Diálogos con Armando de Armas. Parte II. (El «nuevo orden mundial» y el globalismo)

Ego de Kaska. El «nuevo orden mundial» anunciado por Biden, ¿es consecuencia del nuevo ciclo fáustico de la historia que vive hoy occidente, y que tú señalas en otros textos y espacios? ¿Cuáles son las bases históricas para que se produzca el retorno de una época ya pasada?

Armando de Armas. A ver, en su intervención en el encuentro trimestral de directores ejecutivos de la Mesa Redonda de Negocios, en la Casa Blanca, en la que participaron los jefes de General Motors, Apple y Amazon, Biden concluyó diciendo: «Ahora es un momento en el que las cosas están cambiando. Vamos a… va a haber un nuevo orden mundial, y tenemos que liderarlo. Y tenemos que unir al resto del mundo libre para hacerlo». ¡Es que más claro no puede ser! Siempre anuncian lo que van a hacer, lo que pasa es que los bobos, la inmensa mayoría, no les cree, y luego viene el órgano de propaganda al que llaman prensa a matizar el asunto, a decir se mal interpretó, no fue eso lo que dijo, o lo dijo en un sentido figurado, imagen inocente que los paranoicos, conspiranoicos y deplorables toman en sentido literal, literalistas letales. En el caso de Biden no es la primera vez que anuncia al descaro un delito, mega delito, de lesa democracia pues días antes de las elecciones de Estados Unidos del 2020 se le ve en un video diciendo “creo que hemos montado la organización de fraude electoral más extensa y completa de la historia de la política estadounidense”, caramba, qué casualidad, justo lo que pasó después, pero el órgano de propaganda priápica enseguida se ocupó de interpretar las palabras bideanas describiendo el robo electoral contra Donald Trump de la manera correcta, aceptable para el público… Fue un infeliz desliz se apuraron los voceros en pose periodística: “Biden estaba describiendo el programa de protección a los votantes que su campaña había lanzado en anticipación a posibles disputas legales sobre el resultado de las elecciones del 3 de noviembre”, que por supuesto Trump el malo, el deplorable, se robaría, pero se la robaron ellos, los buenos, los loables. Es que es para  morirse de la risa si no fuera tan trágico.

Ellos conspiran constantemente pero si uno denuncia que ellos conspiran, el conspiranoico es uno. Y, colmo de los colmos, te acusan hasta de comunista cuando los comunistas o cercanos a los comunistas son ellos, ya sabes, los usureros que mandan y que metieron a EEUU en la Segunda Guerra Mundial no para defender la libertad y los derechos humanos, como descaradamente dicen, sino para regalarle media Europa a los comunistas rusos. Por cierto, ellos son los mismos que ahora llaman comunista a Putin y lo comparan con Hitler, que como se sabrá era alemán y acérrimo enemigo de los rojos al punto de ser el único que se atrevió a atacar el territorio de la URSS, y no con Stalin, que como se sabrá era ruso y comunista de cepa, vaya que más retorcida y rocambolesca no puede ser la comparación.

El dictador Fidel Castro no engañó a nadie o engañó a los de siempre -a los que les gusta ser engañados o a los débiles mentales- que después se inventaron la pueril teoría, que argumentan aún con pasmosa seriedad, de la revolución traicionada, pues todo lo que decía, escribía y hacía el hijo de Birán -incluyendo el famoso y fraudulento alegato de La historia me absolverá, plagiado del ya mencionado Adolfo- era lo que diría, escribiría y haría un futuro dictador comunista, aunque no mencionara la palabra comunismo o inclusive negará enfáticamente serlo. Hugo Chávez otro tanto, ¡y mira que algunos cubanos advertimos a los venezolanos de la veta roja del coronel!, ¿y sabes qué te contestaban, qué me contestaron específicamente a mí?:

¡Ustedes los cubanos ven comunistas hasta en la sopa!

No en la sopa pero en el poder de Venezuela llevan ya cerca de 30 años.

