El atletismo castrista y el último hombre

Por: Ángel Callejas

La fuga del tiempo y del espacio secular resuena en los instintos ascéticos y morales del Último Hombre, protagonista de la novela futurista escrita por Mary Shelley en 1826. Sin embargo, antes de la implementación de la filosofía de vida del Último Hombre en el año 2070, surge la noción del fin de la historia y el papel del Último Hombre. En esta utopía moral, las contradicciones fueron superadas por el ascenso del capitalismo y las democracias liberales tras la caída del Muro de Berlín. El anticipado abrazo a la huida y la liberación dejó en claro que el Último Hombre siempre estaba en camino hacia un retorno.

En contraste, la aprensión de Nietzsche sobre el concepto del «Último Hombre» revela una forma genealógica y permanente de la moralidad humana. En el enfoque nietzscheano, ser un «Último Hombre» implica caer en actitudes estoicas y apáticas, desembocando en el «gran cambio ético» o en una supuesta «transformación revolucionaria». Esta versión combina la pasividad tanto en el individuo como en la sociedad en su conjunto. Esta transformación, que busca anular el deseo de acción, se convierte en un terreno donde compiten elementos de sumisión y poder. ¿Qué motiva la actitud conformista en los cubanos? ¿Por qué no buscan desviarse de lo habitual? El «Último Hombre» nietzscheano no trata de crear una relación dependiente del historicismo en el individuo, sino de explorar la medida en que el orgullo y la voluntad han sido reducidos a una indiferencia cruel. Así, en la obra de Nietzsche, Zaratustra, el hombre de las alturas, dirige sus palabras al pueblo: «Hablaré de lo más despreciable: el Último Hombre». Aunque compite, el «Último Hombre» es en última instancia un fracasado.

Esta indiferencia moral está arraigada en la profecía martiana: «Con todos y para el bien de todos», una perspectiva que subyuga al individuo al «bien común». Si debemos elegir entre fuerza y debilidad en la competencia ética de la sociedad cubana, la trascendencia del bien parece ser la mejor opción. La interacción entre el «yo puedo hacer» y la aceptación de «dejarme hacer» da lugar a la «indolencia», que domina la existencia de los individuos transformados. Esta indolencia se convierte en el núcleo ético de la Revolución. La dinámica de intercambio entre las demandas estatales y la sumisión de los individuos elimina su orgullo. En esta esfera de la biopolítica estatal, el castrismo domestica a los individuos, transformándolos en «Últimos Hombres» a través de entrenamientos en campos de competición.

Sin embargo, la ingenuidad ideológica de los ideales ascéticos espirituales ha borrado la presencia de la forma ascética deportiva que caracterizó la institucionalización del castrismo en Cuba. Las UMAP, ESBUS, CDR, FMC, UJC, la Escuela de Cuadros del Partido y la UNEAC, ¿qué son sino campos de entrenamiento para el «Último Hombre«? La represión, la humillación y la dominación no son solo herramientas coercitivas del castrismo, sino que ocultan la interacción competitiva entre el entrenador y el entrenado, entre el Estado y la sociedad civil. El castrismo reproduce «hombres disciplinados» en serie, ya sean homosexuales, disidentes, delincuentes o patriotas. El «Hombre Nuevo» se convirtió en el prototipo del individuo que sufre la intervención del otro en un entorno competitivo y panóptico.

En este contexto, se puede entender el eslogan revolucionario de los años sesenta que todavía adorna las paredes de los estadios de béisbol en Cuba: «deporte, derecho del pueblo». Este derecho permite subsistir en un entorno de competencia extrema y educativa.

Ahora, analizaremos la forma en que el entrenamiento en Cuba da lugar a dudas en la naturaleza humana, examinando así la relación entre Cuba y el «Último Hombre«.

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