Cuba, año 2034, la República del ensueño

Por Antonio Ramos Zúñiga

Año 2034, sucedió lo impensable. La historia torció el rumbo, como si arar en el mar dejara de ser un sueño imposible. El país había quebrado. Millares de cubanos, muertos de hambre y vestidos de blanco, acudieron a las calles para apoyar la sublevación de los militares jóvenes que se habían unido a la ola de protestas pacíficas y cívicas pro democracia del movimiento disidente La Nueva Cuba, en medio del caos y de una sangrienta represión por parte del régimen. El grito de Cuba libre, tronando como nunca, recibía la solidaridad del mundo y la libertad se abrió paso como una marejada indetenible, los gritos pudieron más que los tanques, como había ocurrido en 1989, al caer el Muro de Berlín. Los hechos, finalmente, terminaron en un arreglo, auspiciado por Estados Unidos, la OEA, el parlamento europeo y la Santa Sede: un adiós a las armas, la promesa del levantamiento del embargo estadounidense y la bienvenida a la democracia y la libertad. Así terminó el castrismo en Cuba, tras setenta y cinco años de macabra existencia. Los astrólogos, numerólogos y babalaos lo habían pronosticado, que caería un rayo en el año 9 de la resurrección cubana que cambiaría el todo y la nada,  mataría la furia de mabuya y espantaría el fantasma de Lenin. Rusia y China, países hiper totalitarios, acusaron a Estados Unidos de haber destruido la revolución.

Libertad sin Némesis

Una junta patriótica, de militares, civiles y exiliados, anunció el cambio al mundo. El país se abrió a la democracia y a la transigencia humanista, plural y martiana. Resultó mal visto que el hijo del difunto patriarca comunista Raúl Castro, general Alejandro Castro, de 69 años, representara a los militares amotinados, pero el espíritu de reconciliación había sido comprometido formalmente para evitar todo revanchismo. Los periodistas especulaban que Alejandro era el mentor del motín y lo protegía la CIA. En este contexto, las teorías de la conspiración se llenaron de falsas noticias y muchas novelas. En realidad, el alborozo desplazó la venganza, y las donaciones internacionales de alimentos y medicinas opacaron las demandas de las víctimas del totalitarismo. Los reconocidos criminales fueron a la cárcel, pero la pena de muerte fue abolida por el nuevo gobierno provisional. Un nuevo país no se construye sobre rencores y fusilados, argumentaron los ideólogos libertarios. El exilio cubano o diáspora, de la noche a la mañana, desapareció y la nueva Cuba se llenó de repatriados, de regalos, dólares, inversionistas y de dadores de perdón y cuenta nueva. La doble ciudadanía fue oficializada y el dólar se aceptó como segunda moneda. La libertad, lógicamente, impulsó una eclosión de negocios privados que en pocas semanas abarrotó las tiendas de comida, medicinas, ropa, celulares, respuestos de automóviles, chucherías, y mil otras ofertas. Estados Unidos prometió un plan Marshall. El Papa bendijo la liberación de Cuba, amén.

La nueva república

El 10 de octubre de 2034 fue proclamada la nueva república, con base en una nueva constitución y filosofía. Ondearon las banderas de Narciso López y la de Céspedes en el castillo del Morro, en medio de grandes festejos con música de Willy Chirino, Celia Cruz y hartazgos de carne de puerco. El presidente norteamericano estaba presente más una veintena de jefes de estado, entre ellos el cara dura presidente ruso. Realpolitik. El nuevo congreso se instaló en el Capitolio. Las pretensión de revivir la Constitución del 40, mejorada, se descartó con el argumento de que la refundación de la república debía asimilar las condiciones históricas positivas del momento, aprovechar la herencia, pero con proyección futura y dar prioridad a la aplicación realista del presente. Por mayoría, la Constitución declaró que la nueva república desechaba todo tipo de totalitarismo y se inspiraría en el designio del bien para todos de José Martí y en la democracia liberal de mercado libre, pluripartidista. Las cláusulas se expresaron rotundamente: prohibición de partidos, grupos y propaganda totalitaria (comunista, nazi, fascista, maoista, nihilista o socialista radical) por 50 años. La creación de un nuevo país no podía aceptar la interferencia de ideologías y burocracias divisionistas, violentas y de odio. Al sentirse excluidos, los socialistas democráticos denunciaron la intolerancia del nuevo gobierno vendido al imperialismo global. Los comunistas, por su parte, crearon un partido pantalla con un título bien maquinado: Partido demócrata cubano. Fue abolida la pena de muerte y resaltada la necesidad de una nueva vida más plena basada en la creación de empleos y oportunidades, buenos salarios, fin de la cultura de la pobreza, apertura general. Los cubanos no lo pensaron mucho, en breve surgieron más de cincuenta partidos políticos, siete sindicatos nacionales y más de un centenar de organizaciones y clubes de todo tipo (culturales, caritativas, religiosas, espiritistas, masónicas, científicas, gays y lesbianas, de género y transgénero, de víctimas del comunismo, de derechos humanos, proaborto, antiaborto, veganos,  ambientalistas, de veteranos de Angola y la guerra de Ucrania, de balseros, jineteras, expresos políticos, de abogados, empresarios y santeros, etc.)