¿Sabes por qué siempre anuncian, más o menos veladamente, más o menos descaradamente, lo que después harán? Porque acorde con las creencias luciferinas que los dominan ellos están persuadidos de que no pagarán la culpa de sus tropelías si antes las anuncian. Algo así como: ¡yo te advertí que te violaría, que te sodomizaría, que te pegaría!, ¡pues anda que la culpa es tuya que lo sabías y lo permitiste! Así han actuado siempre los comunistas y sus creadores, los globalistas. Ese común denominador en el proceder, entre muchos otros, me ha persuadido de que comunismo y capitalismo son las dos alas de un mismo pajarraco, alas que se despliegan por el mundo como el nuevo ciclo, régimen, que se impone a partir de 1789; la banca democrático-demoniaca en sustitución de la monarquía.

No es la primera vez que se anuncia un Nuevo Orden Mundial. Por ejemplo, el presidente George Bush dijo en su discurso de 1991 para justificar la Guerra del Golfo o Guerra de Kuwait: “Lo que está en juego es más que un pequeño país, es una gran idea: Un nuevo orden mundial donde diversas naciones se unan en causa común para lograr las aspiraciones universales de la humanidad: paz y seguridad libertad y el imperio del derecho”.

Curiosamente en el culmen de la comprobación de que acá no hay casualidad, resulta que Henry Kissinger, esa eminencia gris de origen judeo-alemán nacida en 1923 -quien fuera ex secretario de Estado durante las presidencias de Nixon y Ford, y consejero de Seguridad Nacional durante todo el mandato inicial del primero- declaró en una rara entrevista con The Financial Times, en julio de 2018, que los occidentales estamos peligrosamente al final de una era de la mano de Trump -Trump como encarnación de algo, un movimiento más profundo y espiritual, digo yo-. La diferencia entre la visión del genial Kissinger y la de este humilde escriba es que él ve el final de esa era casi como fin del mundo y yo la veo como final de un mundo y comienzo de otro que pudiera ser mucho mejor que el que ahora termina. Curiosamente también Kissinger ha calificado a Trump como un fenómeno sin precedentes no comprendido aún. Las declaraciones de Kissinger adquieren mayor importancia al considerar que el hombre fue un pilar del pensamiento geopolítico y estratégico -durante buena parte del siglo XX- de ese periodo histórico que ahora vemos desaparecer ante nuestros ojos.

Como he escrito hace años en estudios al respecto, los cambios epocales son precedidos de grandes cataclismos, de guerras, pandemias, locura colectiva, degradación extrema, corrupción total de la élite gobernante, desasosiego, miedo, sectas apocalípticas, falta de comunicación, desenfreno sexual, falta de sentido, fealdad, estética decadente, locura colectiva, encumbramiento de los más ineptos, etc, es el punto en que el Espíritu anda suelto o en que Dios anda por el mundo, como se decía antes, el punto en que el mundo no tiene otra opción que regenerarse o desaparecer y puesto que el Espíritu no telera el vacío, pues lo regenera.

Recuerdo haber escrito algo que a algunos vino a resultar chocante y hasta criminal -lo típico de culpar al mensajero y exculpar al mensaje- en el sentido de que Trump sería el jugador que ha comenzado lenta y levemente a virar la mesa de Póker, la del juego democrático y globalista, y que todos los que hemos estado alertas acerca de que se nos ha hecho trampa, de que jugábamos aún a sabiendas de que las cartas estaban marcadas de antemano -de ahí el título de mi libro Los naipes en el espejo- y no actuábamos por cortesía, por cobardía, por las conveniencias o por el qué dirán, porque oponerse al Espíritu Epocal es ciertamente riesgoso y servirle altamente remunerativo, terminaremos en algún momento, de hecho lo hacemos ya, por contribuir a virar la mesa de juego, pero que además en el futuro vendrá otro jugador de riesgo, tras Trump, que junto a todos nosotros los hombres diferenciados, dará el vuelco total, cabal, terrible si se quiere, a esa mesa del Póker democrático o, mejor, social-democrático-bancario-liberal-comunista.

A ver, al observador atento queda claro que el mundo está retornando ante nuestros ojos hacia etapas de autoritarismo que el pensamiento progresista creía, o hacía creer, que eran etapas superadas. Hacia dónde exactamente estaría retornando ya es más difícil decirlo, pero al menos podemos aventurar que es hacia el autoritarismo, hacia una superación de la democracia, ahora mismo lo que se está disputando no es si vamos hacia el autoritarismo sino más bien hacia qué tipo de autoritarismo vamos, por un lado están los globalistas, que son en definitiva parte del sistema que se impone en el mundo tras la Revolución francesa, los oficialistas en definitiva, ellos apuestan por un tipo de autoritarismo que vendría a suplantar la democracia que ellos mismos crearon –ya sabes el poder de los grandes bancos detrás de los partidos, el parlamentarismo y la prensa en sustitución de las antiguas monarquías- con la vieja ilusión acerca de que el pueblo puede elegir a sus gobernantes y que el individuo es libre e igual ante la ley, eso, esa ilusión, peregrina y pueril donde las haya, se ha desvanecido ante nuestros asombrados ojos cual celajes de verano por la repentina aparición del sol.

