Corazón azul y las trampas de la naturaleza

Por: Ariel Pérez Lazo             

              ¿Qué puede esperarse de una película cubana en pleno siglo XXI y en medio de una trágica circunstancia nacional, ser una pura expresión estética donde el símbolo abra una infinidad de interpretaciones, haciendo a estas superfluas o una reflexión de esta?  Quizás esta pregunta es la que nos pudiéramos hacer frente a Corazón azul, que más que un filme de ciencia ficción, novedad en el género en la cinematografía cubana, pretende algo más, llevarnos a pensar sobre el fenómeno histórico revolución cubana y la figura que para un sector extendido de la opinión pública internacional pretendía encarnarla.

                Elena es resultado como David y otros personajes del filme, estos menores, de un experimento genético realizado por Fidel Castro. La creación en sentido literal del hombre nuevo. Allí donde el marxismo-leninismo fallaría al adscribirse al lado de la nurture, es decir, al factor del ambiente y el contexto del individuo, similar a la discusión entre los partidarios de Lamarck y Mendel en el tema de la evolución, aquí Castro decide optar por la vía mendeliana, la de la nature.

            A partir de aquí se abre la tesis de la película. ¿Es posible que un ser humano programado genéticamente para defender la sociedad comunista logre cumplir este fin en medio del fracaso de este sistema en Cuba? La respuesta de Coyula es negativa: estos humanoides mutantes se rebelan no ya contra el gobierno sino contra la sociedad que lo soporta, a la cual a través de un manifiesto que televisan como rememoración de aquel asalto a Radio Reloj, considera su cómplice.

En su rebeldía, estos “hombres nuevos” practican y justifican el terrorismo que pone frente a ellos a los Estados Unidos y al gobierno cubano. El segundo los acusa de ser financiados por este país, que también los acusa de terroristas, pues, no solo mueren norteamericanos en Cuba por estos actos, sino también en los Estados Unidos (la Unión americana es también un objetivo de estos hombres nuevos de laboratorio) . El final como Memorias del subdesarrollo de la que Coyula ha hecho su continuación en Memorias del desarrollo, queda abierto ante la posibilidad de una intervención norteamericana. Como al comienzo de la revolución, el liderazgo de la misma lleva al país al peligro de intervención norteamericana; son estos jóvenes con el ADN de Fidel Castro los que provocan esta opción por oponerse al mismo tiempo a un sistema que no practica la justicia social y al tipo de capitalismo del vecino del Norte.

              La vinculación con Castro entonces aparece como menos relevante al preguntar Elena al líder de los mutantes si sabía el origen del ADN que todas las criaturas del «proyecto Guevara» compartían. Aquí entonces se toma partido por la nurture: «no es tan importante quienes son nuestros padres sino quienes somos». La tesis de Coyula es una pregunta abierta al futuro: la contradicción entre un discurso donde se aspira a la justicia social y una realidad que la niega puede producir un hombre anticapitalista, al mismo tiempo enemigo del castrismo y el capitalismo norteamericano. Y esto ocurre mientras en Miami los «influencers» se dedican a combatir con denuedo lo que entiende como el pensamiento socialista de muchos opositores que parecen recordar estos hombres genéticamente nuevos del filme. La película, por otro lado, no fue seleccionada por el festival de cine de Miami. Demasiado poco anticastrista quizás para la sensibilidad del exilio.

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