Por La Mascara Negra
El sonido de los tacones púrpuras resonaba por el pasillo: tiqui, tiqui, tiqui… Irenidia avanzaba rápidamente, sus pasos nerviosos retumbaban tras cerrar el portón de la mansión cultural. Aceleraba, cada vez más frenética, tropezando con una escultura de hierro y chocando de lleno con la exposición de arte. Desviando su rumbo en medio de la paranoia, la directora de eventos sudaba frío. Un gentío se arremolinaba en el salón, y el terror se apoderaba de la mansión.
«Leímos en las redes sociales, en Facebook, que la Máscara Negra iba a participar en la presentación del libro y prometía selfies con los asistentes.»
Los preparativos para la presentación del libro avanzaban a todo vapor. Irenidia, jadeante y angustiada, murmuró titubeante: «Dios mío, Dios mío, la Máscara Negra viene». La cultura del patrimonio cubano exiliado estaba en peligro. «Hay que hacer algo», exclamó un trabajador aterrorizado. La mansión tembló, todos dudaron, el terror era palpable. «La Máscara Negra viene mañana a la presentación del libro de Alcides Herrera», anunciaba un cartel pegado en la puerta de la oficina del presidente y abogado de la mansión.
El despliegue de fuerzas de choque, al estilo de «respuesta rápida cubana», no se hizo esperar. El personal de seguridad fue activado y puesto en máxima alerta. El equipo de trabajadores, cual bomberos apagafuegos, se preparó. El pánico comenzaba a reinar. La voz de Irenidia resonaba en un tono demencial mientras recorría cada cubículo de la mansión, dejando tras de sí miradas llenas de misterios alucinantes. Un párpado caído al suelo iluminó el presente inmediato: «Pavón, te lo suplico, tienes que hacer algo por el patrimonio cubano, por la mansión. La máscara es un saqueador y pretende destruirnos», fueron las últimas palabras de la Chinita de los tacones melcochudos en medio de la confusión total.
Pavón Rosado, el Cristo Rojo, guardián supremo del patrimonio cultural cubano en el exilio y curador de la mansión, explotó en histeria. La histeria colectiva se adueñó de la mansión. El Museo Americano se convirtió en un volcán: «todos unidos jamás seremos vencidos», era el eslogan que se desplegó como pólvora. Pavón asumió el liderazgo y gritó: «Aquí no se rinde nadie, detendremos la presencia de la Máscara Negra».
Un inesperado post apareció en la página de Facebook de Pavón. El estilo terrorífico del texto intentaba imponer respeto y evitar que la Máscara Negra llegara a la mansión. Pavón, en un intento desesperado por detenerla, escribió con firmeza:
«Este evento está meticulosamente programado por el equipo ejecutivo del museo y nadie puede alterar ese orden. Advertimos que cualquier manifestación desafiante para interrumpir el evento no será tolerada. La administración del museo y las autoridades están al tanto. Es la primera vez que el museo enfrenta una posible alteración de sus actividades. Por el bienestar de los provocadores y sus familias, no lo intenten.»
Los tacones de Irenidia se estremecieron y se quebraron. Pavón, envalentonado, era imparable. El tren de Pavón se había descarrilado y surcaba adrede las salas de arte y el panorama cultural. Se aproximaba el «nuevo quinquenio gris» en Playa Albina. La histeria alcanzó su máximo cuando alguien salió del baño de la mansión despavorido, sosteniendo una imagen de la Máscara Negra y gritando: «La máscara viene y tiene un fusil RF15». Los ánimos se caldearon y cundió el pánico total.
Los tacones de Irenidia resbalaron y, desde el suelo, exclamó: «No tengo la culpa, no jodan más, que venga la Máscara Negra». La creadora del ambiente ficticio del terror en la mansión había hablado, pero ya era tarde. Una llamada de Pavón a la Máscara Negra en altas horas de la noche selló su destino. Pavón Rosado, el inquisidor, el guardián del patrimonio, vio llegar el fantasma de la Máscara acompañado de varios colegas y del espíritu de Alcides en la noche de la presentación. Pavón quedó eclipsado, inmóvil, paralizado, acorralado en un rincón de la mansión cultural como un simple espectador sin fama ni gloria. El guardián cultural había sido aniquilado.
Cuidado con Irenidia y sus tacones melcochosos. Ella inventa en el aire y la histeria es su mejor galardón.