Ver sino la gran prensa estadounidense funcionando sin tapujos como el órgano de propaganda –¡órgano sexual violatorio, venéreo!- de un partido, la censura en las llamadas plataformas de redes sociales –¡reses sociatas!- por cuestionar el cambio climático o el covidianismo compulsivo, las medidas represivas estilo policía político-satinaria, la casi obligatoriedad de las vacunas, llegando al colmo de los pasaportes sanitarios y la expulsión de sus puestos de trabajo a los rebeldes que se negaban a meterse el pinchazo –inclusive médicos y enfermeras justamente considerados héroes durante la crisis en punta de la presunta pandemia pasaron después a ser considerados villanos y apartados sin piedad de sus posiciones por negarse a la vacuna-, y el descarado robo de las elecciones de 2020 en EEUU con el apoyo de la prensa… por poner unos pocos ejemplos de los más señalados síntomas del desvanecimiento democrático.

Dios ha muerto, dicen que dijo Nietzsche o dicen que dijo Dostoievski. La Democracia ha muerto, digo yo. La ilusión democrática ha muerto pues ellos –los usureros internacionalistas que han mandado en el mundo por los dos últimos siglos al menos- se empeñan en imponer su modus operandi ya sin careta, sin subterfugios, la careta del coronavirus como advertencia de que la careta democrática ha caído, una suerte de autoritarismo tecnocrático-financiero-sanitario, socialismo sanitario, o al menos impuesto por la vía sanitaria, rumbo al 2030 con el Gran Reinicio, o Gran Reseteo, del Foro Económico Mundial de Davos en que se verá a las claras, si triunfan, que capitalismo y comunismo, como he señalado antes, son las dos alas de una misma ave; urraca usurera. Esa urraca usurera terminará probablemente por imponer un trono para una monarquía mesiánica, mesiánica y mundialista, que en algún momento estará comandada por algoritmos, inteligencia artificial. ¿Te asombra? ¿Pero de verdad? Si al presente un gran por ciento de nuestras vidas depende del mandato de los algoritmos y la inteligencia artificial. ¿Prueba a salir de casa sin el celular a ver si puedes? ¿No es ya el teléfono una extensión de nuestra mente y nuestro cuerpo? Si ahora mismo le escribes a tu amada un mensaje por correo electrónico manifestándole el genuino deseo de comprarle una casa, misteriosa e inmediatamente comenzarán a aparecerte en tu Face, o en otras plataformas que uses, anuncios de ventas de casa para matrimonios felices y hasta de supermercados en que venden perdices.

EDK. ¿La privacidad y la democracia y los derechos humanos? ¡Bien, gracias!

ADA. Contra el Gran Reinicio, o Gran Reseteo, el Gran Despertar. Despertar de qué. Despertar del Espíritu. Del Dios que Nietzsche o Dostoievski, o hasta Hegel antes, habían declarado muerto. En verdad el vulgo ha malinterpretado la frase. Ni Nietzsche, ni Dostoievski ni Hegel podían ser tan tarados para declarar la muerte de lo que no puede morir, de la única Realidad, habían declarado eso sí la muerte de una época, de la manera en que un Espíritu se expresa en una época determinada, para así expresarse en otra, dar paso a una nueva época con su propio modus operandi psicológico, su propia moral y sus costumbres, que como ya he dicho, no sería nueva sino una anterior que se recicla, quiere decir, que reitera, repite el ciclo o el círculo, proceso que suele ir acompañado de una nueva religión o manera de religarse, relacionarse con Dios, quiere decir, una vieja religión que se recicla como nueva. Dios permanece, empero hace morir las viejas estructuras físicas de los hombres y sus sociedades cuando estas se han alejado, corrompido al punto de ser inoperantes. No es un asunto de pacatos, de la moral de los pacatos. Es asunto de pragmatismo pues al alejarse o ser alejado un organismo de la fuente de energía nutricia primordial ello lo lleva al debilitamiento primero y a la muerte después. La imagen mejor que se me ocurre para ilustrar ese proceso es cuando alguien desconecta un ventilador de la corriente, este seguirá girando agónicamente un tiempo, por inercia, pero después se parará, muere inexorablemente. Por supuesto siempre habrá la opción de reconectarlo, probablemente algo así haría Dios con los hombres y sus sociedades. Religión. Reciclar. Repetir. Regresar. ¿Reencarnar? ¡Ay Dios! Dejémoslo ahí que la entrevista va por otra vía.

