El mundo necesita ser engañado: «Manual para embaucadores», dadá

Por: Kukalambé

En los anales del movimiento dadaísta, emergen dos figuras prominentes cuyo espíritu encarna la tesis nietzscheana expresada en Genealogía de la moral: Hugo Ball y Walter Serner. Estos fervorosos artistas sostienen que el ejercicio, el entrenamiento (el arte mismo), constituye la esencia de la vida y, por ende, se erige como los pilares más extendidos y duraderos en la faz de la tierra. No obstante, esto no se logra sin tener en cuenta la constante tensión que imparte un poderoso dinamismo en la configuración del pathos tanto individual como colectivo de la humanidad.

Ball, incapaz de delimitar con precisión el punto de partida de una generación pos-burguesa, concluye su posdadaísta existencia con su obra Huida del tiempo, en las estepas glorificantes de las ascéticas conventuales de los monjes orientales. En los monjes sirios y egipcios, cree haber encontrado la continuidad de una tradición perdurable. Por su parte, Serner, en una antípoda de la variante enfermiza de la ascética sacerdotal, decide liberar la tensión cultural a través de una mácula fanfarrona, una suerte de modelo para embaucadores. En este audaz salto vanguardista que el dadaísmo aspiraba a dar en el hiato de la pos-Primera Guerra Mundial, merece la pena detenernos brevemente.

Cofundador del dadaísmo y su indiscutible enfant terrible, Walter Serner se erige como un perspicaz observador de la sociedad. Sus actividades en la década de los años veinte son descritas como una «danza al borde de un volcán». Serner venera a aquellos que se abren camino en la vida por senderos inestables, dandis sonrientes y modernos inadaptados. Ama los trapecios, los espejismos, los ecos y los hongos sintéticos, así como las estrellas cuidadosamente peinadas y pulidas, es decir, los Sterne. Su andar posee la gracia de un artista que, con orgullo, salta sobre la red de seguridad ante un aplauso ensordecedor del público, danzando con ligereza.

Su obra cumbre, Último relajamiento, el Manifiesto Dadá, escrito en 1918 y publicado en 1920 (posteriormente revisado ligeramente debido a la decepción de Serner con el movimiento Dadá), constituye su cimiento filosófico. Este manifiesto, redactado con un estilo provocador, novedoso y altamente sugestivo, fue imitado rápidamente. Con su llegada, Dadá, antes una agrupación amorfa de artistas modernos con un nombre peculiar, adquiere un modo y una forma de expresión definidos. El pesimismo de Serner sostiene que el estado actual de la vida en la Tierra es simplemente el resultado del aburrimiento, el cual se ha vuelto insoportable. La existencia es sumamente tediosa, y el pensamiento en sí mismo carece de sentido.

Por tanto, los soldados se lanzaron a la guerra porque resultaba sensacional. Reconoce que, en última instancia, todo se desvanece en un frenesí de rabiosa estupidez (un gesto rabiosamente vacío consiste en cometer errores excesivos en signos vitales absurdos con la esperanza de eludir la falta de sentido a través del ajetreo). Además, afirma que el objetivo de la vida es alejarse del aburrimiento y el trabajo. Sin embargo, Serner no se irrita en exceso con un mundo estúpido, pues sabe que sin los idiotas, no existiría nada bueno en este mundo. No cree en nada, y mucho menos en sí mismo, lo cual se debe a su pobre memoria con fines comerciales. Es un incorregible opositor al que le agrada afirmar que el aburrimiento agudiza los sentidos, mientras que el bistec los adormece.

Mientras otros dadaístas alemanes abrazaban la causa proletaria, Walter Serner forjaba su propio camino, emergiendo como un estafador extravagante. En esta segunda versión de su Manifiesto Dadá, titulado Último relajamiento, el grito de batalla «¡Vive Dada!», es sustituido por «¡Vive el rasta!». La faceta teórica e intelectual del estafador, que ya se encontraba en la primera parte del manifiesto, se ve enriquecida por una segunda parte que ofrece una guía práctica tanto para los estafadores consumados como para aquellos que aspiran a serlo. Es una solución personal, pero no carece de interés. Tras las paradojas que desafían la demencia de la Europa en guerra, se revela una sabiduría práctica que observa cómo esa misma Europa sigue viviendo en su absurdo. «El mundo anhela ser engañado y se enfurece cuando no se le complace». En otras palabras, ¿qué nos queda si no la sagacidad del estafador?

La segunda parte del manifiesto, titulada El manual de prácticas y escrita en Ginebra en 1927, ofrece, en prosa enigmática, una guía práctica y un códice moral lúdico para el amoralista moderno, el estafador que socava las ilusiones y los estereotipos que sostienen las costumbres sociales, atacando las contradicciones entre la apariencia y la realidad. La sección práctica del Manual fusiona el culto dadá con la indiferencia, y la teoría de las máscaras de Nietzsche se mezcla con una referencia irónica al nuevo imperativo de objetividad de la acción. La forma adoptada se asemeja a la de El arte de la sabiduría del mundo de Gracián. Las máximas se pronuncian sin expresión alguna: «se brinda orientación a aquellos que ya están arruinados».

En esta segunda versión del Manual, Serner se convierte en un motivador, alguien que desea que puedas triunfar, un entrenador para los fanfarrones. Desde entonces, adoptó apropiadamente la pose de un caballero del crimen, una actitud que encaja perfectamente con el espíritu de lo convencionalmente aceptado. A diferencia de la primera etapa dadá, su objetivo no es aliviar tensiones, sino cultivar una actitud de superioridad. Ahora, lo importante para el embaucador es deshacerse de los prejuicios burgueses. En el libro, se puede apreciar la urgencia de fomentar la colaboración entre la desilusión y la provocación, el desengaño y la impasibilidad. Dicho esto, el arte del estafador radica en evitar el enfrentamiento inminente bajo cualquier circunstancia. Quien lucha está inmerso en la falacia de la seriedad.

Serner tenía una devoción particular por la figura de Napoleón, al que consideraba «el más grande blagueur de todos los tiempos». En resumen, Serner no adoptó nada más que el propósito de estabilizar las ficciones de las que uno se libera día a día en la vastedad del mundo. Después de hacer el balance, solo quedan dos cosas: la nada y la imagen impecable. «El mundo desea ser engañado y se vuelve verdaderamente malévolo si no se le complace». Sin duda, una visión cínica. Serner ha expuesto una lista de preceptos para armarnos en un mundo donde prevalece el aburrimiento y el único motivador es el interés propio. Es un mundo descarado e intolerante que se sumerge en una orgía de narcisismo, donde el engaño o ser engañado es la norma. Su petulancia e indiferencia, lo que un crítico describió como esnobismo jesuita, otorgaron a su obra una fuerza explosiva sin igual entre sus contemporáneos.

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Kukalambé, profesor titular de la Universidad Carlos III de Madrid, donde enseña Ciencias Sociales y Antropología Comparada.

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