Por Rogelio García
¡Oh, qué emocionante y estimulante experiencia! Después de deleitarme con la presentación matutina de libros, mi caro amigo propuso un viaje por la tan intrigante y encantadora «Feria Callejera», con el noble objetivo de matar el tiempo antes de sumergirnos en otra asombrosa presentación vespertina. ¡Qué exquisito plan!
Nuestra travesía, que pretendía ser tan aventurera, desafortunadamente, naufragó en un mar de maleza llamado marabú, frente a un kiosco de libros que llevaba el tan evocador nombre de Furtivas Ediciones. ¡Vaya! ¡Qué destino tan exótico y atrayente! Me sentí como si hubiera sido transportado mágicamente a la isla del tesoro literario.
¿No es simplemente encantador cómo la vida nos sorprende con sus giros irónicos? ¡Una caminata que prometía tanto termina en un remanso de maleza y un kiosco con un nombre que evoca intriga! Ah, la ironía del destino.
Ah, qué maravilla de experiencia literaria en el kiosco Furtivo, el lugar donde los eruditos se codean y los títulos desbordan originalidad. La muchedumbre se agolpa como si estuvieran regalando razón y sentido común. No sé si es el aroma a papel o la sapiencia flotando en el aire, pero la emoción es palpable.
Dentro de ese recinto sagrado, más pequeño que la ambición de algunos autores, me encontré con anaqueles tropicales y exuberantes maderados. Claro, porque nada dice «intelectual» como la madera exuberante. Ahí, entre los suspiros de los lectores cultos, hallé tesoros literarios que ni en mis delirios más febriles imaginé.
«¡Cabrón!», exclamé al ver el título de un libro de relatos. Tan simple, tan directo. La sutileza literaria alcanza niveles cósmicos. Me pregunto si los relatos serán tan refinados como la elección de la palabra. Y, por supuesto, no podía faltar «Crónicas de la Pequeña Habana». ¡Ah, la pequeña Habana, esa joya literaria que aún no sabía que necesitaba en mi vida!
Hojeé esas páginas con la expectativa de un niño en una tienda de caramelos, y de repente, ¡zas!, un corrientazo de pistola recorrió mi cuerpo. Sí, amigos, porque esto no es literatura convencional; esto es literatura subversiva, tan subversiva que mi bolsillo tembló al pagar por esos ejemplares. Pero, ¿quién necesita estabilidad económica cuando se tiene un arsenal de títulos tan provocadores? En fin, que la sabiduría literaria ilumine mi camino, o al menos mi estantería.
Ah, y ahí estaba yo, plantado frente a esa colección literaria que parecía más una exhibición de trofeos ególatras que una simple estantería. Libros piadosos, sí, porque claramente necesitamos que la literatura nos guíe hacia la redención, ¿verdad? Oh, y no olvidemos los rompedores, esos que rompen la barrera entre la mediocridad y la genialidad literaria, o al menos eso pretenden.
Como si esta editorial fuera la cumbre de la cultura en Playa Albina, el epicentro del pensamiento elevado, porque obviamente, los habitantes de Playa Albina solo pueden alcanzar su verdadera iluminación a través de las páginas de estos libros cuidadosamente seleccionados. Autores, poetas, cuentistas y ensayistas, todos elevados a un pedestal, como si fueran los dioses literarios que iluminan las mentes de los mortales.
Mientras hojeaba esas joyas literarias, no podía evitar maravillarme ante la grandiosidad que emanaba de cada página. O tal vez era solo el polvo acumulado, una especie de resplandor literario que solo los verdaderos entendidos podrían percibir.
En fin, era como si estuviera ante la meca de la intelectualidad, un templo de letras donde los simples mortales temen entrar, pero yo, valiente y sarcástico explorador, me aventuré a descubrir el secreto detrás de tanto renombre literario. Y aquí estaba, ante la estantería que pretendía ser el altar de la erudición, preguntándome si debería arrodillarme o simplemente buscar algo más digno de mi limitado tiempo.
Ah, qué emoción, ¿verdad? Allí estábamos, corriendo a paso de tortuga hacia la grandiosa presentación vespertina. ¡Casi las 5 de la tarde! Una hora tan perfecta para reflexionar sobre la vida, el universo y… espera, ¿era el mundo? Porque claro, el mundo es tan pequeño y fácil de entender, ¿no?
Y oh, qué sorpresa al llegar al recinto, ¡un banner! Sí, de esos que te hacen replantearte todo lo que sabes sobre la existencia humana. «Ensayos y crónicas para pensar el mundo». Qué título tan profundo, ¿verdad? Mis dudas sobre qué «mundo» íbamos a reflexionar se evaporaban. ¿El mundo de las hormigas? ¿Quizás el de los elefantes de la India? Porque claro, hay tantos mundos por ahí, no vaya a ser que nos limitáramos a uno solo.
Así que allí estábamos, listos para recibir la iluminación mental de esos tres escritorazos. ¡A pensar el mundo! O bueno, al menos intentar descifrar de qué rincón del vasto universo estaban hablando. ¡Qué intriga!
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