Odisea: para consejeros y fuerte en ardides

Por KuKalambé

Es cierto que muchas personas tienen sus propias historias de viajes complicados o experiencias desafiantes. Tuve una experiencia en el tren que viajaba de Santiago de Cuba a Guantánamo en 1999 y fue definitivamente una odisea en sí misma. Los viajes en tren pueden variar ampliamente en términos de comodidad y duración, y en mi caso, enfrenté numerosos obstáculos en el camino.

Es interesante cómo las situaciones difíciles a menudo nos desafían y nos llevan a desarrollar nuevas habilidades o formas de adaptarnos. El término polymetis que mencioné en aquella ocasión es interesante, ya que se refiere a la habilidad de adaptarse y usar astucia en diversas situaciones, lo que recuerda a Odiseo, el protagonista de la epopeya griega La Odisea, que demostró gran ingenio y adaptabilidad en sus viajes y aventuras.

Ahora bien, el adjetivo más utilizado por Homero para Odiseo es polymetis, que literalmente significa «el rico en consejos» o «el fuerte en ardides»; pues metis significa en griego el buen consejo o la capacidad de dar a las cosas un giro inteligente; mienta el ardid, la simulación, la trampa de caza, la finta, la ocurrencia divertida. Por eso es la virtud par excellence para el hombre ingenioso, Metis es al mismo tiempo el nombre propio de una diosa de la inteligencia, a quien Zeus acosó a la manera habitual. Engendró con ella una hija, cuyo nacimiento temía, dado que se le había profetizado que le igualaría en juicio, por lo que devoró a la madre encinta. La consecuencia de ello fue que se produjo en él un difícil embarazo cerebral, al que puso fin Hefesto golpeando fuerte a Zeus en el cráneo con un hacha doble, de modo que Atenea pudo surgir de su cabeza con armadura completa y con lanza.

Más tarde Zeus se las compuso con el destino de tener una hija superinteligente, y cuando Atenea exponía en el consejo de los dioses sus sinceras opiniones se conformaba con decirle en tono paternal: «¡Hija mía, vaya sentencia que se ha escapado del cercado de tus dientes!».

 Quiero en lo que sigue hacer plausible la tesis fundamental de mis consideraciones, según la cual la cultura griega antigua de la inteligencia, marcada por la metis, tal como aparece en la Odisea y se refleja en la variada mitología helénica de la astucia, representa un lejano preludio del, desde nuestro punto de vista, más griego de todos los fenómenos: la sofística, de la que surgió en el siglo I la secesión de la filosofía. A una sociedad animada por artes sofistas se la llamaría una «cultura de la disputa»; en lo que salta a la vista que en Alemania, si bien existe la expresión para la cosa, la cosa misma falta, dado que entre nosotros en lugar de una cultura de disputa ha surgido una cultura de difamación, una cultura de denuncia, una cultura de denigración, en la que las cosas están decididas de antemano, antes de que hayan desplegado su disputabilidad.

La polis griega, por el contrario, estaba organizada en sí misma como una cultura de disputa. En cada ciudad no solo había intereses organizados y clases divergentes, sino que también imperaba por doquier un pluralismo de pretensiones de nobleza y excelencia, que sin el concurso retóricamente articulado entre los pretendientes no hubiera podido llegar a expresarse. Para hacer justicia al fenómeno de la sofística en su significado originario hay que liberarla de la mala fama que, en parte por razones lógicas fundadas y en parte por motivos estratégicos dudosos, expandió sobre ella la escuela platónica.

 Pertenece a los efectos positivos que produjo en la historia moderna de las ideas la entrada epocal de Nietzsche el que este obligara incluso a la filosofía académica a una nueva valoración de la sofística. En nuestro contexto, esa revisión puede resumirse constatando que el fenómeno sofista no significó otra cosa que la continuación de la praxis odiseica de la inteligencia con medios ciudadanos. La capacidad del héroe que regresa para negociar su futuro con todas las fuerzas del mundo, con los dioses, los seres humanos, y con el mar mismo retorna en la polis como la capacidad de los rétores y de los abogados de navegar en el mar de los casos de disputa en la ciudad y entre las ciudades y llevar sus mandatos a finales satisfactorios.

Cuando Homero provee innumerables veces al desperdigado héroe viajero con el epíteto polymetis, con ello no solo nombra a una persona determinada, sino que más bien caracteriza mediante ello un tipo de existencia masculina, en la que la bien conocida energía heroica, que en primera instancia no significó nunca energía combativa, cierra un nuevo compromiso con la astucia, en principio con una astucia puramente navegante y operativa. En esta el pensamiento permanece aún ligado a las circunstancias del momento. La sagacidad temprana se mantiene aún lejos de la teoría abstracta. Lo específico de la inteligencia odiseica se muestra en el hecho de que se las arregla para, día a día, puerto a puerto, caso a caso, manejarse con las tareas fijadas por el destino.

