Por Rafael Piñeiro López
*Este artículo fue publicado en Facebook por su autor el 25 de noviembre de 2015. Ocho años después, sigue manteniendo una vigencia absoluta.
Es cierto. Es un hecho factual. Las fronteras se han borrado. El ambiente cultural miamense, parece a ratos una réplica del de la Habana. El oficialismo castrista ha permeado a los creadores y a las instituciones del sur de la Florida. No necesito mostrar pruebas. Están a la vista, en cada esquina, en cada concurso o festival, en cada proyecto literario, en cada peña. Ya el dilema no se remite, como en el pasado, a publicar u otorgar espacios a escritores que alguna vez fueron oficialistas y que hoy crean desde la libertad, desde un asumido y digno anticastrismo. Si ello fue polémica por sus rígidos estándares en el pasado, hoy es asunto asumido y hasta olvidado. Las urgencias son otras.
Resulta familiar, incluso, vislumbrar a editores y promotores culturales que se vanagloriaban de una ética de trabajo basada en una especie de “moral ideológica”, por otorgarle un término preciso, echando alfombra roja a escritores vinculados a la UNEAC, estableciendo nexos con el oficialismo orgánico de La Habana. ¡Que teatro bufonesco el que nos hemos montado! ¡Cuánto fariseísmo e hipocresía en aquellos que abanderaban la cruzada anticastrista de la literatura en Miami y que hoy se venden al mejor postor por aquello de que “el futuro nos trasciende”!
Y no hablo de un hecho tan banal como que Leonardo Padura se presente en la Feria del Libro de la ciudad. No. Ese no es el problema que yo atisbo. Mi asombro parte desde otros lares más oscuros e inquietantes; de aquellos que aún siguen fingiendo una postura ideológica “estricta” y, sin embargo, se abrazan a dirigentes culturales del castrismo, o de esos otros que (aunque en sus discursos digan absolutamente lo contrario) tienden puentes a literatos plegados al castrismo, que no pertenecen a la intelectualidad independiente. Es la asunción del castrismo cultural a hurtadillas, en las sombras, como si de un contrabando sustancioso se tratase.
Me he tropezado hace muy poco con alguien que no soporta a Padura, no por un asunto netamente literario (como podría ser mi caso) sino por diferencias “ideológicas” según proclama él mismo y, sin embargo, está encantado por la visita de una poetisa joven que jamás ha renunciado a ser miembro del establishment castrista o por esos concursos integradores tan de moda, debido a aquello del “acercamiento entre las dos orillas”. Hay una cultura de la hipocresía, generada por intereses monetarios y por ansias de figuración y de poder, que se impone aún entre los “duros” y que ha causado que las murallas de la ciudad sitiada se hayan venido abajo.
La verdadera independencia creativa no proviene de discursos altisonantes o de fotografías con los políticos de moda. La verdadera independencia creativa proviene del no sostener ataduras de ningún tipo con intereses que pretendan dirigir o modelar el trabajo intelectual de los hacedores de palabras, parafraseando a Nozick. Pero el castrismo, por ejemplo, no solo es poderoso en términos de influencias, sino que tiene la capacidad de generar reconocimiento institucional, cosa preciada para algunos creadores y promotores culturales. Así como el anticastrismo militante se puede convertir en medio de vida y sobrevivencia. Ambos espectros, en el mundillo literario, al menos, carecen de independencia y por ende se alejan de la honestidad más pura, que es el amor verdadero por el arte y la literatura y el pensamiento. Y en eso andamos…