Luego están los antiglobalistas que se oponen al régimen usurero al uso, los rebeldes o representantes del nuevo régimen, del nuevo espíritu epocal, que repito, tampoco es que sea nuevo sino uno viejo que vuelve y que, por supuesto, al observador obnubilado en el presentismo, en el pensamiento progresista, resultará nuevo, un régimen que tampoco sería, por suerte, de democracia, será en última instancia de democracia funcional, alejada años luz de la democracia moderna, de la democracia política, una en que los hombres con capacidad para tomar decisiones, como en las ciudades Estado de la Grecia Antigua, se reúnen para tomar decisiones puntuales acerca de la vida y de la muerte, o menos trascendentes, acerca de dónde o cómo levantar un puente o un edificio público, hombres no sólo con la capacidad para decidir –siempre una minoría en verdad- sino que serán por demás hombres habitantes durante generaciones de un mismo espacio vital, especie de un mismo paisaje, democracia en suma sostenida en la sangre y en la tierra, y en el honor, no en las finanzas internacionales que mueve los hilos tras el parlamentarismo, la partidocracia y la prensa.

Ese autoritarismo antiglobalista, que yo no llamaría autoritarismo sino autoridad, orden, reconocimiento, regreso de la autoridad y el orden ganados en el accionar de los ancestros en el seno nutricio de un pueblo dado, configurante de una cultura, establecido por siglos en un mismo entorno vivo, no ficticio, no financiero, no una nación financiera o política, no un imperio financiero o político, sino nación e imperio verdaderos. Digamos que sería una autoridad y un orden vitales que se contraponen y, con buena fortuna, darán muerte al autoritarismo usurero.

La nación que sustituye al nacionalismo. El imperio que prevalece sobre el imperialismo.

Entonces nosotros tenemos el privilegio -raramente disfrutado por una generación-, de ver, vivir un cambio epocal, y por si ello fuera poco, el privilegio –ciertamente de unos pocos- de ser conscientes de ese cambio. Situación que, por falta de una mejor palabra, definiría como grandiosa; de la Gran Diosa. La mayoría de los hombres no fueron conscientes acerca de que dejaban atrás lo medieval y se adentraban en lo moderno -por no decir que era imposible que hablarán en términos de era medieval y era moderna pues esas son denominaciones posteriores, como ahora tampoco podemos saber cómo se denominará la era que emerge al presente aunque sepamos, claro, que la que dejamos atrás se nombra modernidad-, así lo crucial acá sería que al menos algunos de nosotros estamos conscientes de que nos movemos, que entramos ya en otro tiempo no importa el nombre que después le den los cronistas del futuro.

Pero si lo anterior no fuese suficiente para mostrar que no nos movemos en el sentido del avance rectilíneo y uniforme, paso sempiterno al frente de los festivos positivistas, están ahí ante el observador alerta los cambios de época que nos precedieron y en los que no se aprecia para nada ese progresismo. Veremos así que el fin del Imperio romano no nos precipita un paso adelante sino mil atrás, nos precipita en la Edad Media o Edad Oscura, como a los mismos progresistas en su incongruencia les gusta nombrarla, de suerte que el hombre de finales del Imperio romano está más cerca de nosotros, de la modernidad en términos materiales, morales y espirituales, que el hombre medieval que le sucede y más cerca también de nosotros que del hombre de la Edad Antigua que acaba de dejar atrás. Según Spengler nosotros y el hombre del fin de la Roma imperial pertenecemos al periodo de la Civilización mientras que el hombre medieval y el hombre antiguo pertenecen al periodo de la Cultura. La Civilización adviene con el alejamiento del Espíritu y la consecuente decadencia. La Cultura adviene con el desarrollo de un pueblo apegado al Espíritu en un paisaje por mil años al menos.

