Cuba debe mandar al «carijo» al globalismo

Por Antonio Ramos Zúñiga

“Los efectos de la globalización hacen que la clase trabajadora entre en pánico. Ellos son los grandes perdedores con estos cambios”.

David Rieff

Lo que nos faltaba. Para algunos el nacionalismo ya no sirve, ya no cabe en la utopía que alguna vez fue proletaria y ahora es un sueño seudo popperiano de Soros y una apuesta imperial china. Ni Zizek, con su postcomunismo snob, se atreve a jugar al nuevo imperialismo de las izquierdas. Lo que debe hacer Cuba es integrarse a la internacionalización del comercio libre. De hecho, Cuba estuvo integrada al supramarco internacional del CAME soviético (unión europea comunista y unión mundial comunista) y no sirvió de nada, le sirvió solo al coloniaje ruso y a los intereses creados internacionales, fuimos peones y hasta mercenarios.

Desde fines de los 70, y luego con la capitalización china y la caída del muro de Berlín (1989), la globalización ha sido la tendencia mercantil imperante, lo que va de la mano con la universalización de la democracia y del liberalismo capitalista; la mayoría de los países lo practican hoy en día, menos Cuba y Corea del Norte. Nadie rechaza la globalización económica, por supuesto. Pero Cuba no debe integrarse a lo que desintegra: la llamada globalización política postmoderna facturada neoliberal políticamente correcta, que tiene en el bloque de la Unión Europea volteriana su peor ejemplo funcional y burocrático, bajo el dictak alemán. Lo opuesto es el capitalismo liberal clásico: el Brexit  británico y el nacionalismo de libre mercado estadounidense (capitalismo actual).  

La ingeniería social universal, que es lo que se propone (Soros, Gates), nunca ha servido para nada en su forma politizada e ideologizada. Millones de personas actualmente  padecen los efectos de ese nefasto diseño que subvalora el factor humano, promociona el aborto masivo, la deconstrucción de la familia y tradiciones, la intolerancia y conduce a una mentalidad de rebaño universal; millones de personas han perdido sus trabajos, negocios, inversiones y hasta sus raíces  o están expuestas a las decisiones negativas de la plutocracia o nomenklatura elitista.  Sabemos que en veinte años de experimento globalista, la industria local de Estados Unidos se fue al piso, y la agricultura francesa sufrió los estragos de las cuotas, etc. El gran negocio es transferir  fábricas a China donde los chinos explotados trabajan por sueldos míseros. El partido comunista chino y las élites corporativas coaligadas han sido los grandes beneficiarios. Los trabajadores norteamericanos en 2016, entre otras cosas, votaron por Donald Trump porque habían perdido sus trabajos,  les habían llevado las fuentes de empleo a China, México, etc. En opinión del estudioso del tema  David Rieff: “Los efectos de la globalización hacen que la clase trabajadora entre en pánico. Ellos son los grandes perdedores con estos cambios”.

Muchos estados soberanistas, y millones de personas se oponen a ese “Mundo feliz” que nos ofrecen con teorías de beneficencia global, sociedad abierta y sustrato jesuita y neomarxista. Prefiero creer en las advertencias humanistas  de George Orwell y José Martí que en las utopías y elucubraciones de Marx, Galbraith,  Trostki, Rockefeller, Soros, Hitler, Fidel, Che Guevara, Chávez, Podemos, Obama y el liderazgo chino actual, o entente globalista. 

Cuba no debe ser factoría, burocracia platanera y bayú postcomunista en la era china

Cuba futura (no comunista) debe mantenerse unida al espíritu de república-nación libre (liberada) dentro de la modernidad y fuera  de toda postmodernidad ideológica autoritaria, debe apartarse lo más posible del territorio de las izquierdas y derechas normadas  e impositivas. Primero hay que ser Nación aglutinada y gestora que tentáculo  o títere de las primacías políticas y las estructuraciones hegemónicas; mucho menos Cuba debe ser factoría, burocracia platanera  y bayú postcomunista en la era china. Es que se puede hacer otra cosa: construir un capitalismo nacional moderno que funcione y genere empleos, en el contexto de la globalización comercial. No es un idealismo, lo hace México, la bilateralidad con Estados Unidos le funciona.