El vuelco de la historia

No resultó fácil refundar el país, algunos siguieron petrificados, los más viejos, otros se aprovecharon del río revuelto, pero el pueblo lo vio todo como una catarsis necesaria, el fin de la Nada cotidiana, de la libreta de racionamiento, la chivatería, la prisión y las consignas embusteras. Existía una Cuba más allá del pan con croqueta.Ver americanos por las calles en vez de rusos y mayimbes daba mejor impresión. Ver cubanos de Miami, los yucas, que hablaban inglés, enriqueció el nuevo folclore de la mirada. Con la libertad llegaron a la isla MacDonald, Coca Cola, Sams, Wallmart, los autos Tesla, la tecnología de punta y la invasión de celulares, computadoras y películas de Hollywood. La transición fue civilizada respecto a la cultura. Ya se pudo leer y discutir de todo y hablar sin miedo. Volvieron el beisbol profesional, las empresas particulares, la prostitución, el juego, la lotería, los casinos, la pelea de gallos, y todos los vicios prohibidos salieron a flote. Los cubanos, sin muros, de volvieron turistas compulsivos. Salir al extranjero y volver a la patria constituyó una buenaventura. Los cubanos podían comprarse un carro, si disponían de dinero. Nadie hablaba mal del nuevo gobierno, porque al menos la sensación de libertad era un milagro que se agradecía. Las iglesias se llenaron de orantes.

       La gente se alegró de que los cambios crearan un nuevo paisaje mental y físico que se sentía como compensación espiritual. Los intelectuales meditaron sobre cierta nueva estética y metafísica, los filósofos se preguntaron de qué libertad se trata esto. Se publicaron estudios sobre el antimarxismo de Martí. La plaza de la revolución recobró su verdadero nombre: Plaza Cívica, también las calles. Fueron prohibidas, en los lugares públicos y edificios del estado, las imágenes de Fidel, el Che, Lenin, Marx y de todo el panteón revolucionario. Pero no fueron demolidas las estatuas, salvo la del Che. El intento de demoler la tumba de piedra de Fidel Castro no progresó, se construyó a su lado un panteón de los cubanos fusilados por la dictadura, aún así los intentos de profanar la piedra no cesaron.  La constitución condenó el vandalismo. La nueva cultura promovió museos y mausoleos. Se construyeron monumentos de recordación a los presos políticos, a los balseros, a los mártires de la lucha anticastrista, al exiliado cubano, a las víctimas del comunismo. Monumentos a la libertad fueron erigidos en todas las provincias. Las propiedades usurpadas, intervenidas y nacionalizadas no fueron devueltas a sus dueños originales, solo las grandes empresas pasaron a sus propietarios originales, cuando se reclamaban.  En menos de tres años aumentó el número de millonarios cubanos. Y como si fuera poco, Estados Unidos devolvió a Cuba el territorio de la base naval de Guantánamo, donde se planificó una zona franca comercial cubano-estadounidense. En menos de cinco años, la prosperidad económica de Cuba escaló al nivel de México y Brasil, hasta superarlos y alcanzar niveles de primer mundo. El exitoso capitalismo cubano irradió por todo América latina, provocando envidia y temores, tal y como había pasado en 1958. La afluencia de turistas a Cuba superó la competencia de Miami, México, Santo Domingo, Puerto Rico y de otros países. En política, funcionaron las eleccciones cada cuatro años y el país se volvió estandarte de democracia real y funcional y de libertad probada. Existían disidencias y críticos, como es natural, pero todo parecía ir muy bien.       

Año 2050

Si por un tiempo la democracia se percibió como un milagro, surgieron los políticos que lo pusieron en duda. Aprovecharon la crisis económica, las huelgas y las demandas salariales de los trabajadores, para maquinar un cambio. Uno de aquellos jóvenes del motín anticastrista, ahora miraba hacia el milagro ruso, el imperio que había superado a China y desafiaba a Estados Unidos, apoyado por Irán, Turquía y Japón. La caída de Taiwán, después que Estados Unidos apartara su protección, se había interpretado como debilidad y la política estadounidense denotaba decadencia e indecisión. Los medios de comunicación de la izquierda internacional se ocuparon de que este impugnador cayera bien al pueblo y su prestigio populista cambió el rumbo cubano. Prometió un mejor país y democracia colectiva, fin del desempleo, becas, cero corrupción y total soberanía frente a la intolerable “injerencia yanqui”, y  ganó las elecciones. Lo primero que hizo fue derogar las restricciones a las organizaciones totalitarias e invitó a Rusia a que compartiera el destino histórico, bla, bla, patria o muerte, y así volvieron los rusos a Cuba y ofrendaron flores a la memoria de los Castro. Dirigió el país cuatro años y como le pareció que merecía más tiempo, se quedó en el poder forzando un golpe de estado, con respaldo ruso. El nuevo totalitarismo neocomunista se ha mantenido a sangre y fuego en el poder, hay alzados y más de diez mil presos políticos, están prohibidas las huelgas y los partidos y de nuevo la plaza cívica se llama plaza de la revolución.

Nota

Este artículo, que más bien es una reseña histórica, apareció en la prensa clandestina cubana en el año 2050. Su autor logró escapar de una orden de arresto y pudo llegar en balsa a la costa norteamericana, donde pidió asilo político.

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