Por Galán Madruga

En el intento por comprender las profundas y complejas dinámicas que configuran la psique colectiva del pueblo cubano, surge una cuestión fundamental: ¿por qué el pueblo cubano no ha logrado culminar en una unificación plena y contundente en su lucha contra el castrismo? Esta interrogante no es una simple curiosidad intelectual, sino una reflexión profundamente impregnada de implicaciones sociopolíticas, que, al ser abordada con seriedad, invita a una exploración meticulosa de las estructuras de pensamiento, las tradiciones históricas y las contradicciones internas que han marcado la trayectoria de la nación cubana a lo largo de los siglos.
En primer lugar, resulta imperativo reconocer que, en el curso de la historia de Cuba, la unidad del pueblo alcanzó su máxima expresión bajo el estandarte del castrismo, un fenómeno político e ideológico que, en sus primeras décadas, fue capaz de amalgamar las diversas corrientes de pensamiento y de sentimientos de la nación. En ese momento crucial, el cubano, impulsado por el fervor revolucionario, experimentó un alineamiento ideológico que, lejos de ser una coincidencia espontánea o casual, fue el resultado de una construcción política que logró apoderarse del imaginario colectivo. En la Cuba revolucionaria de los primeros años, la ideología castrista logró canalizar un fervor popular en torno a un proyecto que prometía una transformación radical de la sociedad y del país, instaurando la dicotomía de «los buenos» y «los malos», cuyas implicaciones divisorias e incluso excluyentes perdurarían por décadas.
No obstante, a pesar de esta aparente unidad, se hace necesario explorar una dimensión más oscura y compleja que subyace en el carácter cubano: la llamada sociología del contra sí, un concepto formulado con maestría por el historiador y pensador Joel James. Este concepto alude a una tendencia autodestructiva que se halla profundamente arraigada en las estructuras sociales, políticas y culturales de Cuba. La sociología del contra sí es una especie de contradicción interna que no solo afecta a los individuos, sino también a la propia estructura del sistema político cubano. La historia de Cuba está marcada por una tradición de división interna, que se remonta a los tiempos de la Colonia y continúa durante la República, y que se manifiesta, de forma sistemática, en un patrón de creación seguida por destrucción. En este patrón, lo que se construye parece, casi inmediatamente, ser derrumbado o minado por las fuerzas internas de fragmentación y desconfianza.
Este fenómeno no debe ser entendido como un simple acto de desorganización o como una característica anecdótica. Muy por el contrario, constituye una de las paradojas más desafiantes y profundas de la realidad cubana contemporánea. En la actualidad, Cuba se encuentra sumida en una nueva fase de inestabilidad interna, de división y desconcierto, que resuena con los ecos de esa historia de fractura y auto-sabotaje que Joel James nos alerta. Este «contra sí», lejos de ser una anomalía transitoria, se ha convertido en un elemento fundamental de la experiencia cubana, y lo que una vez pareció una lucha unificada contra el castrismo se ha diluido, fragmentado en sectores, grupos y sectores de pensamiento que ahora se enfrentan entre sí, a menudo más intensamente que contra el régimen mismo.
La cuestión más profunda y relevante es que para superar esta fase de crisis interna, no basta con simplemente emprender reformas en las estructuras políticas o económicas, ni siquiera con lograr una reorganización superficial de los actores opositores. El cambio, para que sea genuino y efectivo, debe ser radicalmente más profundo, en primer lugar, en el ámbito de la mentalidad colectiva. La transformación de la Cuba post-castrista exige una renovación del pensamiento, un cuestionamiento de las dinámicas de poder y una revisión exhaustiva de las formas en las que la población ha internalizado y reproducido las estructuras de poder y opresión.
El concepto de contra sí puede entenderse, por tanto, como un punto ciego en la praxis política de oposición al régimen. El análisis de este fenómeno permite poner en evidencia una contradicción esencial: mientras se busca combatir un sistema totalitario que se presenta como la fuente de la opresión, los mismos mecanismos de opresión —el miedo, la desconfianza, la desunión— continúan reproduciéndose dentro de los sectores opositores y en la propia población civil. La lucha contra el régimen castrista ha sido, en muchos casos, atrapada por las mismas dinámicas de fragmentación interna que se critican y rechazan en el campo de la política oficial. Este fenómeno ha impedido que el pueblo cubano logre una unificación total en su lucha por la libertad, lo que pone de manifiesto que el principal obstáculo no es únicamente el castrismo, sino las estructuras internas que se perpetúan y refuerzan, a menudo inconscientemente, en el seno de la sociedad cubana.
Es en este contexto que la reflexión sobre la identidad cubana se vuelve urgente y trascendental. La identidad cubana, históricamente fragmentada, se ha visto moldeada por factores internos y externos, desde la colonización hasta la Revolución, y sigue arrastrando consigo una profunda disposición hacia la disensión interna. La pregunta que nos debemos hacer no es solo cómo luchar contra el régimen, sino cómo afrontar esa tendencia autodestructiva que ha caracterizado el curso de la historia nacional. Para entender las raíces de la lucha cubana contemporánea, es necesario ir más allá de la crítica externa al régimen y centrarse en la construcción de una narrativa interna que permita superar la fragmentación y establecer las bases de una verdadera unificación social y política.
Una de las obras más esclarecedoras de Joel James en este sentido es Cuba dividida contra sí misma, en la que aborda detalladamente el concepto de contra sí y su implicación tanto en la esfera individual como colectiva. En este libro, James explica cómo este fenómeno, lejos de ser algo exclusivo de la política oficial, se ha extendido a los ámbitos sociales y culturales de Cuba, manifestándose en las relaciones humanas, en la construcción de la identidad nacional y en las prácticas de resistencia. Al analizar los comportamientos sociales y las estructuras de poder en Cuba, James ofrece una crítica profunda de las dinámicas de auto-sabotaje que se repiten a lo largo de la historia de la isla, desde la Colonia hasta el presente.
Para superar el contra sí, no basta con simplemente organizarse contra el régimen. Es necesario un cambio en la forma de entender y de relacionarse con la identidad colectiva, una reconstrucción profunda que pueda superar las divisiones internas y forjar un camino hacia la unidad. La superación de esta contradicción histórica exige la creación de una cultura política que, lejos de repetir las viejas fracturas, sea capaz de consolidar una visión compartida y, sobre todo, un compromiso mutuo en la búsqueda de una Cuba libre y democrática.
La reflexión sobre el contra sí, como categoría de análisis, permite también plantear una serie de interrogantes clave: ¿es posible una unificación del pueblo cubano en la lucha por la libertad sin una transformación profunda de las estructuras mentales que perpetúan la división? ¿Hasta qué punto la identidad cubana puede ser reconstruida sin afrontar los traumas históricos de fragmentación y desconfianza? Y lo más importante: ¿cómo forjar un camino hacia un futuro común en el que la unidad no sea vista como una imposición ideológica, sino como una aspiración genuina de todos los cubanos?
La reflexión sobre la identidad cubana y su predisposición hacia la fragmentación interna no es solo relevante, sino absolutamente crucial. Entender esta realidad permite trazar estrategias más efectivas y profundas para la lucha por la libertad y el cambio social en Cuba. Solo a través de la toma de conciencia colectiva y el fortalecimiento de la unidad interna, se podrá superar esa fatalidad histórica del contra sí y avanzar hacia una nación más cohesionada, justa y libre.