Y se vuelve a la pregunta, ¿cómo describir el atlas que nos concierne? ¿Estrépito, silencio? ¿Riqueza, escualidez? ¿Originalidad? ¿Claro del bosque, dunas? No toma mucho tiempo el aquietarnos y decidirnos por escudriñar esa fotografía obligada, nuestro escenario inagotable, congénito; y divisar las congregaciones que se animan con el verbo, los asentamientos y el humo de las fogatas; las líneas divisorias que demarcan cada doctrina y sus oficiantes. Alcanzamos a comprender que será imposible clasificar tantas visiones, y que sólo nuestros sucesores habrán de tasar nuestros trabajos, si fuera preciso. Por ahora un campo barroco, que no se agota, sobrevolado por alas negras que dibujan un círculo, impasibles.
«Arte de horadar» de Manuel Sosa
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