los globalistas que los crearon, los mantienen y claro, los controlan. Ni a los castristas se les permite eliminar a la oposición. Ni a la oposición se le permite poner en peligro al castrismo. Por eso el anticastrismo real tiene por enemigos, a cuál más peligroso, tanto a los servicios de inteligencia de Cuba como a los de EE. UU. Pero no sólo los servicios de inteligencia, que muy inteligentes no son, sino a los medios de propaganda de ambos estados corporativos. Pregúntale si no a Virgilio Paz Romero, Guillermo Novo Sampoll, Pedro Remón, Dionisio Suárez o a cualquier miembro del Movimiento Nacionalista Cubano.Así, mediante esos juegos de espejos, es que funciona la dictadura democrático-liberal- bancario-comunista que se impone al mundo a partir de la revolución francesa, creando una cosa y su contraria, así, la derecha y la izquierda, la guerra y la paz, la enfermedad y su cura, el problema y su solución. 

Frente a esa falsa unidad de los contrarios, unidad de los contrarios para controlarlos desde arriba, el escritor y crítico cultural alemán Moeller van den Bruck ubicaba al Imperio bajo el signo de la auténtica unidad de los contrarios. Julius Evola por su parte, definía al Imperio como una “organización supranacional tal que la unidad no actúa en el sentido de una destrucción y una nivelación de la multiplicidad étnica y cultural que engloba”. El principio imperial, agregaba, “es el que permite remontar la multiplicidad de los diversos elementos hasta un principio a la vez superior y anterior a su diferenciación, la cual procede únicamente de la realidad sensible. Se trata, entonces, no de abolir la diferencia sino de integrarla”. Durante el apogeo del Imperio romano, Roma seria, así, ante todo una idea, un principio, que permite reunir pueblos diferentes sin convertirlos ni suprimirlos. De Benoist nos explica respecto a Roma algo que también apreció el estudioso rumano de religiones comparadas en otras culturas tradicionales Mircea Eliade, y es que el principio del Impérium, que se encuentra ya en la Roma republicana, refleja la voluntad de realizar en la tierra un orden cósmico siempre amenazado. Como ya he dicho, y me confirma de Benoist, el Imperio romano no exige dioses celosos. “Admite pues las otras divinidades, conocidas o no, y lo mismo ocurre en el orden político. El Imperio acepta los cultos extranjeros y la diversidad de códigos jurídicos. Todo pueblo es libre de organizar su ciudad según su concepción tradicional del derecho… sólo prevé relaciones entre individuos de pueblos diferentes o relaciones entre ciudades. Se es ciudadano romano (civis romanus sum) sin abandonar la propia nacionalidad”.

En ese sentido, no serían imperios propiamente el III Reich de Adolfo Hitler, el imperialismo británico y mucho menos el imperialismo norteamericano o el soviético. El imperialismo norteamericano y el soviético son en esencia similares, aunque diverjan en los métodos, materialistas ambos, uno pretende convertir al mundo entero en un sistema homogéneo de consumo material y prácticas tecno-económicas, y el otro pretendió, y lo pretenden aún sus metástasis en Cuba, Nicaragua y Venezuela, y ahora mismo en EE.UU, convertir al mundo entero en un sistema homogéneo sin consumo y sin prácticas tecno-económicas, es decir, materialismo miserable; ambos maquinarias sin alma, con muchas armas.

Afirma Evola que si las pasadas tentativas imperialistas han fracasado -cosa que tarde o temprano ocurrirá con EEUU y que algunos, quizá con optimismo, perciben a la vuelta de la esquina-, precipitando con frecuencia los pueblos a la ruina, la causa es precisamente por la ausencia de todo elemento verdaderamente espiritual en esas empresas. “Si un imperio no es sagrado, no es un imperio, sino una suerte de cáncer que ataca el conjunto de las funciones distintivas de un organismo viviente,” concluye el autor de Revuelta contra el mundo moderno. Como te he comentado en diálogos anteriores, estamos ciertamente abocados a un cambio de Época y, al respecto, lo único que parece ahora estar en discusión es si ese cambio lo llevarán a cabo los globalistas de siempre o los antiglobalistas rebeldes. Al respecto de Benoist escribe que se “habla hoy mucho de nuevo orden mundial. Y es cierto que un nuevo orden mundial es necesario. Pero, ¿bajo qué divisa se lo hará? ¿La del hombre máquina, la del ordinántropo, o bajo el signo de una organización diversificada de pueblos vivientes? La Tierra, ¿será reducida a lo homogéneo bajo el efecto de modos aculturantes y despersonalizantes, de los cuales el imperialismo norteamericano es hoy día el vector más cínico y arrogante? ¿O bien los pueblos encontrarán en sus creencias, tradiciones y maneras de concebir el mundo, los medios de resistencia necesaria? Es ésta la cuestión decisiva que se plantea a las puertas del tercer milenio… Quien dice Imperio dice idea imperial. No vemos asomar tal idea en ninguna parte. Y, sin embargo, ella se inscribe en el secreto de la historia. Por el momento, no es más que una idea que no ha encontrado su forma, pero tiene un pasado y, por consecuencia, un porvenir. Debemos tomar nota de esto”.

Entonces, en base a lo expuesto, intentaré aventurar algunos espacios donde podrían manifestarse los nuevos imperios. Es plausible así que los nuevos imperios emerjan donde ya los hubo en el pasado, porque esos son espacios en los que pervive aún el espíritu imperial, porque lo que fue, será, no muere, porque el espíritu no muere, muere el cuerpo, las antiguas estructuras, pero el alma imperial pervive a la espera de mejores ocasiones, y las ocasiones son ahora tan óptimas como en el momento en que surgieron los imperios del pasado, fragmentación, guerras fratricidas, caos, epidemias, devaluación de la vida, crisis moral. Rusia así, actúa ya como Imperio. Europa oriental hará otro tanto. Europa occidental puede -y de hecho ya lo es de una manera degenerada mediante la Unión Europea- convertirse en Imperio. México, por supuesto, con su antecedente imperial azteca y su antecedente posterior del emperador Maximiliano (1864-1867). De 1822 a 1889 existió el Imperio de Brasil. La vocación imperial española no ha muerto a pesar de los pesares, de hecho tiene su expresión aún en las Islas Canarias y el norte de África, así como en el Movimiento de Reunificación de Puerto Rico con España (MRE) que busca integrarse como la Comunidad Autónoma número 18 y la asociación Autonomía Concertada para Cuba (ACC), que defiende la unión del archipiélago con la península en condiciones de igualdad con el resto de los territorios.

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