El hombre cercano a la llamada caída de Roma era, como nosotros, altamente civilizado y uno esperaría -esperarían los del optimismo ontológico en trance- que hubiese ido sin más hacia estadios de una mayor civilización pero no, nada de eso, fue hacia estadios francamente barbáricos.

Por supuesto, eso de barbárico es como casi todo, matizable, y uso la fraseología que a los ideólogos del progreso les gusta emplear, así, como ya escribiera anteriormente en mi libro Realismo metafísico: un texto mistérico acerca de la creación literaria -Premio Ensayo Ego de Kaska 2020, publicado ese año por Ediciones Exodus-, tendríamos que considerar que por los últimos ocho mil años al menos toda gran cultura surgió al amparo de las armas y desapareció al extinguirse el espíritu, la voluntad y el valor de usarlas. Decía en ese ensayo que Roma no cayó un día mediante una definitiva acción heroica, sino que fue siendo paulatinamente ocupada por hordas de bárbaros hambrientos. Cayó o empezó a caer cuando abandonó o secularizó a sus dioses, cuando se plantó no como la espada del mundo sino como el lupanar del mundo, cuando su juventud se afeminó y relajó sus costumbres para moverse a sus anchas en el vicio y la molicie, cuando dejó de integrar las legendarias legiones que imponían orden en el caos de su tiempo, y puesto que el espíritu no tolera el vacío, estas legiones empezaron entonces a ser integradas por los bárbaros que arribaban, valor mediante, hasta sus más altas instancias de mando; gente que por norma no amaba a Roma sino que a lo máximo la asumía como una gran teta alimentaria. Por cierto, las hordas de bárbaros hambrientas que acampaban a las afueras y en las calles de la ciudad, ya sin ser molestadas, venían a por la comida porque en Roma la había y en abundancia. Luego los romanos de ese tiempo tenían hartura material y miseria espiritual, por eso sucumbieron, en tanto los bárbaros tenían miseria material y hartura espiritual; esa fortaleza espiritual los llevó así a regir sobre Roma y adueñarse del Imperio y sus inconmensurables riquezas materiales. Lo que constituye la unidad que converge en un cuerpo, lo mismo en el cuerpo de una persona, de una nación o un imperio, es el alma, el espíritu enclavado en el alma, un principio superior, que tiene el principio y el fin en sí mismo y que por tanto no vive para las necesidades del cuerpo, sino que tiene al cuerpo para cumplir con sus necesidades en el plano material. Así según Aristóteles, el alma no es producida por el cuerpo, sino al revés, en el sentido de que el alma es el fin último y representa el profundo principio organizador del cuerpo mismo.

Y ya que hablamos del alma, de la reconexión con lo divino, quizá la Edad Media, contrariamente al pensar racionalista, no sería la Edad Oscura que pretenden sino la última gran era de la Humanidad, como apuntó Carl Gustav Jung, y lo sería justo por su religiosidad, religamento con la fuente primordial, con la Tradición que emana de la fuente, por su fe en la fuente, por el esfuerzo volitivo de regir los destinos del hombre por los designios de Dios, y estructurar los reinos terrenales como una representación de los reinos celestiales, el monarca que manda no por la voluntad del pueblo sino por la voluntad de Dios, el poder de este mundo como reflejo del poder del otro mundo, en definitiva visión del mundo físico como reflejo del mundo espiritual, relación a la que el poder por supuesto no escaparía.

Pero en fin, pedir a la mente de la modernidad una concepción del desarrollo humano que no sea el desarrollo materialista sería pedir peras al olmo.

De modo que el pedestre argumento del progreso ad infinitum se cae por su propio peso, se desmonta desde su mismo razonamiento porque de lo contrario, por poner un ejemplo, la Edad Media tendría que ser necesariamente mejor que la Edad Antigua desde el punto de vista del adelanto material que es, por demás y según ellos, el único adelanto.

Luego a mí no me sorprendería que en el futuro, quizá no lejano, la autoridad del antiglobalismo triunfante llegue a expresarse en algún momento no sólo como democracia funcional sino también, en algunos casos, como monarquía sostenida en la sangre y en la tierra y por la voluntad de Dios. De hecho las principales casas de la realeza en el mundo no han desparecido a pesar de todo y parecieran aguardar tiempos más propicios.

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