Carta sobre el papel de la poesía en la fenomenología

Por: Rigoberto Mandurria

La correspondencia entre Edmund Husserl, un destacado filósofo, y Hugo von Hofmannsthal, un poeta, sobre el papel de la poesía en la fenomenología, ha sufrido un destino lamentable recientemente. El destinatario de esta importante carta nunca se presentó. Por un lado, los «poetas de mermelada» en Playa Albina descartaron la carta, devolviéndola sin abrir al remitente. Por otro lado, un grupo de «poetas de salón» en la misma localidad abrió el sobre pero no lograron comprender su contenido, y arremetieron contra el mensaje.

Hace solo unos días, compartí con un querido amigo poeta que estaba tratando de liberarse de las restricciones del salón lo siguiente: «Mantén tu enfoque y trabaja incansablemente. No importa que haya personas al otro lado de la vida que sufran la angustia de la ignorancia. El fruto de tu trabajo recibirá la recompensa que merece al final del camino…».

Es necesario revelar el contenido de la carta, ya que el poeta Hofmannsthal, considerablemente más joven que el filósofo Husserl, no logró comprender la verdadera intención de Husserl al asignar un papel destacado a la poesía en la fenomenología, ni como carta de presentación para estudiar en Gotinga. Husserl depositó su confianza en el poeta, con la esperanza de que algún día la carta se convirtiera en un manifiesto trascendental de la fenomenología.

En aquel tiempo, tanto Husserl como Hofmannsthal se encontraban solos en su creencia de que el cielo era una vasta inmensidad delictiva que constantemente hablaba, pero sin encontrar eco en la tierra, tal como sucede en nuestros días.

A continuación, se presenta un fragmento de la carta de Husserl a Hofmannsthal:

Respetado señor Von Hofmannsthal:

«Me he enterado de lo ardua que es su vida debido a la creciente marea de correspondencia que no cesa. Sin embargo, dado que me ha deleitado con un regalo exquisito, debo agradecérselo de todas formas. Por lo tanto, tendrá que soportar las consecuencias de ese acto malvado, así como de esta carta. Permítame, además, disculparme por no haberle expresado mi gratitud de inmediato. Como si cayeran del cielo, se me presentaron de repente síntesis de pensamientos que había buscado durante mucho tiempo. Me costó mucho plasmarlos. Sus Kleinen Dramen [Pequeños dramas], que siempre tenía a mi lado, actuaron como un gran estímulo, aunque no pude leerlos con la continuidad deseada».

«Las disposiciones internas que describe en su arte, como algo puramente estético, o más bien, que no describe en sí mismo, sino que eleva a la esfera ideal de una belleza puramente estética, tienen un interés muy especial para mí en esa objetivación estética. Es decir, no solo interesan al amante del arte que hay en mí, sino también al filósofo y fenomenólogo.

«Una preocupación de muchos años por la clarificación de los problemas filosóficos fundamentales y por el método para resolverlos me brindó como beneficio duradero el método fenomenológico. Este método exige una postura frente a toda objetividad esencialmente divergente de la natural, muy cercana a la postura en la que nos coloca su arte, como algo puramente estético, frente a los objetos representados y al mundo del arte en su totalidad. La contemplación de una obra de arte puramente estética se produce de manera rigurosamente independiente de cualquier postura existencial de la mente, así como de cualquier postura de los sentimientos y la voluntad que esta presuponga. O mejor dicho: la obra de arte nos transporta (nos obliga, por así decirlo) a una situación de contemplación puramente estética, que excluye esas posturas. Cuanto más resuene o tome vivacidad del mundo externo, cuanto más exija de nosotros una postura existencial la obra de arte (por ejemplo, como apariencia sensible, naturalista: la verdad natural de la fotografía), menos puramente estética será esa obra. (Lo mismo ocurre con cualquier tipo de tendencia.) La actitud naturalista, la de la vida cotidiana, es completamente existencial

«Las cosas que están sensiblemente frente a nosotros, las cosas de las que habla el discurso científico actual, las establecemos como realidades y en esos fundamentos de existencia se basan el estado de ánimo y la voluntad: alegría porque algo es, tristeza porque algo no es, deseo que algo sea, etc. (posturas existenciales de la mente): el polo opuesto a la actitud de contemplación puramente estética y al estado de sentimiento correspondiente. Pero también, y no menos importante, opuesto a la actitud puramente fenomenológica, la única desde la cual es posible resolver los problemas filosóficos, ya que también el método fenomenológico exige una rigurosa independencia de cualquier postura existencial.»

«De esta manera, toda ciencia y toda realidad (incluida la del propio yo) se convierten en meros fenómenos. Y solo queda una cosa: en la contemplación pura (en el análisis y abstracción puramente contemplativos), sin nunca trascender los meros fenómenos […], aclarar el sentido inmanente en ellos, el mundo, en tanto que se contempla, se convierte en fenómeno, su existencia le resulta indiferente, exactamente igual que para el filósofo (en la crítica de la razón).»

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