Lo efectivo de ser nación independiente es que puedes manejar tus bancos, suelos, aire, bodegas, propiedades, necesidades y abundancias, tu libertad, fronteras, tu cultura, pasado y futuro, sin interferencias exógenas y sin amos del tipo Alemania, China, Rusia o Estados Unidos. Nadie nos quita orbitar comercialmente con Estados Unidos, como le pasa a México y Canadá y les va bien, pero en la era en que el petróleo y las nuevas tecnología las tenemos cerca, no hay por qué depender de un diseño del mundo donde tengas que mimetizarte y someterte a una administración (dominación) extranjera tipo Bruxelas o Beijing, que lo mismo podría ser capitalista hoy, que fascista o comunista mañana. Eso no funciona a nivel existencial, es un sufrimiento añadido, a menos que seas masoquista. Lo que se impone por razones históricas es quitarnos toda la mierda que nos echaron encima las sumisiones de todo tipo.

Cuba será por siempre cubana

Los cubanos han de pasar primero por la etapa de la liberación espiritual antes de embarcarse en otro experimento, y en alguna forma de servidumbre y futurismo; Cuba libre debe evitar contaminarse con la ideología que sustancia ese diseño de sumisión colectiva después de las amargas experiencias sufridas con el vasallaje soviético y el castrismo. Nos quieren meter en la cabeza que los cubanos debemos seguir el esquema de la interacción secular de poderes, argumentan que el globalismo es inexorable dada la situación cubana, al mismo régimen castrista le tienta el modelo chino (partido comunista con capitalismo), qué casualidad, los intelectuales orgánicos del régimen son pro globalistas, tanto como pro China. Esa rara especie ex chovinista comunista (ahora globalista) es la que  ataca hoy al nacionalismo universalista martiano de pura sangre.

A Cuba hay que salvarla de esos nefastos amigastros pro chinos vende baratijas, salvarla con buenas ideas que le devuelvan la vocación por el trabajo y el amor a la tierra natural, en lugar de tentarla con coloniaje, hedonismo y culeo de Midas. No queremos postcastrismo en la Cuba renacida. No queremos imposiciones, ni destino manifiesto. Cuba será por siempre cubana, soberana, española, latinoamericana, pero nunca más castrista, rusa, comunista ni será globalista ni de Soros, ni de caudillos, ni de nadie, será de los cubanos industriosos.Cuba, por supuesto, estará abierta al mercado mundial, pero no  al chantaje ni a la sumisión de la cuota y pleitesía que impone el globalismo político, manejado por una izquierda frenética y violenta, eso nunca.

Espero que los cubanos no sean esclavos por  más tiempo.  Dios nos libre de ese pensamiento nuevo que ahora escupe sobre la tumba de José Martí y nos vende como panacea inexorable los sueños de Marx, Mao, Soros y Fidel Castro. Cuba debe mandar al carijo al globalismo de la miseria, patearlo, defecarlo y echarlo a las auras tiñosas, y luego trabajar, bailar y cantar, en su carnaval propio y libre.

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Antonio Ramos Zúñiga, ciudadano estadounidense de origen cubano, es historiador, periodista investigativo y novelista. Investiga temas sobre identidad cubana, restauración de monumentos históricos y arquitectura. Fue director corporativo de Urbis Construction, CEO de Delta Plumbing Engineering (Miami), jefe de proyectos de AR Architecture Group. Se le considera un experto en fortificaciones hispanoamericanas y arqueología urbana. Premio nacional de periodismo (Cuba, 1981). Tercer ganador del Premio de Arquitectura Langford 2015, Miami. Fue pasante del Centro de Restauración de Madrid. Es miembro de la Asociación de Amigos de los Castillos de Puerto Rico y de la junta editorial de la revista Herencia, en Estados Unidos. Cofundador de la organización de pensamiento alternativo Arca Freedom. Fue miembro del Grupo de las Ciencias Felipe Poey. Colabora con Ego de Kaska Foundation. Ha publicado novelas, relatos, y poemas, entre ellos Las armas del mambí, La Ciudad de los Castillos. Habana (2006), Bonos Chinos (2015), Cornatel, el secreto español (2014), Los Desafectos. Cuentos winstonianos (2019), es coeditor de la obra El libro rojo del marxismo cultural (2020). Colabora en revistas, diarios y blogs de varios países.

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