De lo que aconteció a un joven desaparecido

Por: Jose Raúl Vidal

Tarea - WebQuest el conde lucanor y patronio

—Patronio, el hijo de un amigo ha desaparecido hace ya tres semanas. Y su familia está desesperada.

—¿Cuándo fue la última vez que lo vieron?

—De noche entrando a la ópera con un amigo desconocido —dijo el conde.

—Ah!, un muchacho culto!

—Si, de muy buenos modales; le gustaba el ballet, la lectura y el cine. De una familia conservadora y tradicional.

—Habrá que esperar más tiempo; quizás escapó de casa —comenta Patronio—

.—¿Crees que sea el caso?

—Probablemente; a veces las convenciones sociales hacen que las personas desaparezcan por un tiempo para encontrarse a sí mismo.

—Me parece descabellado —dijo el conde—.

—Bueno —exclamo Patronio— si no le sucedió como al hijo de un amigo mío al que nada faltaba en la riqueza y decidió un buen día abandonarlo todo.

—Cuéntame mi fiel Patronio.—

El joven se había mudado de la gran ciudad al lejano pueblo de Sobacodorra huyendo del bullicio y de la gente sin vida. Un pueblucho muy pintoresco en medio de un bosque tropical. Su pasión era cazar. Y Sobacodorra era el destino perfecto para aventurarse a explorar una nueva vida. Allí nadie lo conocía mucho menos lo buscarían.

Escopeta al hombro, un día se adentró en la profundidad del bosque imbuido con la idea de cazar al gran oso Canolio del que nadie quería mencionar su nombre en el pueblo. Según la leyenda, era un mal presagio solo pensarlo. Rodolfo Fo, que así se llamaba el joven, consideraba aquello como mera superstición pueblerina. Caminó poco más de dos horas bosque adentro hasta que de repente ve ante sí a la enorme bestia. Rápido apunta y dispara. Ruido, humo y un olor distinto invade el ambiente: “Le di, tengo que haberle dado”- pensaba. Pero no fue hasta que la humareda se disipó que sintió un toque pesado sobre su cerviz. Se viró lentamente como deseando desaparecer por un milagro y ahí estaba Canolio, imponente y amenazador, con sus fauces y colmillos a todo dar. Al joven la vida le pasó a segundo por la mente. Estaba muerto, pensó. Y casi a punto de quebrarse en llantos se escucha al oso decir: “Mira tal y como veo las cosas te puedo matar de un zarpazo y comerte o simplemente te bajas los pantalones”. Rodolfo Fo no quiso morir. Y regresó al pueblo caminando con las piernas abiertas a causa de fisuras que solo calmarían asientos de agua tibia. Así anduvo por varios días. Ni siquiera salió de su casa para evitar a los curiosos. Cuando al fin se recuperó compró otra escopeta de calibre más grande. Volvió al bosque. Decidido o movido por una sed de venganza que nadie se explicaba. Esta vez el bosque estaba más nuboso que nunca. Luego de tres horas de intensa caminata, Canolio le sale a paso. Rodolfo Fo apunta y dispara su escopetón a quema ropa. “Ahora sí le di” -gritó de alegría-. La niebla del bosque se había hecho más densa a causa de la pólvora negra del disparo. El joven se quedó inmóvil entre la maleza cuando de repente vuelve a sentir sobre su cerviz el mismo toque pesado de la primera vez. Se vira con sigilo. Tembloroso y con sus ojos desencajados mira a Canolio quien le dice: “Ya sabes que hacer”. Y regresó al pueblo, no sano, pero a salvo. Los pobladores lo vieron llegar. Caminaba raro como a punto de desfallecer. Nadie hablaba. Un silencio sepulcral se escucha a su paso entre los pobladores. Esa vez permaneció en casa por dos semanas. Cuando por fin se recuperó de los dolores, salió y compró una escopeta de calibre 28 superpuesta. Dos cañones en uno que tenían el poder de una bazuca. Sin pensarlo volvió al bosque. Todos lo vieron entrar. Nadie decía nada. Y caminando, caminando rompió bosque durante toda una jornada. Serían las tres de la tarde cuando de repente ve al gigantesco oso a escasos metros. Le apunta con su escopentón. Canolio lo mira por unos segundos y con mucha ternura le pregunta: “¿En verdad no haces esto por la cacería?”.

Se dice que Rodolfo Fo nunca más regreso al pueblo.

— Oh, oh! —exclamó el conde.

Patronio

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