Las tareas planteadas por la dilatada añoranza de la patria, que ha de solventar el marinero, son formas previas de lo que un día habrán de llamarse «problemas»; pero «problemas» como tal solo puede haberlos cuando los héroes que retornan a casa se convierten en ciudadanos polémicos que debaten en las urbes, y cuando los monstruos al margen del mundo se transforman en meras partes contrarias. En el ámbito ciudadano, la inteligencia que se mueve libre conforma conceptos que con el tiempo se des- pegan del nivel de los casos dados y los ejemplos concretos.

El placer de tener y solucionar «problemas» solo surtirá efecto cuando la astucia del polymetis Odysseus se haya transformado en aquella versatilidad de la oratoria urbana o «política», que distinguió a los abogados y oradores de la época de esplendor helénica. Encontramos en la Odisea un conmovedor episodio en el que el arte del polymetis Odysseus se expresa con fuerza escénica en origen. Pienso en la arribada del marino náufrago a la playa de la isla de los feacios después de que una tempestad hubiera destrozado la balsa que, tras su despedida de la ninfa Calipso, habría de acercarlo a la patria.

El casi ahogado se salva con sus últimas fuerzas en la plana orilla y, tras un trajín de varios días en la mar revuelta, bajo un seto oculto en la fronda, cae en sueño profundo. Al día siguiente Nausícaa, la hija del rey Alcínoo, y sus doncellas van a la playa a lavar prendas festivas y descubren al desgreñado náufrago, que sale en ese momento de su escondite. Homero retiene la escena de cómo el extranjero desnudo entra en el campo visual de las jóvenes: Justamente así tuvo que presentarse Odiseo a las muchachas [de encantadoras trenzas, estaba desnudo, pues la necesidad le había sobrevenido. Pareció horrible a las muchachas, sucio de costras saladas, temblando se dispersaron por un lado y otro hasta la alta orilla. Solo permaneció la hija de Alcínoo; pues Atenea le había dado ánimo y quitado el temblor de piernas. (VI, 135 y s.)

Del espíritu de Odiseo aflora ahora una fatal alternativa: podría arrojarse a los pies de la «muchacha de bello rostro» y abrazar sus rodillas, o mantener distancia de la joven e influir sobre ella solo desde lejos con palabras de halago. Tras breve deliberación reconoce la ventaja de la segunda opción, porque considera que una hija de buena casa podría mostrarse fácil- mente enfadada por un roce indeseado en sus rodillas. El resultado de esa deliberación da lugar al discurso del náufrago en la playa; Homero lo llama un «mito agradable, halagador». Desde la perspectiva histórico-retórica puede considerársele como la primera defensa en suelo europeo mantenida por un abogado en propia causa.

El desnudo orador sube al estrado que ha erigido su necesidad y se entrega a la tarea de poner de su lado al público más severo del mundo, el claro corazón de una joven. Señora, vengo de rodillas y te pregunto: ¿eres una diosa, eres una mujer? Y si vives como diosa en el anchuroso cielo junto a la gran hija de Zeus, Artemisa, tengo entonces a quien mejor compararte en aspecto, talla y grandor. Si, no obstante, eres una mujer mortal, como las que viven aquí [en la tierra, entonces alabado sea tres veces tu padre, la madre solícita, alabados sean tres veces tus hermanos; por tu causa, sí, su ánimo se entusiasmará siempre y con fuerza con buenos pensamientos cuando vean danzar solemnemente en corro a una criatura así. Pero el más feliz en el corazón sería desde luego antes que nadie aquel que te introduzca en su casa, llena de regalos de novia. Nunca jamás hasta ahora han visto mis ojos un mortal así; ningún hombre y nunca una mujer; por respeto, me quedo asombrado al mirar. Sí. Vi una vez en Delos en el altar de Apolo cómo surgía del suelo justo en ese momento un brote de palmera.

Me quedé como paralizado y asombrado mucho tiempo en el ánimo [ante aquella vista, nunca había brotado del suelo todavía un renuevo así, igual que ahora, oh mujer, te contemplo maravillado; me da un miedo horrible rozar tus rodillas y una pesada aflicción me invade. Ayer, el día vigésimo, pude escapar de la mar rojo vino, todos esos días olas y fuertes vientos me alejaron de la isla Ogigia. Pero ahora me arrojó una divinidad aquí a tierra, de modo que sufra aún nuevos males. Antes de que acaben, creo, enviarán los dioses otros muchos todavía. ¡Por eso piedad, señora! Pues tú eres realmente la primera a la que me aproximo tras innumerables sufrimientos.

