Cuba y el postcomunismo

Por Elpidio Granda

De que la historia haya llegado a su final no se debe tanto al «ser estar ahí» en el mundo de las modernas sociedades capitalistas, sino al estar ahí bajos los cobijamientos simbólicos emprendidos por las sociedades comunistas. El deseo de mantener un discurso, la unidad totalitaria, en bases a los cobijamientos simbólicos socialistas se convierte a la larga en una paradoja asimétrica de la narración y escritura histórica nacional. El final de cualquier relato histórico, en el sentido simbólico de larga duración, como son los discursos ideológicos de los socialismos postcapitalistas, culminan con la aparición de microrelatos y microescrituras postcomunistas. Inmunizar de cualquier imperativo exterior al discurso nacional por parte de su régimen se vuelve a la postre en contra de su propia esencialidad.

En la manera y en la forma en que se desenvuelven los cobijamientos simbólicos para estar ahí en el mundo socialista, es la manera también en que se desdobla, como una esfera de la teoría y la práctica, los hechos que dan fe sobre el surgimiento de nuevos relatos al margen, que en Cuba amenazan con eclipsar al Gran Metarrelato Histórico de la vida nacional.

Si podemos hablar con propiedad de una fase postcomunista hoy en Cuba solo es viable y posible en la esfera simbólica. Si fuimos cobijados dentro de un gran palacio de las convenciones y otras esferas comunitarias, como las escuelas al campo, los combinados de viviendas y el estar ahí en las plazas de las revoluciones como oyentes y receptores en tiempos atrás, hoy la cercanía con el mundo de la vida existencial posibilita desencadenar en una escritura y discurso lo que llamo la oralidad post discursiva del socialismo cubano. Alrededor o al margen los espacios inmunizadores del discurso nacional, se fueron improvisando, imperceptiblemente, espacios alternativos de estar ahí en el mundo en forma contracultural. Primeramente se le llamó por parte del régimen espacios para «contrarrevolucionarios», luego lugares para «gusanos», después mercados para «disidentes» y hoy sitios para «tolerados».

Estas cuatro maneras de estar ahí situados al margen del discurso nacional se convirtieron en refugios para nuevos relatos, cuyos modos de proceder en el tiempo se hicieron responsables del asidero simbólico del postcomunismo en Cuba. Lo que puede ser una lucha entre ideologías, según la explica la politología, nosotros conseguimos ver una lucha por conseguir e inmunizar un espacio simbólico. En la medida en que estos espacios se fortalezcan e inmunicen su relato, entonces el estar ahí cobra sentido existencial y verdadero.

De una fase a otra, como formas evolutivas de crear espacios, todo parece indicar que el «tolerado» constituye un sitio resuelto que ha puesto en crisis al discurso nacional.  Desde luego, en este nuevo espacio se diluyen tanto el contrarrevolucionario, el gusano y el disidente. La idea de llamarlo así, «tolerado», no cambia la esencia de los demás: es para camuflar la crisis del discurso ideológico y de negar que en Cuba se elabora una fase postcomunista. La idea de trasladar la sección del parlamento cubano al antiguo sede del Capitolio es una prueba de que el cobijamiento simbólico del palacio de las convenciones ya no está acorde con la praxis del espacio simbólico. En el momento en que la historia natural de los hechos comenzó a decidirse bajo un palacio, bajo un encierro, la historia anterior perdió su sentido. De que la Revolución del 59 se diga ella misma es una continuación de las anteriores revoluciones, es pura retórica ideológica. Si hoy la historia ha perdido su sentido en un lugar de la isla se debe al propio proceder inmunológico de la Revolución. Lo que llamamos espacios para la tolerancia tendremos que verlo cuidadosamente como una jugada de parte del régimen para salvarse ellos mismo.

¿Entonces por qué estar ahí en el mundo, de permitir supuestamente un espacio al margen de la Revolución? Porque de muchas maneras es simbólicamente una vuelta a la historia natural de Cuba. Y solo lo natural puede alargar la vida de cualquier régimen que se instaura tardíamente y que construye espacios extemporáneos. En tanto una fase postcomunista, para los herederos de palacios constituye una fase del discurso que devolverá a la historia a entronizarse, en un corto tiempo, con el corpus esencial del discurso ancestral de la patria. A mi manera de ver las cosas, los microrrelatos al margen pueden que estén siendo aprovechados para restablecer el discurso nacional, que en todo momento fue negado y destruido por la Revolución. Lo que parece evidente es que el postcomunismo simbólico en Cuba zanja una necesidad de la historia. Los debates en torno al problema racial, al de la libertad de prensa, al de la información y al de la libertad de expresión, para resumir, constituyen espacios perdidos. Recobrar la pérdida del espacio es la que está al uso. Por lo general lo que suele llamarse postcomunismo, postrevolución, potsnacional en Cuba no son espacios creadores, espacios en el verdadero sentido del término. De estar el ser ahí en el espacio no tiene por qué dar vuelta atrás. Pero esta es la gran paradoja de todos los pots, y sobre todo del postcomunismo que reduce al espacio a una mera constatación física del área. Un relato postcomunista no toma en consideración la magia de estar ahí en el espacio próximo a lo nuevo, a la creación de un espacio totalmente nuevo.

Esta desdicha del espacio se lee a lo largo de la obra de Cabrera Infante. El espacio no para crear nuevos espacios, sino para reconstruir a partir del espacio la naturaleza perdida del discurso histórico.

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