¡Muéstrame el camino a la ciudad, dame un paño con el que me tape! ¡Que los dioses te concedan todo lo que imagines en tu interior: ¡hombre y hogar y en todo un pensamiento noble, conciliante! Y la muchacha de blancos brazos, Nausícaa, dijo: Extranjero, no me pareces malvado y no me pareces necio. (VI, 149-187) Reconocemos con toda claridad que en la playa de los feacios Odiseo no tiene en modo alguno lo que se llama un «problema». Está en necesidad y encerrado en una situación precaria, que solo deja entrever una salida en un lugar, allí donde la chica está. El hombre, al que Homero llama polymetis, es un luchador, que ha aprendido a transformar cualquier precariedad en un ejercicio. De su desnudez hace un argumento, y de su falta de medios un proyecto.

Él es literalmente el que jamás se desconcierta. No lo olvidemos: al comienzo de la retó- rica europea encontramos un monstruo marino defendiendo una causa, monstruo del que huyen las chicas. Solo queda una joven valiente que haga de público. Ante los oídos de esa única sucede el milagro: el monstruo en la costra de sal abre la boca para mostrarse el más humano de los humanos. El zoon logon echon, como definirá medio milenio después al ser humano Aristóteles, el ser vivo que tiene habla, aquí está, en la playa, con su irresistible zalamería, con su elocución musical y su capacidad de hacer de la necesidad extrema la virtud de un bello discurso.

Nausícaa comprende en el acto que puede amar al hombre que le habla así, no tanto por sus demasiado des- carados cumplimientos, que le pasan de lado como un viento cálido, sino porque siente y comprende que tiene ante ella a un hombre bueno y listo. Ella ha experimentado una logofanía, la prueba de que, cuando aparece en todo su poder, el lenguaje eleva al ser humano, y, aunque el desaliñado extranjero no sea un dios, ha dado prueba de humanidad en tanto ha hablado como no podría hacerlo una bestia, un necio, ni un malvado. Desde aquí sale un camino casi recto a una escena que tiene lugar siglos después en Atenas. Platón cuenta en uno de sus diálogos cómo un padre lleva a su hijo adolescente a Sócrates, el sofista, del que se dice que sabe educar a jóvenes. Sócrates se dirige al joven con un solo requerimiento: «¡Habla, para que te vea!».

Aquí la creencia en la revelación logofánica de la esencia del ser humano llega a su punto culmen. El camino desde el alegato de Odiseo en la playa conduce también a los demás sofistas del siglo v, que eran famosos por poder defender causas en cualquier dirección. Lo que eso significaba lo demostró Isócrates, el príncipe de los oradores-abogados en la Hélade, con su famoso estudio Enkomion Helenai el Elogio de Helena -, que no había de servir para otra cosa que para demostrar que un buen abogado defensor puede ganar cualquier proceso perdido de antemano, y qué proceso habría de estar más perdido que el seguido contra la mujer más fatal de la Antigüedad, aquella bella infiel por cuya causa hubo de librarse la guerra troyana.

Se cuenta de Gorgias que su capacidad de hablar sobre cualquier cosa había degenerado en una auténtica sabiondez universal. Esta anécdota lo ilustra: «Llega al teatro de Ate- nas y grita resueltamente «Planteadme un tema cualquiera», y de ese modo es el primero que pronuncia en voz alta esta atrevida proclama de la improvisación, demostrando así que lo sabía todo y que podía hablar de todo porque seguía el kairós». Solo un aspecto de esta historia es de interés aquí para nosotros: Gorgias recorrió entero el camino que va desde la necesidad que aún encuentra palabras hasta el juego con simples «problemas»; se reconoce esto en la expresión con la que reta al público ateniense a lanzarle un tema: proballete, del verbo proballein, «lanzar», «proponer», «plantear un tema», una palabra de la que provienen los problemata de los antiguos y los problemas de los modernos.

El «problema» que Gorgias quería «solucionar» en el teatro no consiste más que en un tema a discreción sobre el que diserte un experto o improvise un virtuoso. En ese sentido, Odiseo no es todavía un sofista, si sofística ha de significar traducir necesidades existenciales al formato de juegos temáticos relajados. La inteligencia odiseica está completamente ligada aún a las emergencias de la lucha por la supervivencia, sin que pueda reclamar para ella el privilegio de la consideración relajada. No obstante, un camino conduce desde ella a la sofística, puesto que, en Odiseo, el polymetis, se descubren los primeros signos de la conciencia generalizada de saber-poder hacer algo, sin la que no puede imaginarse la civilización griega de la época clásica.

De lejos ya se anuncia en la Odisea el gran acontecimiento de la historia del espíritu, que no puede llamarse de otro modo que el milagro griego: el nacimiento de los problemas a partir de la arrogante certeza de la capacidad de maniobra con ellos. Para los griegos del siglo V vale por primera vez la ingeniosa sentencia de un ensayista austriaco de la época de la Primera Guerra Mundial: «Cultura es riqueza de problemas, y consideramos una época tanto más esclarecida cuanto más enigma haya descubierto». Se podría decir en lugar de ello: cultura es la suma de las descargas de necesidades iniciales. La decadencia aparece en cuanto los demasiados descargados olvidan qué era propiamente aquello de lo que la cultura había de descargarse.

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